sábado, 1 de noviembre de 2008

White Rose

Antes tenía miedo. Todas las cosas me asustaban y más aun las personas. No me creía capaz de afrontar una situación sin ayuda ajena y mucho menos decidirme a hacer algo por mi cuenta. Tal vez, la culpa haya sido del exceso de protección al que me habían sometido mis padres. Su mirada siempre había recaído sobre mí. Ya en el colegio sus visitas a mis profesores eran constantes, pero lo que llevaba peor eran las visitas a los médicos. Me conocía a casi todos los especialistas de la ciudad. Mi madre se había empeñado en que yo estaba enfermo y era tal su convencimiento que yo también me lo acabé creyendo. La primera cosa que tomaba cada mañana era una sucesión de pastillas y jarabes. Realmente no recuerdo haber enfermado nunca aunque según mi madre eso se debe gracias a todas las cosas que ella me había estado dando. Eso también ha servido para crear en mí una fuerte aversión a los médicos. Otro miedo más.

Tampoco me gustaba estar a oscuras y siempre la televisión o la radio se hallaban encendidas en casa para sentir compañía. Nunca dejaba la cama sin hacer ni los platos sin fregar. No es la primera vez que me levanto a las cinco de la madrugada para fregar la taza de la cena. Cada figura que estaba en mi salón estaba perfectamente alineada y siempre usaba una bandeja para no manchar nada. En el baño las manías eran mayores aun. Nunca dejaba la tapa levantada y siempre miraba antes de hacer cualquier cosa. Es evidente que nunca hacía nada en otro baño que no sea el de casa. Y mis dientes siempre eran cepillados unas tres o cuatro veces y por un espacio no inferior a cinco minutos.

Todas esas pequeñas manías me habían llevado a ser un personaje extravagante y tal vez por eso no había habido muchas mujeres que se fijaran en mí, salvo mi madre. Hasta ella intervino en cada relación que tuve. Por mucho que me gustase la mujer con la que estaba ella siempre le encontraba pegas: que si fea, si muy guapa, tal vez baja o alta, gorda o delgada, muy instruida o una lerda... nunca había ninguna a su gusto. Creo que si por ella hubiese sido se habría ofrecido a casarse conmigo. Pero todas esas cosas son ya agua pasada.

Todo eso fue antes. Antes de que yo hubiera vuelto a nacer en vida. No recuerdo exactamente el momento exacto de mi nuevo parto pero sí lo que estaba haciendo, para ser más exacto de lo que iba a hacer. Estaba a punto de suicidarme. Bueno, miento, me estaba suicidando. Ya tenía puesta la cuerda sobre la que me iba a colgar. La había atado en el anclaje de la lámpara del salón. Previamente la había descolgado cuidadosamente y ya había probado la resistencia de la cuerda. No quería que todo se me viniese encima y me quedase tetrapléjico. Hice el nudo corredizo con la seguridad de un buen scout y lo pasé por la cabeza ciñéndolo bien al cuello y justo cuando me disponía a saltar de la silla sentí la explosión.

Casi pierdo el equilibrio cuando los cristales se hicieron añicos. Hubiera sido triste el haberme muerto sin haber satisfecho mi curiosidad y afloje el nudo para asomarme a la ventana. Ante mis ojos había un cuadro dantesco. Las alarmas de los coches y de los locales estaban enloquecidas y donde antes había una parada de bus ahora sólo había un amasijo de hierros y carne. La gente se asomaba con miedo a las ventanas y algunos gritos me hicieron tomar consciencia de lo que estaba sucediendo. Me dispuse a bajar para intentar hacer algo. Una vez en el portal el espectáculo fue peor. Justo en la entrada de mi casa había un brazo al que le faltaba el resto del cuerpo y entonces morí.

No sé cuanto tiempo pasó ni que cosas hice en ese caos. Me acuerdo de una niña con una rosa blanca en su mano que llamaba a su madre cubierta en sangre, me acuerdo de caras y me acuerdo de llantos. Cuando esa noche regresé a casa yo era una persona distinta algo nuevo había nacido y no lo reconocía. Al día siguiente me enteré que todo había sido un atentado de no se quién, ese detalle no importa, y ese mismo día me apunté a una ONG, tal vez mis estudios de enfermero podrían servir para algo en alguna parte.

Por cierto, la niña que me encontré ese día perdió a su padres y se quedó sin familia. Bueno, no sin familia, ahora es mi hija y los dos rememoramos cada año ese día en que nuestras vidas se encontraron volviendo a ese sitio y depositando una rosa blanca en aquél lugar. Ya hemos cumplido con nuestra cita en una veintena de ocasiones y pese a encontrarnos en algún país alejado no hemos faltado nunca. Somos enteramente felices.

Ese día también murió mi madre.

6 comentarios:

Julio Torres dijo...

Noraboa polos teus relatos Alba. Mandeiche un email antes non sei se o recibistes. Se non é así, enviame un de volta a alareiramaxica@gmail.com e volto a mandarcho.

Sería unha ledicia contar coa túa colaboración en A Lareira Máxica

Moitos bicos
Julio

J. Jiménez Gálvez dijo...

Muy bueno esto.

Yedra dijo...

Nunca me voy de estas páginas tal y como llegué, me estremeces siempre!
Un beso
Yedra

Zinquirilla dijo...

Estremecedora la primera parte y me ha gustado mucho como describes el entorno del protagonista.

Tus relatos reflejan una belleza y una hondura peculiar.

Supongo que te gustará ganar letores porque además de votarte, voy a seguir asomándome a los colores de este blog.

Un saludo

p.d.: no sé si no puedes entrar en el foro o no te apetece. Pero ya se sabe la "categoría" del que encabeza (que no ganar) tu categoría.

Julio Torres dijo...

Vaia, contaba que quedaras entre as 5 primeiras porque coido que o merecías. Síntoo, pero quixera invitarte a participar en A Lareira Máxica, enviando relatos ou cousas que escribes, incluso dos que xa tes publicados en A Un intre.

Bicos para A Coruña, Alba

E agardo que digas que sí a invitación.

Julio Agustín dijo...

Una historia durísima.