miércoles, 12 de noviembre de 2008

El vecino

Me encanta sentir el roce de su piel. No soy capaz de resistirme a tocarla cada vez que se acerca a mí. Me da igual en donde sea: en el ascensor, en el portal, en la calle,... Mis manos y mi mente parecen tener vida propia cada vez que ella está a mi lado. Esas caricias furtivas hacen que mi cuerpo cobre vida y clame por salir al exterior. Conozco casi cada centímetro de su piel porque cada centímetro de su piel ha sido memorizado por mis manos. Ha sido un trabajo arduo pero con mucha paciencia y calma he conseguido el propósito de acariciarla casi por completo. Algunas veces fue de una manera sutil, otras la multitud me facilitó la maniobra y en otras, sencillamente estaba allí en el momento apropiado.

Conozco cada fragancia que ha pasado por su piel. Incluso llegué a comprar cada perfume que ella usaba para poderme recrear en la calma de la oscuridad. Esos aromas y la firmeza de su cuerpo me hacen enloquecer y deseo que nuevamente amanezca para poder acariciarla de nuevo. En la nevera tengo un planning con todos sus horarios. Ella es una mujer muy metódica y acostumbra a hacer todo siempre a la misma hora, de otra forma creo que nunca me hubiera decidido a cumplir con mi meta.

Aun recuerdo con anhelo esa primera vez. Era verano y ella apenas estaba cubierta por un poco de ropa. Entramos en el portal y ella, al subir apuradamente las escaleras, resbaló y se torció un pie. Al verla gemir del dolor me ofrecí a calmarle el sufrimiento con un pequeño masaje, como si yo supiera lo que estaba haciendo. En ese momento ella se descalzó y puso su pie sobre mis manos. La suavidad de su piel y el perfume a juventud que desprendía me hizo enloquecer. Deseé poseerla allí mismo pero me contuve y me limité a tocarle con dulzura el pié y la pierna. Luego le pedí que me dejase tocar el otro pié para comparar. Fue un momento de éxtasis. Ella se marchó con una cara de satisfacción cuando le dije que ya estaba. No creo que hubiera tenido nada pero ella se sintió satisfecha con mis caricias y yo más aun por habérselas hecho. Al llegar a casa tuve que cambiarme de ropa interior porque la tenía totalmente empapada y en mi mente empecé a fraguar la idea de acariciarla por completo.

Esa semana la volví a tocar en varias ocasiones. Alguna furtiva en el ascensor, otras más osadamente al abrazarla para darle un casto beso. En el metro pude conocer la anatomía de su culo más a fondo pero siempre de una manera que pasase inadvertida para ella. Sé que si ella hubiera sospechado en alguna ocasión de lo que yo estaba haciendo o de lo que le tengo hecho me hubiera denunciado pero ahora eso ya no me importa.

Hoy es jueves y ella llegará a las 6 de la mañana después de haberla dejado sus amigas delante de casa. Como otras semanas, a duras penas podrá llegar a la puerta de su casa y se pasará un buen rato intentando encontrar las llaves en el fondo de su bolso. No creo que se dé cuenta de que estaré esperándole en la escalera para darle un empujón tan pronto como abra la puerta. Esta noche podré tocar lo que me falta por sentir de ella: su interior. Después de esta noche ella me dejará de interesar pero los funerales siempre son un buen lugar para conocer más gente.

1 comentario:

Perséfone dijo...

Esosí que era una obsesión mortal...