martes, 21 de octubre de 2008

Rojo

Cierro la puerta mientras suspiro. La jornada se me ha alargado en el tiempo y por fin he llegado a casa. Lo primero que hago tras dejar las cosas sobre la mesa es quitarme la ropa que me aprisiona. Siempre cumplo con la misma rutina liberadora. Me encanta sentir el frío del suelo en mis pies y esa sensación de libertad.

Todas las mañanas al vestirme tengo la misma sensación de agobio. La ropa me encorseta, me aprisiona en su tela, me devora en su falso color. Quisiera poder estar desnuda todo el día y que todos estuvieran igual. Sin mentiras escondidas bajo los pliegues, sin estatus creados a base de talonario. Sería difícil al principio, pero con el tiempo nos acostumbraríamos a ver la belleza que guardamos en nuestro interior sin andar con escrúpulos infantiles. Justo entonces podríamos salir a la calle en igualdad de condiciones sin que nos violasen con la mirada cada vez que un poco de carne asoma al exterior.

Me miro al espejo y disfruto contemplando mi cuerpo. Me encuentro cansada de luchar cada día. Luchar en un trabajo asfixiante lleno de gente asfixiante. Estoy exhausta de vivir siendo quién no soy. Sólo cuando contemplo mi cuerpo frente al espejo veo mi realidad. Estoy sola frente a la única persona que se ha fijado en mí. Mi garganta se encoje mientras me dirijo a abrir el agua de la bañera.

Nuevamente en el salón enciendo el equipo estereofónico y pongo en el compacto un disco de bandas sonoras que empleo para evadirme. La música empieza a sonar por el hilo musical de la casa mientras me mezo a su ritmo. La primera canción que suena es de la banda sonora de “Feliz navidad Mr. Lawrence”, el rumor de las olas me acompaña en mi tristeza. Quisiera poder decirle a alguien que le quiero, abrazarle. Pero estoy sola.

Hace un mes que él se marchó. Decía que no había otra y que la presión a la que lo sometía por culpa de mi trabajo era insoportable, pero hoy lo vi. Fue una casualidad, pues yo nunca salgo por la mañana de la oficina. Tuve que ir a visitar a un cliente y, mientras esperaba al ascensor de su edificio, una pareja se arrimó al portal a darse arrumacos. Una sensación de alegría vino a mí al verlos y cuando él separó sus labios de los de ella mi mundo se rompió. Pensaba que aun tendría alguna oportunidad y que me perdonaría si yo cambiaba. Yo me mentía y cuando vi como la miraba supe que ya nunca volvería a mí.

Mis ojos empiezan a llorar cuando suena la “Vida es bella”. ¡Qué gran mentira! La vida no es bella, la vida es cruel. Arrastrando los pies por el pasillo llego al baño con el rostro anegado en lágrimas. Cierro el grifo mientras arrojo varias perlas de sales en la bañera. Todo está lleno de vapor. Mi piel se humedece. Abro los cajones buscando. Cuando por fin encuentro lo que quiero me introduzco en el agua.

El calor es casi insoportable pero poco a poco me introduzco hasta estar completamente sumergida. Siento como mi sangre palpita con fuerza mientras el ritmo del “último mohicano” empieza a ganar intensidad. Cierro los ojos y guío la mano derecha sobre mi brazo izquierdo. Sólo permito un pequeño gemido al sentir mi piel abriéndose. Con dificultad repito la operación en el brazo derecho.

Mañana ya no me harán falta más pastillas para poder aguantar. Mañana mi dieta y mi peso no serán importantes. Mañana no tendré que gritar a nadie. Mañana tal vez alguien me extrañe. Abro los ojos y veo como el agua se ha vuelto roja. Cierro otra vez los ojos y disfruto por última vez de Michael Nyman en “El piano”.

4 comentarios:

eclipse de luna dijo...

La vida es cruel a veces, pero debemos saber ganarle la partida...
Estremecedor relato..
Un besito y una estrella.
Mar

La Turca y sus viajes dijo...

Hola!!!!!!!

Ya nadie podrá hacer nada??, volvamos el tiempo atrás por favor!!!!!!!no tanto dolor, no trabajos agobiantes, invítala aquí al campo donde yo vivo, que todo pasa lentamente y no hay apuro para nada.
Jamás mi agua se tiñera de rojo, jamás tomare pastillas soy feliz conmigo misma como lo era ella frente al espejo...............contradictorio.

Un besote y abrazo de oso.

Anónimo dijo...

Me encantaría que el final hubiera sido otro. A partir de ahora no me volveré a meter en una bañera pensando en esa escena.

Óscar Sejas dijo...

Sobrecogedor relato el que nos dejas hoy aquí. Pero no por ello deja de ser impresionante.

Tiene una gran calidad literaria y te va llevando poco a poco por los sentimientos del personaje, esa falta de confianza del mundo en el que vive, esa pérdida de credibilidad que la lleva a tomar la decisión de que morir es una salida.

Muchas veces, con lo que se escribe, se quiere decir lo contrario. Yo me inclino a pensar que en este caso es así y que en el fondo es un relato "anti-suicida" que deja abierta la puerta a la esperanza, a otro final.

Un saludo.