sábado, 8 de noviembre de 2008

Juntos

Hace más de cinco años de aquello. Todos los días se ven para comer, para cenar, para salir juntos y hablan. Hablan. Le encanta la manera de reírse de ella. Cada vez que se ríe enloquece por dentro. Hoy es su cumpleaños y ella está radiante, bella, hermosa, feliz.

La acompaña a casa y, como todas las noches, mientras él aparca ella va preparando la cena. Al cabo de una hora sube. El piso está a oscuras. Al llamarla no responde y se asusta. Empieza a buscarla por la casa y cuando abre el dormitorio la ve.
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La quiere y desde hace tiempo. Realmente la quiere desde siempre, desde la primera vez que ella le dirigió la palabra en el instituto. Supo en ese momento que ella era “la mujer”, la mitad perfecta que necesitaba en su vida, pero.... cometió el error de entablar una amistad con ella. Nunca tendría que haber hablado con ella de sus inquietudes, de sus angustias, de su vida. Así nunca se habría enterado de lo enamorada que estaba de su mejor amigo. Así nunca le habría ayudado a que los dos estuviesen juntos, a que se gustasen, a que se enamoraran, ni a ser su padrino de bodas. ¿Cuántas lágrimas derramadas en su interior por un amor que nunca le sería correspondido?

La amistad que los unía era su único consuelo. Era su hermano, su confesor, la persona que siempre estaba en cada momento, en sus penas y en sus dichas. Le dolía que él la tuviera y no la valorase, pero nunca se lo dijo.

Cuando le llegó la noticia del accidente fue corriendo a ayudarla. Estuvo con ella en el hospital velándola, esperando a que despertase de su letargo y de su silencio. El coche se les fue en la autopista y ella tuvo suerte, sobrevivió, pero parte de su mente murió ese día. Ella lo quería y él no podía hacer otra cosa que seguir esperando.

Le ayudó en su rehabilitación y cuando su cuerpo se recuperó le ayudó a que su alma volviera a nacer. Fue difícil, pero él era su amigo y ella lo necesitaba. Le ayudó a volver a vivir, a que se ilusionase por un nuevo día y a que se recuperara de su melancolía. Nunca intentó sustituirlo, no podría y ella no estaría dispuesta, lo seguía queriendo en su ausencia. No tenía su amor pero le llegaba con su amistad.

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Abre la puerta de la habitación. Sobre la cama adormilada se encuentra un ser maravilloso. El pelo alborotado cubre su rostro. La sábana, que nos muestra una silueta casi perfecta, se desliza dejando su torso al descubierto, desnudo. Se acerca lentamente a su piel, oliendo su fragancia, empapándose de su ser. La acaricia con suavidad recreándose en cada poro de si mientras ella se estremece de deseo. La sábana se haya ahora en el suelo y sobre la cama aparece la majestuosidad de su cuerpo. Al percibir su ausencia se encoge buscando el calor, el abrigo. Le coge con ternura los pies y empieza a recorrer la pierna sin dejar ninguna zona sin acariciar, sin memorizar con los dedos. Ella se gira y queda boca arriba expectante. Las manos siguen subiendo, recorriendo su cintura, su abdomen, su cuello y bajan hacia los brazos como olvidándose del resto. Cuando éstas se abren, sus labios acarician la palma y la caricia se transforma en un cálido beso que vuelve a subir. Un gemido se escucha creciendo en su interior y sus manos buscan ansiosas donde asirse fundiéndose en un único ser que nace de su pasión. Las horas se alargan, se vuelven eternas. El sudor de los cuerpos se une en un torrente único. La noche llega a su fin.

Al despertarse mira a su alrededor y sólo encuentra una silueta dibujada sobre la almohada. Acaricia el lugar donde no hace mucho ella estaba, todavía tibio. En su cabeza las ideas se arremolinan y se pregunta si lo que han hecho fue lo correcto o simplemente nunca tendría que haber pasado.

3 comentarios:

ElSilenciO... dijo...

Esta historia me recuerda algo... pero claro no tan apasionada, pero entiendo eso de... no sé si hice lo correcto o no...
Creo que con el tiempo lo unico que he conseguido es quedarme con la miel en los labios... imaginando,imaginado la pasión que nunca habrá.
un beso
Grandes palabras

Pedro dijo...

¡Ah la inseguridad! Como la vida misma lo que cuentas. En ese caso a lo hecho pecho, es la única manera de salir adelante...

Perséfone dijo...

A todos ha podido pasarnos alguna vez, aunque no tan profundamente, claro.