domingo, 30 de noviembre de 2008

Dormida

Últimamente no soy capaz de conciliar el sueño. El calor es agobiante y hace que la poca ropa con la que duermo esté totalmente empapada a los pocos instantes de tumbarme. He probado a dormir sin ella pero ni aun así he conseguido nada, mi piel y todos mis pliegues se humedecen bañándose en una suave capa de agua salada. Pero eso sería soportable si pudiese dormir. Cada vez que cierro los ojos las imágenes me bombardean sin poder evitarlo: le veo una y otra vez. Sus ojos, su sonrisa, cada centímetro de su piel que no me canso de recorrer con la mirada,.... todo se me aparece haciendo que me encuentre inquieta en la cama.

Y así un día tras otro. Sé que no es bueno enamorarse de las ilusiones, sobre todo si sabes que nada más son eso, ilusiones. Pero es lo más parecido a lo que la gente llama amor. Nunca lo he visto en persona ni se como es en realidad. Lo único que tengo de él es una foto que me envió a través de un correo. ¡Sólo una foto! el resto han sido multitud de líneas que tengo guardadas y releo cada vez con más frecuencia. Llevo tiempo sin coincidir y sólo tengo eso, una foto, y cada noche al quedarme dormida es él el que se me aparece en mis sueños. Es él el que se me acerca como nadie se me ha acercado hasta entonces. Es él el que me dice esas palabras que no sabía que se podían decir y que me hacen estremecer. Es él el que siento tocarme cada vez que una gota de sudor me recorre la piel.

Me adormezco por fin y es entonces cuando todo se vuelve real y lo veo a mi lado, observándome. Me acerco a sus labios y noto su calidez en los míos mientras nuestros cuerpos resbalan uno sobre otro. Cada nervio de mi ser se estremece al notarlo. Una suave ola de calor me envuelve cuando nos unimos y empezamos a navegar en un mar de aguas calmas, dejándonos mecer por la marea. Poco a poco avanzamos más hasta que sabemos que sólo nos queda ir hasta el final y es entonces cuando llegamos. Todo es perfecto cuando me quedo dormida.

Un rayo de luz ilumina el otro lado de la cama, donde hace sólo unos instantes se hallaba el fruto de mis sueños. Sé que es no es mas que un recuerdo de algo que he vivido en mi mente pero ese recuerdo es lo suficientemente intenso como para que no crea en él. Hace sólo unos instantes me hallaba en su compañía y no había nada más. Hace sólo unos instantes éramos un solo ser. Hace sólo unos instantes amé intensamente.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Llegar a casa

No sé qué hacer. No soy capaz de enfrentarme a ella con esta sensación de ser un fracasado en la vida. Ni siquiera he sido capaz de mantener este empleo el tiempo suficiente como para pagar el crédito. Ella me adora y sé que, pese a que me va a decir que es un bache y que lo superaremos, las cosas no se van a arreglar tan fácilmente.

Cada vez me es más difícil competir con esa multitud de jóvenes preparados y dispuestos a dejarse asovallar con tal de llevar el dinero suficiente en el bolsillo el fin de semana. Yo no puedo rebajarme a eso. No sé como conseguir el dinero necesario para llegar a fin de mes. El paro no nos puede ayudar mucho en estos casos y esta vez no he llegado a trabajar lo necesario como para poder cobrarlo. No sé que hacer.

Llevo dadas más de 10 vueltas por el barrio y tampoco hay ningún sitio donde aparcar. Todas las cosas me salen torcidas. Todas salvo mi matrimonio. Aun no me explico que hace ella con un fracasado como yo. Al principio no queríamos que ella trabajase pero los dos sabíamos que si no lo hacía estábamos abocados a la miseria o peor aun, a volver con nuestros padres para pedirles ayuda. Al final ella encontró un trabajo de azafata de una firma comercial. No es un gran sueldo pero la llaman habitualmente para trabajos de una semana o de un mes. Aunque de esta vez ya lleva más de dos meses en el mismo sitio. Ella es una mujer muy capaz y con don de gentes, ojalá yo valiese la mitad de lo que vale ella.

No sirvo ni para suplicar. Cuando el jefe me llamó esta tarde y me dijo que no volviese mañana me limité a decirle gracias y cerrar la puerta despacio. Una vez dentro del coche encendí la radio y estuve llorando durante media hora. No valgo nada. Bueno, algo sí valgo. Si muriese ella quedaría libre de mi carga y cobraría los 30.000 € de la póliza de mi seguro de vida. No es mucho pero le daría para empezar una nueva vida y olvidarse de mí.

Ahora está en el salón esperándome, la luz está encendida. Debe de encontrarse sobre el sofá adormecida delante del televisor, con el pijama que le regalé estas navidades y tapada con la bata. Cuando escuche cerrar la puerta abrirá los ojos y me buscará con la mirada. Me brindará la más dulce de las sonrisas y me pedirá un beso. Me abrazará con suavidad y me dirá que estaba esperándome para hacerme el amor. Yo le preguntaré si antes quiere cenar algo y ella me dirá que a mí. Me arrodillaré frente a ella y la llenaré de besos apasionados, esos besos que sólo son capaces de dar dos adolescentes que no piensan en otro futuro que el de la felicidad, pese a hacer años que dejamos nuestra adolescencia, y la llevaré a cama. No puedo subir.

Nuevamente empecé a llorar. Tampoco sirvo para eso. Ni siquiera tengo el valor de estrellar el coche contra una pared. Aparco y me dirijo lentamente a casa. Tengo la sensación de estar subiendo al patíbulo con cada peldaño que me acerca a mi hogar. Deslizo la llave en la cerradura y la giro. Suavemente cierro la puerta y la veo a ella en el salón requiriéndome con la mirada. Su cara está iluminada y eso me hace daño en el corazón. Preferiría que estuviese enfadada conmigo o que tuviese a otro en su vida. Me acerco a darle un beso y me dice unas palabras que aplacan mi sufrimiento: "Sin ti no podría seguir siendo tan feliz. ¡Felicidades papá!".

En ese momento todo lo que sentía desapareció, no podía dar crédito a lo que estaba oyendo. Iba a ser papá. ¡Íbamos a ser padres! No sé si un hijo cambia mucho la vida pero en ese momento algo en mí creció. No sé que pasaría mañana ni como iba a encontrar trabajo pero no importa, saldríamos adelante. Tengo suerte de estar casado con el ángel más bello del cielo.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Ciego

La oscuridad lentamente se va cerniendo sobre mí. Las luces de la habitación no son más que un tenue resplandor apenas imperceptible. Me cubro los ojos con las manos y lloro. Cuando consigo calmarme todo es oscuridad. Nadie puede explicarse el porqué de mi ceguera y hasta hace unos días yo tampoco le encontraba explicación. Uno no se percata de lo que depende de al vista hasta que se queda sin ella.

Esas pequeñas molestias y cansancio de ojos no eran algo a lo que uno le da importancia, sobre todo cuando te pasas muchas horas delante de una pantalla. La preocupación me llegó cuando las caras empezaron a difuminarse. Estaba en mi oficina tendiendo a la gente cuando se me sentó una mujer y pese a estar mirándole la cara no era capaz de otra cosa que de perfilar su silueta y al mirar la pantalla mi mundo, en el que me desenvolvía cada día, dejó de existir.

No es que me quedase ciego, la cosa era que sencillamente no podía leer ni ver nada de lo que tenía delante. El universo se limitaba a un caos de colores y formas. Una compañera me tuvo que acompañar al médico, no es que estuviera histérico ni nada por el estilo, es que no podía conducir. Una vez en el oculista me sometieron a un sinfín de pruebas de las que concluyeron que lo que tenía era motivado por estrés. Me mandaron unas gotas, unas pastillas para dormir y descanso.

Una vez en casa creí que empezaría a encontrarme bien, pero lo único que sucedió es que por lo menos me podía mover sin tropezar con las cosas. Es increíble la cantidad de cosas que tenemos en una casa y que no sirven para nada, tengo un montón de cardenales en mis piernas que lo atestiguan. A falta de poder hacer otra cosa me dediqué a llamar por teléfono para dar un sinfín de explicaciones. Y lo peor de todo, pensar. Debería de estar prohibido el tener tiempo para pensar. En mi raciocinio intenté buscar explicaciones lógicas a esta situación que se me estaba planteando y no encontraba ninguna. Luego intentaba recordar cosas: la última cara que había visto, las personas que trabajan conmigo, mi familia, los recuerdos de los objetos más nimios,... intentaba refrescar mi memoria al máximo. También intentaba recordar como era el cuerpo de la última mujer con la que me había acostado. Pensaba que los recuerdos de esas cosas me podrían ayudar a no perder la vista completamente. Cada vez que veía algo me esforzaba por intentar verlo, si no era con mis ojos lo hacía con mi mente.

Según los días avanzaban y la ceguera ganaba terreno empecé a analizar todo lo que había hecho para buscar un motivo a lo que me estaba pasando. Ya estaba harto de pasar por scanner, TAC, resonancias y todo tipo de pruebas médicas. No necesitaba que me volvieran a decir que todo estaba aparentemente bien y que no se explicaban mi caso. Quería soluciones no lisonjas.

Hoy me encuentro en ese mundo donde el sonido es el arma principal. Mi hogar se ha transformado en una zona despejada y libre de cualquier objeto que me pudiera molestar. Mucha gente me ha llamado para apiadarse de mí y eso me hace sentir más inútil de lo que soy. Por lo menos esta tarde me tocará repasar las últimas cosas que había pasado en el trabajo. Mi compañera se acercará para que, entre los dos, dejemos por finiquitada mi relación con el mundo laboral. Ya estaba harto de atender a la multitud de incompetentes que me venían cada día a la oficina. Gente que se merece estar donde está por su poco afán e ineptitud. La mayoría me tildaban de dictatorial y cruel pero a mí esos apelativos sólo me producían alguna que otra sonrisa. Aun me acuerdo de la última persona que atendí: esa mujer.

Recuerdo que acababa de cubrir su ficha de petición y me disponía a despedirla cuando empezó mi odisea. Por culpa de mi "enfermedad" me había olvidado completamente de su caso. Con anterioridad había tenido alguna que otra "perla" mientras cubría la ficha de petición, pero esa mujer se estaba llevando la palma hasta ese momento. Recuerdo que me había dicho que no tenía ningún tipo de estudios pero que sabía hacer de casi todo, todas las mujeres saben hacer de todo si se empeñan. Pero cuando le comenté que me dijese la lista de trabajos para los que estaba capacitada no aguanté más. Tuvo suerte de que me pusiese mal en ese momento o no podría volver a pisar esa oficina en su vida. Me comentó que quería un trabajo de adivina o de bruja. ¡De bruja!, mi carcajada se escuchó en toda la oficina. Le dije que se fuera a tomar el pelo a otro sitio y que mientras yo trabajase nunca iba a encontrar trabajo... ¡Fue entonces! ¡Fueron sus palabras! No le había prestado atención hasta hoy, me dijo: "Que tus ojos compartan la mirada de tu corazón"... Realmente era una bruja y yo soy ciego.

martes, 25 de noviembre de 2008

La Cita: 7º parte

Al poco de volver a la ciudad recibí una llamada de María. Deseaba volver a verme y yo tenía curiosidad de saber como estaba ella. Me esperaba un ser destruido por el dolor pero mi sorpresa fue mayúscula. Estaba estupenda, mejor dicho, pletórica. La ropa que tenía se le ajustaba al cuerpo como una segunda piel y el peinado le daba un aire juvenil. Por un momento pensé que estaba viendo a su hija en vez de a ella.

Fuimos a una cafetería para poder hablar de todo lo que había pasado en estos dos meses. Me sorprendió ver la alegría que emanaba. Me recordó a esa mujer que viera hace tiempo esperando a su hija en la calle. Estaba igual de hermosa. Cuando me preguntó que había sido de mí estos meses me quedé en blanco, no podía dar crédito a lo que estaba viendo ni escuchando. Ya dije una vez que cuando alguien está hundido sólo puede ascender y ella era la prueba viviente de que eso era posible. Prudentemente omití en la conversación cualquier comentario sobre Eva, y al parecer, ella también lo hacía.

Estuvimos varios días viéndonos, parecíamos novios. Al final ella me invitó a volver a su casa. Deseaba volver a estar conmigo y yo con ella....



Ahora me hallo tendido en el suelo. Cada vez que intento respirar una bocanada de sangre me llena la boca. Ella se alza frente a mi desnuda, majestuosa. La diosa que me trajo la muerte comprueba que su herida ha sido mortal. Los intentos por quitar el cuchillo fueron inútiles. El pulmón estaba traspasado con la hoja atorada entre las costillas. Yo notaba como la sangre iba ocupando el espacio que tenia reservado para respirar y sé que no tardaré mucho en ahogarme. A duras penas pude articular unas palabras, un simple ¿por qué? Aunque ya sabía el motivo quería saber cómo se había enterado.

Encendió la luz y pude contemplarla tan hermosa como siempre. La dulzura de su rostro había desaparecido y me miraba con malicia y odio. Su respiración era rápida, todavía tenía la adrenalina corriendo por sus venas. Supongo que nunca se había imaginado un resultado tan efectivo con un solo golpe. Se arrodillo a mi lado y me enseñó un colgante. Era el pequeño colgante que Eva llevaba encima siempre. Y empezó a hablarme lentamente.

Me comentó lo mucho que había sufrido y el dolor que sentía por no saber nada de su hija. La puñalada que sintió en el corazón cuando le dijeron que los desechos humanos que había ido identificar eran de su hija. La rabia y la impotencia que le martirizaban todas las noches cuando sabía que el violador y asesino de su hija estaba libre e impune. Y lo peor de todo, el miedo, la traición y el odio que estalló en ella cuando al recoger mi ropa para enviármela, vio como la cadena de su hija caía del bolsillo de atrás de mi pantalón al suelo. Temblorosa la cogió entre sus manos sin saber que pensar sin saber que significaba. Entre sus manos tenía el colgante que Eva guardó cuando estaba siendo violada por mí. La única cosa que probaba que había sido yo el asesino. Un mensaje que le dejó a ella pues sabía que tenía la costumbre de revisar todas las prendas antes de lavarlas. El último mensaje que pudo enviar Eva antes de morir. Y entendió…




Cuando las lágrimas empezaron a correr por su rostro yo ya no estaba allí. Mis pulmones y mi corazón habían dejado de funcionar y me había muerto con el convencimiento de que Eva me había condenado a muerte en el mismo momento que yo la maté. Tampoco tuve tanta suerte como ella. Mi cadáver permaneció sumergido durante más de tres meses, María se había asegurado que así fuera. Cuando finalmente el mar me hizo salir a flote no había nada que pudiera demostrar mi identidad. La única cosa que podría servir de identificación era un colgante que tenía en lo que me quedaba de cuello, la pena es que nunca había sido mío. Sólo una pequeña mención en un periódico local fue lo que obtuve después de tanto tiempo. Mientras María leía la noticia de mi aparición las heridas de su alma empezaron a cicatrizarse y comenzó a llorar en paz.

lunes, 24 de noviembre de 2008

La Cita: 6º parte

La situación era sumamente tensa. Por mucho que intentaba calmarla no encontraba la forma. Todos mis intentos eran vanos, parecía que no existía nada para ella. Los primeros días la desesperación lleno su vida como un alud llena de nieve el valle. Esos días se volvieron eternos entre llamadas telefónicas y denuncias en todos los lugares que se le ocurrían. Las visitas al instituto para interrogar a sus compañeros resultaron infructuosas. Estaba totalmente enloquecida y era incapaz de razonar o de hablar con nadie, sólo sollozaba y se encerraba en sí misma.

En un afán de consolarla le había sugerido la idea de llamar a los medios de comunicación y eso pareció animarla. Esa noche me dejó hacerle el amor. Fue extraño pero la ausencia de su mente me gustó. Hizo que mi mente pudiera trabajar sola y me imaginé nuevamente con ella. Le hice todas las cosas que un hombre le puede hacer a una mujer y de todas las maneras posibles sin ninguna resistencia por su parte. Esa noche terminé extenuado pero comprendí que ya no había nada que me retuviese. Esa fue la última vez que yacimos juntos.

Dejé pasar los días y después de muchas declaraciones policiales y entrevistas con periodistas, a fin de cuentas había sido el último que la había visto con vida en la discoteca, apareció el cadáver. No pensaba que fuera a tardar tanto en aparecer, casi dos meses. En un primer momento nadie pensó que ese desecho humano pudiera ser Eva. El estado de deterioro al que lo había sometido las criaturas del mar, las rocas y el ácido, aunque esto sólo lo sabía yo, había sido brutal. El reconocimiento tuvo que ser por muestras de ADN y cuando obtuvimos el resultado positivo María se hundió definitivamente. Intentó velar los restos de su hija pero nadie se lo permitió.

Yo estaba tranquilo. Todas las investigaciones de la policía científica y de la forense resultaron nulas en resultados. Sólo supieron que Eva había sido asesinada antes de ser arrojada al mar pero nada más. El caso sería archivado por falta de pruebas y yo quedaría totalmente impune. Tal vez por esa impotencia María me dijo que me marchase y que la dejase sola. Pese a ser lo que yo quería insistí en acompañarla en esos momentos pero ella se negó y la dejé con su dolor.

Como María me dijo que se encargaría de recoger todas mis cosas y que me las enviaría a mi antigua dirección, aproveché para irme de viaje un par de meses. Ya había transcurrido más de medio año del “accidente” de Eva y necesitaba cambiar de aires.

sábado, 22 de noviembre de 2008

La Cita: 5º parte

Es una mujer preciosa. El tenerla sentada a mi lado hace que me pueda fijar más en los pequeños detalles. Su perfil es maravilloso. Lleva un rato hablando pero soy incapaz de concentrarme en sus palabras, sólo me fijo en sus labios carnosos. Cada vez que abre la boca me dan ganas de acercarme a ella y besarla. Sigo bajando la mirada intentando que no se de cuenta de lo que hago. Sus pechos han alcanzado una madurez plena y rebosan por encima del escote de una forma lujuriosa. Y la falda a duras penas tapa la ropa interior.

La deseo con una fuerza irrefrenable. Deseo poseerla. Sentir la ternura de sus piernas en torno a mi cuerpo. El olor de su sexo. Sentir sus gemidos. Cada vez que me mira intento hacerla partícipe de mis pensamientos pero no consigo articular palabra. Me tiene completamente hipnotizado.

Parece que la conversación que tenía llega a su fin y cuando se dispone a salir del coche la agarro suavemente por el brazo. La atraigo hacia mí y la beso. Ella se sorprende e intenta apartarse pero es incapaz de resistirse a mis brazos. En cuanto sentí su lengua tocando la mía empezó a sobrarme la ropa. Mi mano empezó a recorrer sus curvas deleitándome con el ritmo de su respiración. Parte de ella lo estaba deseando pese a saber que lo que estábamos haciendo no estaba bien.

Al apartarle las piernas para notarla ella se resistió e intentó apartarse pero ya estábamos en un punto sin retorno. Yo no podía dejarla sin más. Mi deseo no me lo permitía. Desde la primera vez que la vi casi sin ropa la deseé. Intenté que nadie más pudiera disfrutar de lo que yo quería. No me resultó difícil que el novio que tenía la dejara pero cuando me enteré que él quería volver y contarle todo no me dejó más opción. Me gustó verle gritar justo antes de caer. Yo había hecho todo por ella. Por estar con ella. Y no podía dejar que me despreciase ni que se fuera, y menos ahora que había probado su sabor.

Me amenazó con decírselo a María y eso fue la gota que colmó el vaso. Se quedó paralizada cuando le di el primer tortazo. Intentó rebelarse pero sólo fue capaz de llorar. Me bebía cada lágrima que caía por sus mejillas mientras con mis manos la exploraba más profundamente. Quiso resistirse pero no fue capaz. ¡Cuántas veces había soñado con este momento! En cuanto entré en ella mi cuerpo se escalofrió, me pedía que la dejase ir, me suplicaba, lloraba… pero no lo consentí. Hice lo mismo que con María, tomé control de la situación.

Intentó gritar y me vi obligado a hacer que se callase, no podía consentir que nadie nos interrumpiera. Durante todo el tiempo que duró mi orgasmo mis manos permanecieron apretando su garganta. No supe lo que había pasado hasta al cabo de un rato, pero ya me daba igual. Eva había sido mía. Ahora me quedaba preparar todo para que nadie supiera lo que había pasado.

Conduje hasta un lugar que conocía y que ya había usado en alguna otra ocasión. Su cuerpo semidesnudo a mi lado me hacía perder el control de la conducción y en unas cuantas ocasiones estuve a punto de irme de la carretera. Una vez en el acantilado la desnudé completamente y volví a profanar su cadáver una vez más. Luego la tiré en el suelo y empecé a rociarla con ácido de batería que tenía en el maletero. Una vez el líquido hubo hecho su efecto la arrojé a las aguas y quemé las ropas. Observé que en el coche no hubiera quedado nada y me fui a casa. Me tocaba cumplir otra vez esa noche y no se sí estaría a la altura de la situación.

jueves, 20 de noviembre de 2008

La Cita: 4º parte

Está claro que cada edad tiene su sitio y su momento. Hay gente que se empeña en aparentar cosas que no pueden ser. Muchas mujeres salen por sitios donde sólo hay jóvenes para tener por lo menos una oportunidad de hacer valer su experiencia. En el caso de los hombres es distinto. Los hombres salen por esos sitios para no enfrentarse con mujeres de su igual con las que fracasarían estrepitosamente. Es más fácil deslumbrar a una niña que a una mujer. A la mujer no le llega con un poco de dinero, unas palabras corteses y un coche o una moto deportivos. Una mujer le exigiría más. Por eso abundan los “buitres” al acecho de las jovencitas. Y, a parte de esta jauría de fracasados, están los jóvenes. Multitud de imberbes que se creen que con unas cuantas copas de más o un poco de eso o de aquello ya se pueden comer el mundo. Una fauna de cretinos que se empeñan en revolotear alrededor de Eva.

No puedo soportar el permanecer quieto en la barra mientras babosean a su alrededor como abejas hambrientas que buscan alimentarse de la más bella flor. Sé que la idea de salir, pese a ser mía, la dijo ella y a María le pareció una manera perfecta de poderla supervisar. Desde la muerte del chaval soy el que hace de puente entre las dos. Tampoco me costó mucho el enfrentarlas para luego convencerlas de que sólo podían confiar en mi. Las mujeres dolidas son muy susceptibles a los comentarios directos pero muy frágiles ante las pequeñas sugerencias. Las dos necesitaban descansar de tantas tensiones y a María estuvo de acuerdo en que el hecho de que saliera con Eva de paseo ayudaría a que ella se relajase. ¡Vaya que si se relaja!

Al principio no quería venir a la discoteca pero nada más entrar se vio como pez en el agua. Necesitaba divertirse para ahogar las penas que guardaba en su interior. Y ahora me encuentro mirándola, deleitándome en cada movimiento de su cuerpo, disfrutando de la fuerza de su juventud. Cada poco tiempo se me acerca para decirme cualquier cosa sin importancia o simplemente darme un abrazo y un beso en la mejilla. Esos pequeños gestos sirven también para que algunos “pesados” me miren con recelo y desaparezcan entre la multitud.

Al cabo de una hora y unas cuantas copas decido marcharme. No puedo soportar seguir en esa situación. Cada vez que se me acerca y la huelo mi cuerpo la desea con más fuerza. Sé que si esto continúa no seré capaz de contenerme más, y para agravar más las cosas su último beso fue en mis labios. Al saborear la dulzura de su saliva tomé la decisión de salir de ahí. Además, ya tendría que estar de vuelta en casa para darle el parte de incidencias a María, después de haberle hecho el amor unas cuantas veces. Si me apuro tendremos tiempo de hablar antes de que Eva llegue a casa.

Me despido de Eva y como buen padrastro le digo que no llegue demasiado tarde para no preocupar a su madre, y que venga al coche a coger la cazadora para no tener frío a la vuelta. Una vez fuera llamo a casa y le digo a María que tardaré una hora en llegar, tengo algo que hacer antes de marcharme de aquí.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

La Cita: 3º parte

Por lo general soy un hombre que le gusta madrugar. Lo primero que hago cada mañana es ir al baño a eliminar los restos que mi cuerpo no ha digerido y darme una buena ducha. Una ducha que me renueve y me relaje. Parece una incongruencia pero eso es lo que necesito cada mañana, relajarme después de una noche de trabajo placentero. Una vez seco y afeitado disfruto paseando desnudo por la casa cubierto por una pequeña toalla sabiamente dispuesta para dejar ver lo que me interesa. Me dirijo a la cocina y, como cada mañana, allí está ella.

La primera vez que me vio de esta guisa se sorprendió pero ahora ya está acostumbrada. Se me acerca y me da un suave beso en la mejilla. Le doy un pequeño cachete y me dispongo a desayunar. La toalla cumple a la perfección la misión para la que la había dispuesto y deja ver la excitación que ella ha producido en mí. Ruborizada me pregunta por su madre. No lo puedo evitar, pero ese juego diario me encanta. Si no fuera por ella ya me habría aburrido. Como cada mañana me arreglo y me ofrezco a llevarla al instituto. Antes de marcharme satisfago mi ego masturbando a su madre e imaginando que es a ella a quién se lo hago.

No sé que es lo que me contiene ni porque no me abalanzo sobre su cama cuando está dormida, pero no puedo de dejar de pensar en su cuerpo. Hasta me molesta que otros hombres se le acerquen, como aquel chico con el que estuvo saliendo un par de meses. No me costó mucho el convencerlo para que se marchase, sobre todo después de que hubiera probado un poco de mi medicina en sus carnes. La juventud de hoy en día no valora ni lucha por lo que quiere. Eva estuvo pasando un mal momento por culpa de ese muchacho y la convencí para que me dejase escarmentarlo. Me costó el demostrarle que yo no tuviera que ver con el suicido del mocoso, pero con mi gesto se me acercó más. Hasta su madre me pedía que la acompañase más para protegerla, ¡sí era justo eso lo que yo quería hacer! Incluso llegué a salir con ella algún fin de semana aunque manteniendo las distancias. No quería que María sospechase nada ni que todo se volviese en mi contra.

Ahora la situación está en un punto culminante. María está totalmente enamorada de mí, y Eva empieza a estarlo. Creo que este fin de semana me tocará mover ficha con Eva.

martes, 18 de noviembre de 2008

La Cita: 2º parte

Es una mujer increíble. Nunca había pensado que una persona se recuperara tan rápidamente de una situación como la suya. Es bien cierto que cuando uno se ha hundido completamente sólo se puede ir hacia arriba. Aún me acuerdo de la primera vez que la vi.

Estaba en la calle esperando a que llegase alguien. Estaba vestida de una manera totalmente informal, como si se hubiese puesto lo primero que había encontrado, un pantalón blanco y un jersey marrón con el cuello abierto que le marcaba su silueta. Su cuerpo se vislumbraba perfectamente bajo esa apariencia haciéndola irresistible. Su pelo revuelto apenas me permitía ver con claridad sus ojos pero estaba feliz. Todo su ser emanaba felicidad. En ese momento deseé acercarme a ella para verla mejor aunque sólo me limité a contemplarla. Me deleitaba con cada gesto que hacía. Estaba esperando a alguien y empezaba a impacientarse. Sus manos no paraban de abrirse y cerrarse y se movía como una leona enjaulada, aunque la sonrisa de alegría no desaparecía de su cara. Con las manos separó el pelo de su cara y pude observar que una sonrisa aparecía. Me dieron ganas de besarla, abrazarla, poseerla. Era la imagen de la sensualidad. La seguí con la mirada hasta que la vi abrazar a una niña de unos 15 años tan perfecta como ella. Era su hija. Al verlas juntas podrían pasar perfectamente como hermanas.

La curiosidad hizo mella en mí y desee saber quién era. Las seguí a distancia hasta su casa y los siguientes días me dediqué a obtener toda la información posible de las dos. Es increíble lo deseosa que está la gente de hablar de la vida de los demás. En una semana preguntando por el barrio me enteré de toda la vida de ambas. Se llamaban María y Eva y, efectivamente, era su hija pero tenía 17 años. María se había divorciado hacía unos meses y, según una vecina muy amiga de ella, la culpa había sido de él por haberla engañado. Trabajaba en una oficina de unos abogados y, por ahora, no tenía ningún "amigo". Eva era una chica encantadora y que siempre estaba de buen humor. Tampoco se metía en problemas y no tenía novio formal, sólo se limitaba a estudiar y salir los fines de semana, aunque no solía llegar muy tarde. Adoro a las cotillas de barrio.

Entonces entré en acción. Empecé a dejarme ver y a coincidir por los sitios por donde María tomaba el café. Al cabo de un mes tomábamos el café juntos y ya me había invitado un par de veces a salir por la noche, cosa que yo había rechazado cortésmente, aun era pronto. Un mes más tarde ya conocía su casa y había desayunado en ella más de un fin de semana.

Fue tan dulce como había imaginado. Su cuerpo se estremeció con el primer beso y su cuerpo se me abrió como una flor. Ansiaba besos, caricias, ansiaba la pasión y de todo le ofrecí hasta la saciedad. Esa primera noche nos bañamos en nuestro sudor y nuestros alientos se complementaron. Pese a todos los sueño que había tenido con ella nunca pude imaginar tanta pasión. Todo su cuerpo se me ofreció para que hiciese con él lo que quisiera, y lo hice. Cuando nos despertamos ese día eran las dos de la tarde. Eva nos había preparado el desayuno. Estaba claro que su madre ya le había avisado de lo que iba a pasar esa noche. No se sorprendió cuando me vio semidesnudo paseando por su casa, al contrario, se encontró feliz con que yo estuviese en casa esa mañana.

A partir de esa primera vez empecé a dormir casi todas las noches con ellas. Le hice el amor de todas las formas que sabía y la poseí con todas las que había imaginado. Pero eso no me llegaba. Empecé a desear a Eva. Saberla en la habitación de al lado me excitaba e intentaba que se diese cuenta de lo que hacíamos. Y empecé a llevarla yo al instituto. Tal vez ese fue mi primer fallo en todos estos años.

lunes, 17 de noviembre de 2008

La Cita: 1ª parte

Abro la puerta y la ropa me indica el camino a seguir. Su aroma envuelve el ambiente. Lentamente la voy recogiendo y me emborracho en su olor. Mi cuerpo empieza a inflamarse mientras la mente me envía imágenes de lo que puedo encontrarme. Un calor agobiante empieza a pedirme que afloje la ropa que llevo puesta. Dejo la chaqueta sobre una silla y sigo avanzando por el pasillo.

Una suave música me llega desde la habitación. La puerta se haya entornada y a cinco pasos recojo la última prenda que se quitó antes de quedar completamente desnuda. Aun la noto tibia y eso hace que un escalofrío me recorra. Al abrir la puerta no puedo ver nada, la habitación está completamente a oscuras, pero siento su presencia sobre la cama.

Dejo caer su ropa sobre el suelo y sin decir nada empiezo a desnudarme para ella. Mi cuerpo me exige libertad. Lentamente ella se levanta y observo como la leve luz que entra por el resquicio de la puerta descubre la silueta de su desnudez. Me acerco a ella y noto el golpe. Un frío que me atraviesa el corazón dejándome inerte en el sitio. Justo antes de que mis ojos dejen de recibir cualquier sensación veo sus ojos brillando por las lágrimas y me doy cuenta que me ha descubierto.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Otra vez

Esta noche vamos a volver a vernos. Hacía ya mucho tiempo que nos habíamos separado y como todas las separaciones el dolor fue enorme. Uno nunca cree que el corazón pueda influir tanto en la vida. Los primeros días no era capaz ni de salir a la calle. No encontraba consuelo en ninguna parte ni de ninguna forma. Intenté salir con otras mujeres pero cada vez que intentaba besarlas lo único que me venía a la mente era su rostro. Ese rostro que me sabía hasta la perfección. Cuántas veces me pasé horas enteras mirando su cara, simplemente viéndola respirar mientras dormía. No es justo que me dejase de esa forma. Aun ahora los ojos se me llenan de lágrimas y eso que han pasado cinco años desde la última vez que nos vimos. Todavía recuerdo el sabor de sus labios en los míos antes de partir. Pensaba que nuestras vidas eran perfectas pero las cosas nunca salen como uno quiere. El amor no es justo.

El año pasado conocí a una chica maravillosa, Laura. Estaba totalmente enamorada de mí y yo creía que con ella sería capaz de olvidar, pero me engañaba. Cada vez que hacíamos el amor era el cuerpo de ella el que acariciaba. Cada vez que la besaba era a ella. Cada vez que me estremecía era por ella. Nunca estuve con Laura siempre estuve con ella. Laura nunca se percató de ese detalle hasta hoy. Cuando le confesé que hoy iría a ver a mi amor otra vez se le rompió el corazón como se me había roto a mí. La entiendo pero no puedo seguir mintiéndole. En cinco años no he podido pensar en nadie más.

Tenía que haberla acompañado en ese viaje y no haber sido un cobarde. Hoy se cumplen los cinco años. Cinco años sin vernos. Llevo varias noches viéndola en mis sueños y diciéndome que vaya junto a ella y está vez no voy a defraudarla. Esta vez no sería capaz de abandonarla. Además, la idea de suicidarnos juntos había sido mía.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

El vecino

Me encanta sentir el roce de su piel. No soy capaz de resistirme a tocarla cada vez que se acerca a mí. Me da igual en donde sea: en el ascensor, en el portal, en la calle,... Mis manos y mi mente parecen tener vida propia cada vez que ella está a mi lado. Esas caricias furtivas hacen que mi cuerpo cobre vida y clame por salir al exterior. Conozco casi cada centímetro de su piel porque cada centímetro de su piel ha sido memorizado por mis manos. Ha sido un trabajo arduo pero con mucha paciencia y calma he conseguido el propósito de acariciarla casi por completo. Algunas veces fue de una manera sutil, otras la multitud me facilitó la maniobra y en otras, sencillamente estaba allí en el momento apropiado.

Conozco cada fragancia que ha pasado por su piel. Incluso llegué a comprar cada perfume que ella usaba para poderme recrear en la calma de la oscuridad. Esos aromas y la firmeza de su cuerpo me hacen enloquecer y deseo que nuevamente amanezca para poder acariciarla de nuevo. En la nevera tengo un planning con todos sus horarios. Ella es una mujer muy metódica y acostumbra a hacer todo siempre a la misma hora, de otra forma creo que nunca me hubiera decidido a cumplir con mi meta.

Aun recuerdo con anhelo esa primera vez. Era verano y ella apenas estaba cubierta por un poco de ropa. Entramos en el portal y ella, al subir apuradamente las escaleras, resbaló y se torció un pie. Al verla gemir del dolor me ofrecí a calmarle el sufrimiento con un pequeño masaje, como si yo supiera lo que estaba haciendo. En ese momento ella se descalzó y puso su pie sobre mis manos. La suavidad de su piel y el perfume a juventud que desprendía me hizo enloquecer. Deseé poseerla allí mismo pero me contuve y me limité a tocarle con dulzura el pié y la pierna. Luego le pedí que me dejase tocar el otro pié para comparar. Fue un momento de éxtasis. Ella se marchó con una cara de satisfacción cuando le dije que ya estaba. No creo que hubiera tenido nada pero ella se sintió satisfecha con mis caricias y yo más aun por habérselas hecho. Al llegar a casa tuve que cambiarme de ropa interior porque la tenía totalmente empapada y en mi mente empecé a fraguar la idea de acariciarla por completo.

Esa semana la volví a tocar en varias ocasiones. Alguna furtiva en el ascensor, otras más osadamente al abrazarla para darle un casto beso. En el metro pude conocer la anatomía de su culo más a fondo pero siempre de una manera que pasase inadvertida para ella. Sé que si ella hubiera sospechado en alguna ocasión de lo que yo estaba haciendo o de lo que le tengo hecho me hubiera denunciado pero ahora eso ya no me importa.

Hoy es jueves y ella llegará a las 6 de la mañana después de haberla dejado sus amigas delante de casa. Como otras semanas, a duras penas podrá llegar a la puerta de su casa y se pasará un buen rato intentando encontrar las llaves en el fondo de su bolso. No creo que se dé cuenta de que estaré esperándole en la escalera para darle un empujón tan pronto como abra la puerta. Esta noche podré tocar lo que me falta por sentir de ella: su interior. Después de esta noche ella me dejará de interesar pero los funerales siempre son un buen lugar para conocer más gente.

lunes, 10 de noviembre de 2008

La Merienda

- No te preocupes. Los niños están bien. Están jugando en la habitación.- Dice acercándose una galleta a la boca.
- Es que ya sabes, basta que no escuches ningún ruido para que ya te alteres.
- Y qué me vas a decir a mi. cada vez que Ángel está en silencio ya empiezo a temer lo peor. Y casi siempre es así. La última vez le había roto varios libros al padre que aun no me explico como no le dio un sopapo. Él decía que estaba recortando animales y que “su papá” le había dejado. Y claro, yo le pego un tortazo, le castigo y el padre cuando viene es el que le hace las carantoñas. A los que había que castigar es a los tíos.
- Sí es verdad, les encanta ser a ellos los buenos. Mucho gritar pero a la hora de la verdad son los primeros en dejarte quedar mal con los niños. ¡mmmm! Qué café tan rico, ya me dirás que le pones para que sepa tan bien.
- Mujer, no le pongo nada más que una pizca de achicoria. Recetas de la abuela... Pues yo, aun tuve ayer una bronca con Antonio por culpa de Javi. Le había dicho que no le íbamos a comprar nada y ¡no le trae un balón! Casi van los tres por la ventana, el balón, el niño y el padre.
- Claro, es que se creen que con regalos lo arreglan todo.
- ¿Claro? - Dice María enfadada.- ¿A quién se le ocurre comprarle un móvil a un niño de 8 años? Sólo al imbécil de su padre. Por lo menos los vuestros no os están agobiando con el puñetero teléfono. ¡Con ocho años y ya he pagado una factura de cien euros!
- ¿Quién, Javi ha gastado cien euros en móvil? ¿Pero con quién habla un mocoso de ocho años? - Pregunta Elena revolviéndose en el sillón. - Si a Marco se le ocurre comprarle un teléfono a Ángel tendremos muchos problemas en casa. ¡Marco y yo!
- Pero que dices Elena, si el pobre Marco no es capaz de atarse los zapatos sin que se lo mandes.

Las tres irrumpen a carcajadas con ese último comentario y siguen tomando tranquilamente la merienda mientras en la habitación del fondo se escuchan las voces de los tres niños. En esto se abre la puerta y Javi se dirige enfadado al comedor.

- ¡Mama! ¡Mama! Ángel y Andrés no paran de insultarme. Me dicen que soy tonto y que no se jugar.
- Bueno, ya estamos otra vez con problemas. Diles a tus primos que como vaya yo allí les voy a lavar la boca con jabón.
- Y dile a Andrés de mi parte. Que como no se porte bien le llevaré arrastras del pelo hacia la habitación. - Dice María mientras coge la cafetera.- ¿Queréis este poco o voy a preparar más?
- Haz un poco más. Que aun quedan pasteles y galletas. Nos vamos a poner como focas.
- Ya nos veo a dieta por culpa de la merienda de hoy. - Comenta Elena mientras hincha la barriga.
- Mujer, si tú estás muy bien. Aun no me explico cómo quedaste tan bien después del parto.
- ¿Tan bien? Pero si me quedé casi sin tetas. Si lo llego a saber le enchufo el biberón nada más salir.
- Pues no se de que os quejáis las dos. - Dice Teresa levantando la camiseta y enseñándoles el torso. - ¡Mirad esto! ¡Tengo barriga de cinco meses y los pechos descolgados pero no me arrepiento de nada!, lo que sí que me arrepiento es de no haberle cortado cierta cosa a Antonio. Javi es un cielo pero el capullo de su padre es un cretino que ni siquiera sirve para...
- ¿Que no sirve? - dicen Elena y María a un tiempo.
- Pues cuando quieras te lo cambio por Andresito. Si no fuera porque me apaño sola...
- ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Ya sabía yo que iba a ser un buen regalo de despedida de soltera.
- Así que fuiste tú.
- No, no fue ella. La idea fue mía. - Dice María sonrojándose.
- Pues por lo menos ahora sabéis que tiene utilidad.

Nuevamente escuchan gritos y llantos en la habitación de los niños y la puerta vuelve a abrirse.

- Esta vez es Ángel, Elena.
- ¡Mamaaaa!- suspira Ángel entre sollozos.- Andrés me ha pegado y dice que no puedo ir a jugar con ellos.
- ¡ANDRÉS!- Grita María por el pasillo. - ¡Cómo te vaya ahí te voy a arrancar todos los pelos de la cabeza!
- ¡Vale Mama! - se escucha tras la puerta.
- Vete ya a seguir jugando Ángel.- dice Elena dándole un beso en la mejilla.

Las tres se dirigen a la cocina a preparar más café y cierran la puerta para no escuchar el alboroto que siguen armando los niños en la habitación.

- Estos tres son increíbles. Ahora se pegan, ahora se adoran.
- Sí,- se ríe María mientras le da un cachete a Elena, - y nosotras éramos igual, ¿o ya no te acuerdas?
- ¡Eh!, ¡que eso me ha dolido!

Durante un rato las hermanas inician una pequeña refriega en la cocina que se salda con un vaso roto y unas cuantas nalgas coloradas.

- Estoy agotada. Ya no me acordaba de lo que es jugar. - Jadea María mientras se arregla la ropa.
- ¿Qué raro que no hayan vuelto los niños? ¿se habrán cansado de pelear también?
- Déjalos haber si se quedan dormidos. - exclama Teresa mientras se abrocha la camisa.
- No habrá suerte. ¿Haber quién viene ahora? - Pregunta María tras escuchar nuevamente un portazo.
- ¿Javi, pero de qué te has manchado? ¿qué es eso?
- ¡Mama, Andrés dice que ya no va a volver a decir palabrotas!
- ¿Andrés? ¿qué ha pasado Javi? - Pregunta María alterada.
- Nada, no quería dejar de decir palabrotas ni pegarnos y le castigamos. ¿Pregúntale a Ángel?

Las tres madres se giran hacia la puerta en la que se haya Ángel con la ropa toda manchada y las manos llenas de una masa informe.
- Pero ¿qué habéis hecho? - Suplica Elena.

Corriendo se dirige a la habitación y empieza a gritar entre sollozos. Al abrir la puerta, María y Teresa, se la encuentran abrazando a un Andrés cubierto en sangre que no para de llorar y de repetir que nunca volverá a decir palabrotas, pero que le devuelvan el pelo.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Juntos

Hace más de cinco años de aquello. Todos los días se ven para comer, para cenar, para salir juntos y hablan. Hablan. Le encanta la manera de reírse de ella. Cada vez que se ríe enloquece por dentro. Hoy es su cumpleaños y ella está radiante, bella, hermosa, feliz.

La acompaña a casa y, como todas las noches, mientras él aparca ella va preparando la cena. Al cabo de una hora sube. El piso está a oscuras. Al llamarla no responde y se asusta. Empieza a buscarla por la casa y cuando abre el dormitorio la ve.
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La quiere y desde hace tiempo. Realmente la quiere desde siempre, desde la primera vez que ella le dirigió la palabra en el instituto. Supo en ese momento que ella era “la mujer”, la mitad perfecta que necesitaba en su vida, pero.... cometió el error de entablar una amistad con ella. Nunca tendría que haber hablado con ella de sus inquietudes, de sus angustias, de su vida. Así nunca se habría enterado de lo enamorada que estaba de su mejor amigo. Así nunca le habría ayudado a que los dos estuviesen juntos, a que se gustasen, a que se enamoraran, ni a ser su padrino de bodas. ¿Cuántas lágrimas derramadas en su interior por un amor que nunca le sería correspondido?

La amistad que los unía era su único consuelo. Era su hermano, su confesor, la persona que siempre estaba en cada momento, en sus penas y en sus dichas. Le dolía que él la tuviera y no la valorase, pero nunca se lo dijo.

Cuando le llegó la noticia del accidente fue corriendo a ayudarla. Estuvo con ella en el hospital velándola, esperando a que despertase de su letargo y de su silencio. El coche se les fue en la autopista y ella tuvo suerte, sobrevivió, pero parte de su mente murió ese día. Ella lo quería y él no podía hacer otra cosa que seguir esperando.

Le ayudó en su rehabilitación y cuando su cuerpo se recuperó le ayudó a que su alma volviera a nacer. Fue difícil, pero él era su amigo y ella lo necesitaba. Le ayudó a volver a vivir, a que se ilusionase por un nuevo día y a que se recuperara de su melancolía. Nunca intentó sustituirlo, no podría y ella no estaría dispuesta, lo seguía queriendo en su ausencia. No tenía su amor pero le llegaba con su amistad.

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Abre la puerta de la habitación. Sobre la cama adormilada se encuentra un ser maravilloso. El pelo alborotado cubre su rostro. La sábana, que nos muestra una silueta casi perfecta, se desliza dejando su torso al descubierto, desnudo. Se acerca lentamente a su piel, oliendo su fragancia, empapándose de su ser. La acaricia con suavidad recreándose en cada poro de si mientras ella se estremece de deseo. La sábana se haya ahora en el suelo y sobre la cama aparece la majestuosidad de su cuerpo. Al percibir su ausencia se encoge buscando el calor, el abrigo. Le coge con ternura los pies y empieza a recorrer la pierna sin dejar ninguna zona sin acariciar, sin memorizar con los dedos. Ella se gira y queda boca arriba expectante. Las manos siguen subiendo, recorriendo su cintura, su abdomen, su cuello y bajan hacia los brazos como olvidándose del resto. Cuando éstas se abren, sus labios acarician la palma y la caricia se transforma en un cálido beso que vuelve a subir. Un gemido se escucha creciendo en su interior y sus manos buscan ansiosas donde asirse fundiéndose en un único ser que nace de su pasión. Las horas se alargan, se vuelven eternas. El sudor de los cuerpos se une en un torrente único. La noche llega a su fin.

Al despertarse mira a su alrededor y sólo encuentra una silueta dibujada sobre la almohada. Acaricia el lugar donde no hace mucho ella estaba, todavía tibio. En su cabeza las ideas se arremolinan y se pregunta si lo que han hecho fue lo correcto o simplemente nunca tendría que haber pasado.

viernes, 7 de noviembre de 2008

La Bella Durmiente

Despacio me acerco hacia ella. Sé que podría hacer todo el ruido que quisiera, que no se despertaría. Pero el verla ahí, indefensa y dormida, me impone mucho respeto. Con delicadeza la beso en la frente y me siento a su lado, esperando. Observo como su pecho sube y baja rítmicamente.

Me gustaría saber que está soñando ahora, si sabe que estoy aquí. Quisiera enseñarle las cosas que he aprendido a hacer desde que ella duerme. Yo creía que los personajes de cuentos no podrían cobrar vida, pero al verla sé, que si existe la bella durmiente, tiene que existir el príncipe.

Sé que yo no soy. La he besado muchas veces desde que quedó dormida y nunca abrió los ojos. También han venido muchos hombres a verla, pero tampoco. Nadie es un príncipe de verdad. Me sorprendo al darme cuenta de que la estoy peinando con el cepillo que había sobre la mesa. Quiero que esté lo más preciosa posible para cuando el príncipe la vea. Tal vez, el problema es que no la ven como yo la veo.

Es la mujer más hermosa que he conocido. La pena es que yo soy demasiado pequeño como para ser un príncipe. Si al menos fuera un enano podría ser un príncipe de los enanos. Nuevamente se abre la puerta.

- Me vienen a buscar, bella. – Le susurro. – Mañana volveré.

La pena es que Felipe esté casado. Le envié una carta diciéndole que la Bella Durmiente le estaba esperando para que viniera a darle un beso. Aun no me ha respondido pero mientras no lo haga seguiré viniendo a peinarla y tenerla lo más guapa. Cuando abra los ojos se va a alegrar de que yo estuviera a su lado todos los días.

Mis ojos se llenan de lágrimas cuando me separo de ella. Otra vez escucho el sonido que más odio, el de la puerta cerrándose tras de mí mientras ella queda sola en la habitación. La próxima semana cumpliré 9 años y mi deseo será que el príncipe encuentre el camino mientras pienso que, tal vez, lo mejor hubiera sido que me hubiera quedado como ella: Durmiendo feliz mientras espero.

Así no sabría lo que pasó. Así no tendría pesadillas todas las noches. No me levantaría entre gritos cada vez que me acuerdo del accidente. No recordaría cada palabra de lo que estaban diciendo cuando me cayó el yogurt en el asiento y grité. No vería como sus ojos se dirigen hacia mí mientras sigo gritando por ensuciar todo. No escucharía mis gritos cuando supe que chocaríamos contra aquel camión. No abriría los ojos tras el golpe. No tendría en mi mente la imagen grabada a fuego y sangre de mi padre decapitado, mientras mi madre permanece a su lado, transformada en una Bella Durmiente que jamás despertará… Pero sigo soñando para que algún día un beso consiga traerla de nuevo a mí, para poder pedirle perdón.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Nacer

Escucho nuevamente un ruido en la ventana. Sé que es imposible que haya nada afuera pues vivo en un 6º pero no puedo evitar el asomarme esperando ver algo. Nada. He comentado esto a algunos amigos pero todos me dicen que lo que tengo son alucinaciones. Y así estoy otra vez, mirando a una ventana vacía y observando la calle desnuda. Hace mucho calor y me meto en la cama sin más ropa que mi piel.

Los sueños también se repiten últimamente. Siempre veo a una mujer perfecta. Me la imagino en una plenitud carnal y voluptuosa. La noto acercase lentamente, oliéndome como si de un animal se tratase. Me hallo hipnotizado mirando sus ojos resplandecientes y dejo que se aproxime. La deseo y me desea. Y el tiempo se alarga durando toda la noche y haciendo que yo nunca quiera despertar.

Por fin abro los ojos pero no veo nada. Todo está oscuro. Al intentar moverme me doy cuenta que no soy capaz de hacerlo. Un grito sale de mi interior asustándome. No puedo pensar con claridad. Analizo mis últimas horas pero no soy capaz de sacar nada en claro. Con las manos palpo a mí alrededor y entonces es cuando mi cabeza enloquece. ¡Estoy en un ataúd! esto debe de ser una broma pesada de mis amigos.

No se cuanto tiempo ha pasado pero mis sentidos parece que se han acostumbrado a la oscuridad. Ya percibo los sonidos a mí alrededor. He dejado de dar golpes pues lo único que hago es cansarme y nadie parece darse cuenta.

Minutos, horas, días... no soy capaz de controlar el tiempo, cuando por fin escucho un sonido fuerte que resuena en torno a mí. Al fin me van a sacar de aquí. Al primero que vea lo voy a matar, esto no se le hace a nadie. Ya estoy harto de sus bromas. Como cuando encerraron un gato en mi taquilla. El animal casi me mata del susto al abalanzarse sobre mí. Pero esto no se lo perdonaré en mi vida. Parece que me depositan sobre el suelo. Y escucho como fuerzan la tapa.

Entonces entra un rayo de luz, veo los hermosos ojos de ella, su mano extendiéndose sobre la mía reclamándome junto a su lado y entiendo.....

miércoles, 5 de noviembre de 2008

La Otra

Todas las horas son iguales para mí. Desde mi existencia no he conseguido estar tranquila ni un sólo instante. No tengo tranquilidad ni más compañía que la tristeza que me sigue allí donde vaya. Miedos, temores, secretos acallados para siempre, amantes separados, enemigos y amigos, almas que no llegaron a ver la luz del sol o las que vieron muchos inviernos, reyes triunfantes y pobres esclavizados,... eras enteras transcurrieron bajo mi yugo y muchas otras que partirán al mismo sitio del olvido.

Siempre espero a ese último instante en el que los ojos me ven buscando una salida. Me bebo su terror y me alimento de su miedo. Implacable camino por el mundo intentado descansar pero no lo consigo. No creo que nunca pueda detenerme un segundo para ver como la rosa atraviesa la tierra triunfante y proclama su existencia. No creo que llegue a ver como florece y como inunda el jardín con su efímero perfume. Ni siquiera creo que pueda disfrutar del momento en el que el cielo vibra al marcharse el sol, o cómo las gotas de lluvia crean una melodía de vida en su suicidio. Quisiera poder ver los ojos del amor y ser correspondido, y estremecerme al sentir su piel. O simplemente ser el roble que guarda en su seno las memorias de cada ser que habitó en él, y que soñó con estar bajo su abrigo.

No quiero seguir caminando ni trabajar pero no me queda más remedio. Así fue desde el principio y seguirá siendo hasta el final. El infinito es mi manto y eso me permite observar los momentos previos a mi trabajo. Intentar deleitarme con los pensamientos que desaparecerán y caerán en el olvido. Y esta noche es ella.

Su nombre no importa, nunca importan los nombres sólo los pensamientos. Me introduzco en sus ilusiones y noto su alegría. La felicidad que desborda por haber conseguido lo que quería en su vida. Veo a su amante y cómo yacen juntos cada noche. Lo siento en cada poro y lo vuelvo a ver en sus sueños. Los sacrificios que pasó hasta llegar a este momento y todas las cosas que dejó atrás. El sufrimiento y el dolor, el miedo, los rencores perdonados,... cada suspiro de su existencia está ahora en mí. Hasta el corazón que empieza a formarse en su vientre es mío.

Disfruto con cada fracción de tiempo que queda y entonces hago mi trabajo. Con mis garras arranco sus almas dejando tras de sí un cascarón vacío. Le hago mirarme a los ojos y empieza a comprender, pero cuando mira en mi otra mano ve lo que guardaba en su interior y grita. Gritará eternamente pero nadie podrá oírla ya. Hundo mis colmillos sobre su espectro y empiezo a devorarla saboreando su delicadeza e intentando que nada se me escape esta vez. No quiero que pueda seguir vagando como muchos espectros. Esos es lo que son los pequeños bocados que no llegué a terminar. Deseo que esta vez todo su ser pase a formar parte de la inmensidad y que sólo yo posea el recuerdo. Cuando acabe iré a por él. No me gusta separar a las familias, aunque a veces es inevitable. Hay gente a la que la muerte aun no le alcanzó. Aunque no importa mucho unos días o unos años cuando se vive en la eternidad.

martes, 4 de noviembre de 2008

Él

Hacía tiempo que no era capaz de encontrara alguien que me hiciera sentir bien o con quién me encontrase a gusto. Parte de la culpa puede que fuese mía. No es fácil superar una relación que acaba en desastre, sobre todo cuando te enteras que has pasado la mitad estando totalmente engañada.

Yo le quería, le adoraba, necesitaba de su aliento para poder despertarme cada día. Mi vida giraba en torno a él. Era ciega porque sólo tenía ojos para él. Era sorda porque sólo era capaz de escuchar su voz, hasta cuando no hablaba. Y lo peor es que era muda, de eso me di cuenta tarde. Era muda porque él nunca me escuchaba, sólo asentía. Quitando ese pequeño detalle, tenía la relación perfecta. El estaba conmigo y eso me llegaba.

Era encantador, delicado, cortés, detallista y en la cama... ¡Dios mío! era deliciosamente agotador. Hasta que lo conocí no podía imaginar que se podía gozar de tantas formas distintas. Los hombres presumen de su hombría pero a la hora de la verdad la fuerza se va por la boca, y ni siquiera la boca saben usar bien. Él me enseñó las cosas que me gustan y como conseguirlas tanto con él como sin él. Eso sí que se lo agradezco, por lo menos aprendí algo de lo que saqué provecho. Envidio a la mujer que esté con él por eso. Bueno, no, no la envidio, ahora no.

Analizando la situación desde la distancia me doy cuenta que él nunca me quiso como yo a él. Ni siquiera podría decir si me había querido alguna vez. En su momento me destrozó el corazón y me vi morir todas las noches. La almohada no se daba secado y no me apetecía nada. Durante días apenas comí y tal vez fue eso lo que me hizo empezar a recuperarme.

Una mañana me levanté al baño y el espejo me devolvió un cadáver de huesos y piel. Al principio no me reconocí pero al instante empecé a llorar. Lágrimas de rabia e ira conmigo misma. No era justo que me dejase morir por culpa de la mentira. Mi mentira. Le llamaba constantemente para oír su voz y eso me hacía daño. Hasta ese momento había pensado que todo lo que me había dicho no era más que una mentira y que me llamaría a la puerta pidiéndome perdón. Creía que se acercaría a mí y envolviéndome en sus brazos me tiraría sobre la cama, y me haría el amor como al principio. Y que la otra mujer nunca había existido. Que nunca se apartó de mí. Y haríamos el amor una y otra vez hasta saciarme de él. Y que las palabras que me repetía una y otra vez eran ciertas, me quería y me necesitaba. Necesitaba verlo y lo que me encontré fue un despojo de mujer desnuda frente a un espejo.

Rompí el espejo con el puño y me hice la promesa de que nunca más iba a permitir que el amor me dominase. No iba a volver a amar a nadie y nadie iba a poseerme otra vez en cuerpo y alma. Con sangre juré esa promesa y conservo la cicatriz. Una cicatriz en la mano y otra en el corazón.

Lo triste de las promesas que tienen en su contenido un "jamás" son las primeras que rompemos. No sé como sucedió. Un día conocí a un chico que se limitó a escucharme. Me escuchaba como el lector que espera durante meses el nuevo ejemplar de su autor favorito. Devoraba cada palabra y con su deseo por seguir descubriendo mi alma y mis miserias acabó destapándome completamente. Fue la primera persona que me conoció de principio a fin. Supo de mis anhelos, de mis temores, de mis inseguridades y de aquellas cosas que ocultamos porque la vergüenza de afrontarlas nos hiere. Supo de cosas que guardaba en lo más dentro de mí. Con su paciencia acabó rompiendo el muro que había creado y un día me di cuenta que no podía vivir sin él.

Durante muchas noches estuve valorando si merecía la pena perder lo que tenía. Mi egoísmo me hacía rechazar todo intento de afectividad por parte de él. No quería perder su amistad, lo necesitaba para seguir entera. Y empezó a regalarme rosas. Todos los lunes me enviaba una rosa al trabajo como un gesto más. Era un detalle simple pero que se acabó haciendo necesario, tan necesario como él y al final accedí.

Hace casi un año que estamos juntos. Yo sigo siendo igual de distante y cada mañana abandono la casa pronto y no regreso hasta la tarde. Mi trabajo podría permitirme el comer en casa pero no quiero perder esas horas de independencia a las que me he acostumbrado. Él esta tan ciego como estaba yo y eso me hace darme cuenta de la mala suerte que tuve de no haberlo encontrado antes. Tal vez no lo quiero tan plenamente como quise en otra vida, pero mi corazón ya no está herido y casi no me acuerdo de aquella cicatriz. En sus manos encontré un día mi alma y con su delicadeza consiguió volverla al sitio del que nunca tuvo que haber salido. Le quiero pero temo quererle y eso me hace ser feliz. Sé que suena extraño pero es exactamente esa inseguridad la que me demuestra lo profundamente enamorada que estoy de él. No creo en la eternidad pero disfruto de cada segundo a su lado eternamente. Mañana será otro día y lo que pase me da igual, hoy estoy con él y eso me llega.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Ella

Otra vez se ha marchado pronto y me ha vuelto a dejar sólo. La sensación de la cama vacía antes me gustaba pero ahora no soporto el notar su ausencia. Intento contener dentro de mí el aroma que aun persiste en las sábanas. Me impregno en su sudor y me imagino otra vez con ella. En mi piel se hayan todavía los restos de la noche, del cansancio tan dulce. Perdí la noción del tiempo durante un par de veces pero ella es capaz de recargarme de energía con sólo mirarme. Tiene una mirada sumamente erótica. Me encanta cuando dirige sus ojos hacia mí pidiéndome más, deseándome. Mi cara se ilumina pensando en ella.

Llevamos casi un año juntos y todo es perfecto. Nos compenetramos perfectamente en todo. Los mismos gustos, las mismas aficiones, incluso le ha caído bien a mis padres, cosa difícil de comprender porque mi madre es sumamente crítica con todas las mujeres que han estado conmigo. Hasta me ha empezado a hablar de nietos. ¡Nietos!, a decir verdad desde que ella los nombró me imagino casado con ella y con dos niños. Unos niños tan hermosos como ella, con su cara, su piel.

Lo que no soporto es que se marche tan pronto todas las mañanas. Aun empiezan los primeros rayos de sol a asomarse por la ventana y ella ya está cerrando la puerta. Todos los días me hago el perezoso en cama para contemplar su cuerpo. Verla entrar en la ducha desnuda como una diosa. Luego vuelve empapada a darme un beso y sacudir su pelo sobre mi rostro. Coge la ropa y empieza a vestirse de una forma que me vuelve loco. Nunca pensé que me iba a excitar tanto ver vestirse a una mujer.

Y luego viene el beso de despedida. Un beso que implica tiempo, el tiempo que voy a estar extrañándola hasta que volvamos a vernos a la tarde. ¡Qué largas se me hacen las horas sin ella! Las compañías de móviles deben estar contentas conmigo, me paso todo el rato mandándole mensajes. No puedo llamarla porque no me coge nunca en el trabajo. La gente de mi trabajo se da cuenta de que soy feliz. Mi humor me ha cambiado tanto que ni yo me reconozco. Soy tan feliz que voy a intentar formalizar mi relación. Quiero envejecer a su lado.

No creo que exista una vida en la que ella no sea el eje principal de la misma. Antes pensaba que el amor no era más que un invento extraño para justificar arrebatos y demás sandeces que uno cometía, pero ahora estoy convencido que el amor es lo que siento cada vez que oigo su voz o que veo su rostro. Mi corazón se detiene cada vez que escucho sus pasos al otro lado de la puerta y se entristece cada vez que se aleja de mí. Sí, estoy enamorado y no sé que sería de mí si a ella de pasase algo.

Y lo peor es que enloquezco cada vez que la veo triste o preocupada. Una angustia me recorre cada vez que veo en sus mejillas una lágrima o una señal de tristeza, aunque sean provocadas por una película o un libro. Intento que cada día sea el más feliz de su vida porque con ello consigo ser feliz. Y no se trata de regalos, lo que cuentan son los detalles. Detalles como los mensajes o el hecho de que cada vez que la rosa que le regalo le empiezan a caer los pétalos, ya tengo otra para ocupar su lugar. Y sin que ella lo sepa guardo los pétalos de todas esas rosas que le he ido regalando en este tiempo. Un día le sorprenderé con ellas. Otra cosa que le encanta es que le dé masajes en los pies y que le deje dormir unos minutos en el sofá. Ella dice que ve la televisión pero no recuerdo verla despierta más de 10 minutos. Luego la despierto suavemente besándole el cuello y la acompaño a la cama. Soy feliz con su felicidad.

sábado, 1 de noviembre de 2008

White Rose

Antes tenía miedo. Todas las cosas me asustaban y más aun las personas. No me creía capaz de afrontar una situación sin ayuda ajena y mucho menos decidirme a hacer algo por mi cuenta. Tal vez, la culpa haya sido del exceso de protección al que me habían sometido mis padres. Su mirada siempre había recaído sobre mí. Ya en el colegio sus visitas a mis profesores eran constantes, pero lo que llevaba peor eran las visitas a los médicos. Me conocía a casi todos los especialistas de la ciudad. Mi madre se había empeñado en que yo estaba enfermo y era tal su convencimiento que yo también me lo acabé creyendo. La primera cosa que tomaba cada mañana era una sucesión de pastillas y jarabes. Realmente no recuerdo haber enfermado nunca aunque según mi madre eso se debe gracias a todas las cosas que ella me había estado dando. Eso también ha servido para crear en mí una fuerte aversión a los médicos. Otro miedo más.

Tampoco me gustaba estar a oscuras y siempre la televisión o la radio se hallaban encendidas en casa para sentir compañía. Nunca dejaba la cama sin hacer ni los platos sin fregar. No es la primera vez que me levanto a las cinco de la madrugada para fregar la taza de la cena. Cada figura que estaba en mi salón estaba perfectamente alineada y siempre usaba una bandeja para no manchar nada. En el baño las manías eran mayores aun. Nunca dejaba la tapa levantada y siempre miraba antes de hacer cualquier cosa. Es evidente que nunca hacía nada en otro baño que no sea el de casa. Y mis dientes siempre eran cepillados unas tres o cuatro veces y por un espacio no inferior a cinco minutos.

Todas esas pequeñas manías me habían llevado a ser un personaje extravagante y tal vez por eso no había habido muchas mujeres que se fijaran en mí, salvo mi madre. Hasta ella intervino en cada relación que tuve. Por mucho que me gustase la mujer con la que estaba ella siempre le encontraba pegas: que si fea, si muy guapa, tal vez baja o alta, gorda o delgada, muy instruida o una lerda... nunca había ninguna a su gusto. Creo que si por ella hubiese sido se habría ofrecido a casarse conmigo. Pero todas esas cosas son ya agua pasada.

Todo eso fue antes. Antes de que yo hubiera vuelto a nacer en vida. No recuerdo exactamente el momento exacto de mi nuevo parto pero sí lo que estaba haciendo, para ser más exacto de lo que iba a hacer. Estaba a punto de suicidarme. Bueno, miento, me estaba suicidando. Ya tenía puesta la cuerda sobre la que me iba a colgar. La había atado en el anclaje de la lámpara del salón. Previamente la había descolgado cuidadosamente y ya había probado la resistencia de la cuerda. No quería que todo se me viniese encima y me quedase tetrapléjico. Hice el nudo corredizo con la seguridad de un buen scout y lo pasé por la cabeza ciñéndolo bien al cuello y justo cuando me disponía a saltar de la silla sentí la explosión.

Casi pierdo el equilibrio cuando los cristales se hicieron añicos. Hubiera sido triste el haberme muerto sin haber satisfecho mi curiosidad y afloje el nudo para asomarme a la ventana. Ante mis ojos había un cuadro dantesco. Las alarmas de los coches y de los locales estaban enloquecidas y donde antes había una parada de bus ahora sólo había un amasijo de hierros y carne. La gente se asomaba con miedo a las ventanas y algunos gritos me hicieron tomar consciencia de lo que estaba sucediendo. Me dispuse a bajar para intentar hacer algo. Una vez en el portal el espectáculo fue peor. Justo en la entrada de mi casa había un brazo al que le faltaba el resto del cuerpo y entonces morí.

No sé cuanto tiempo pasó ni que cosas hice en ese caos. Me acuerdo de una niña con una rosa blanca en su mano que llamaba a su madre cubierta en sangre, me acuerdo de caras y me acuerdo de llantos. Cuando esa noche regresé a casa yo era una persona distinta algo nuevo había nacido y no lo reconocía. Al día siguiente me enteré que todo había sido un atentado de no se quién, ese detalle no importa, y ese mismo día me apunté a una ONG, tal vez mis estudios de enfermero podrían servir para algo en alguna parte.

Por cierto, la niña que me encontré ese día perdió a su padres y se quedó sin familia. Bueno, no sin familia, ahora es mi hija y los dos rememoramos cada año ese día en que nuestras vidas se encontraron volviendo a ese sitio y depositando una rosa blanca en aquél lugar. Ya hemos cumplido con nuestra cita en una veintena de ocasiones y pese a encontrarnos en algún país alejado no hemos faltado nunca. Somos enteramente felices.

Ese día también murió mi madre.