martes, 18 de noviembre de 2008

La Cita: 2º parte

Es una mujer increíble. Nunca había pensado que una persona se recuperara tan rápidamente de una situación como la suya. Es bien cierto que cuando uno se ha hundido completamente sólo se puede ir hacia arriba. Aún me acuerdo de la primera vez que la vi.

Estaba en la calle esperando a que llegase alguien. Estaba vestida de una manera totalmente informal, como si se hubiese puesto lo primero que había encontrado, un pantalón blanco y un jersey marrón con el cuello abierto que le marcaba su silueta. Su cuerpo se vislumbraba perfectamente bajo esa apariencia haciéndola irresistible. Su pelo revuelto apenas me permitía ver con claridad sus ojos pero estaba feliz. Todo su ser emanaba felicidad. En ese momento deseé acercarme a ella para verla mejor aunque sólo me limité a contemplarla. Me deleitaba con cada gesto que hacía. Estaba esperando a alguien y empezaba a impacientarse. Sus manos no paraban de abrirse y cerrarse y se movía como una leona enjaulada, aunque la sonrisa de alegría no desaparecía de su cara. Con las manos separó el pelo de su cara y pude observar que una sonrisa aparecía. Me dieron ganas de besarla, abrazarla, poseerla. Era la imagen de la sensualidad. La seguí con la mirada hasta que la vi abrazar a una niña de unos 15 años tan perfecta como ella. Era su hija. Al verlas juntas podrían pasar perfectamente como hermanas.

La curiosidad hizo mella en mí y desee saber quién era. Las seguí a distancia hasta su casa y los siguientes días me dediqué a obtener toda la información posible de las dos. Es increíble lo deseosa que está la gente de hablar de la vida de los demás. En una semana preguntando por el barrio me enteré de toda la vida de ambas. Se llamaban María y Eva y, efectivamente, era su hija pero tenía 17 años. María se había divorciado hacía unos meses y, según una vecina muy amiga de ella, la culpa había sido de él por haberla engañado. Trabajaba en una oficina de unos abogados y, por ahora, no tenía ningún "amigo". Eva era una chica encantadora y que siempre estaba de buen humor. Tampoco se metía en problemas y no tenía novio formal, sólo se limitaba a estudiar y salir los fines de semana, aunque no solía llegar muy tarde. Adoro a las cotillas de barrio.

Entonces entré en acción. Empecé a dejarme ver y a coincidir por los sitios por donde María tomaba el café. Al cabo de un mes tomábamos el café juntos y ya me había invitado un par de veces a salir por la noche, cosa que yo había rechazado cortésmente, aun era pronto. Un mes más tarde ya conocía su casa y había desayunado en ella más de un fin de semana.

Fue tan dulce como había imaginado. Su cuerpo se estremeció con el primer beso y su cuerpo se me abrió como una flor. Ansiaba besos, caricias, ansiaba la pasión y de todo le ofrecí hasta la saciedad. Esa primera noche nos bañamos en nuestro sudor y nuestros alientos se complementaron. Pese a todos los sueño que había tenido con ella nunca pude imaginar tanta pasión. Todo su cuerpo se me ofreció para que hiciese con él lo que quisiera, y lo hice. Cuando nos despertamos ese día eran las dos de la tarde. Eva nos había preparado el desayuno. Estaba claro que su madre ya le había avisado de lo que iba a pasar esa noche. No se sorprendió cuando me vio semidesnudo paseando por su casa, al contrario, se encontró feliz con que yo estuviese en casa esa mañana.

A partir de esa primera vez empecé a dormir casi todas las noches con ellas. Le hice el amor de todas las formas que sabía y la poseí con todas las que había imaginado. Pero eso no me llegaba. Empecé a desear a Eva. Saberla en la habitación de al lado me excitaba e intentaba que se diese cuenta de lo que hacíamos. Y empecé a llevarla yo al instituto. Tal vez ese fue mi primer fallo en todos estos años.

2 comentarios:

eclipse de luna dijo...

Menudo giro el de tu historia...espero impaciente la siguiente entrega...
Un besito y una estrella.
Mar

AdR dijo...

Uyyy, qué historia... sigo leyendo...