jueves, 27 de noviembre de 2008

Ciego

La oscuridad lentamente se va cerniendo sobre mí. Las luces de la habitación no son más que un tenue resplandor apenas imperceptible. Me cubro los ojos con las manos y lloro. Cuando consigo calmarme todo es oscuridad. Nadie puede explicarse el porqué de mi ceguera y hasta hace unos días yo tampoco le encontraba explicación. Uno no se percata de lo que depende de al vista hasta que se queda sin ella.

Esas pequeñas molestias y cansancio de ojos no eran algo a lo que uno le da importancia, sobre todo cuando te pasas muchas horas delante de una pantalla. La preocupación me llegó cuando las caras empezaron a difuminarse. Estaba en mi oficina tendiendo a la gente cuando se me sentó una mujer y pese a estar mirándole la cara no era capaz de otra cosa que de perfilar su silueta y al mirar la pantalla mi mundo, en el que me desenvolvía cada día, dejó de existir.

No es que me quedase ciego, la cosa era que sencillamente no podía leer ni ver nada de lo que tenía delante. El universo se limitaba a un caos de colores y formas. Una compañera me tuvo que acompañar al médico, no es que estuviera histérico ni nada por el estilo, es que no podía conducir. Una vez en el oculista me sometieron a un sinfín de pruebas de las que concluyeron que lo que tenía era motivado por estrés. Me mandaron unas gotas, unas pastillas para dormir y descanso.

Una vez en casa creí que empezaría a encontrarme bien, pero lo único que sucedió es que por lo menos me podía mover sin tropezar con las cosas. Es increíble la cantidad de cosas que tenemos en una casa y que no sirven para nada, tengo un montón de cardenales en mis piernas que lo atestiguan. A falta de poder hacer otra cosa me dediqué a llamar por teléfono para dar un sinfín de explicaciones. Y lo peor de todo, pensar. Debería de estar prohibido el tener tiempo para pensar. En mi raciocinio intenté buscar explicaciones lógicas a esta situación que se me estaba planteando y no encontraba ninguna. Luego intentaba recordar cosas: la última cara que había visto, las personas que trabajan conmigo, mi familia, los recuerdos de los objetos más nimios,... intentaba refrescar mi memoria al máximo. También intentaba recordar como era el cuerpo de la última mujer con la que me había acostado. Pensaba que los recuerdos de esas cosas me podrían ayudar a no perder la vista completamente. Cada vez que veía algo me esforzaba por intentar verlo, si no era con mis ojos lo hacía con mi mente.

Según los días avanzaban y la ceguera ganaba terreno empecé a analizar todo lo que había hecho para buscar un motivo a lo que me estaba pasando. Ya estaba harto de pasar por scanner, TAC, resonancias y todo tipo de pruebas médicas. No necesitaba que me volvieran a decir que todo estaba aparentemente bien y que no se explicaban mi caso. Quería soluciones no lisonjas.

Hoy me encuentro en ese mundo donde el sonido es el arma principal. Mi hogar se ha transformado en una zona despejada y libre de cualquier objeto que me pudiera molestar. Mucha gente me ha llamado para apiadarse de mí y eso me hace sentir más inútil de lo que soy. Por lo menos esta tarde me tocará repasar las últimas cosas que había pasado en el trabajo. Mi compañera se acercará para que, entre los dos, dejemos por finiquitada mi relación con el mundo laboral. Ya estaba harto de atender a la multitud de incompetentes que me venían cada día a la oficina. Gente que se merece estar donde está por su poco afán e ineptitud. La mayoría me tildaban de dictatorial y cruel pero a mí esos apelativos sólo me producían alguna que otra sonrisa. Aun me acuerdo de la última persona que atendí: esa mujer.

Recuerdo que acababa de cubrir su ficha de petición y me disponía a despedirla cuando empezó mi odisea. Por culpa de mi "enfermedad" me había olvidado completamente de su caso. Con anterioridad había tenido alguna que otra "perla" mientras cubría la ficha de petición, pero esa mujer se estaba llevando la palma hasta ese momento. Recuerdo que me había dicho que no tenía ningún tipo de estudios pero que sabía hacer de casi todo, todas las mujeres saben hacer de todo si se empeñan. Pero cuando le comenté que me dijese la lista de trabajos para los que estaba capacitada no aguanté más. Tuvo suerte de que me pusiese mal en ese momento o no podría volver a pisar esa oficina en su vida. Me comentó que quería un trabajo de adivina o de bruja. ¡De bruja!, mi carcajada se escuchó en toda la oficina. Le dije que se fuera a tomar el pelo a otro sitio y que mientras yo trabajase nunca iba a encontrar trabajo... ¡Fue entonces! ¡Fueron sus palabras! No le había prestado atención hasta hoy, me dijo: "Que tus ojos compartan la mirada de tu corazón"... Realmente era una bruja y yo soy ciego.

1 comentario:

Perséfone dijo...

Vaya si era bruja...

A más de uno le vendría bien algún conjuro de este tipo.

Eso sí, acabas de relatar, una vez más, otro de esos grandes temores del ser humano.

Creo que la vista es el sentido del que más dependemos.

Buena historia.

Un abrazo.