miércoles, 29 de julio de 2009

El médico: 10ª parte

Todos reclaman que la justicia sea rápida y justa. En un mundo ideal incluso la justicia sería algo innecesario, pero por desgracia Whitechapel es lo más alejado a un mundo ideal.

El asesinato conmocionó a todo el barrio y por todos lados se organizaron patrullas con el fin de obtener cualquier detalle. La policía no sabía que hacer ni en que dirección encaminar la investigación. Las meretrices estaban más recelosas de lo habitual y sólo aceptaban clientes desconocidos cuando el hambre era más fuerte que sus miedos. Y en medio de este triángulo estaba yo.

Tanto el señor Lusk como el comisario Grieve se habían hecho asiduos a mi consulta, por fortuna pocas veces habían coincidido juntos. Las visitas de George eran, en parte para mermar mi pequeña bodega y en parte para desahogarse. Todos le pedían más de lo que el pobre hombre podía dar.

- No sé como puedo controlarlos. – Me dice mientras juega con el vaso vacío. – Por ejemplo, esta noche persiguieron a un hombre…
- ¿Y lo atraparon? – Le pregunté mientras prescribía un tratamiento para las migrañas de su mujer.
- Sí que lo detuvieron, pero no me preguntes cómo. Lo peor no fue eso, ¡cómo se les ocurre preguntar el nombre y el domicilio a un ciudadano que acaba de salir de la Gold Conner! Cómo si no hubiera ya bastantes cotillas por el barrio.
- ¿Y se lo dijo? – mientras pensaba lo mal que le parecía a Annie estas patrullas inquisitorias.
- Más que decírselo dejó a 5 hombres tumbados en el suelo. Cuando llegamos estaban todos doloridos mientras él les gritaba que le fueran a preguntar a sus madres si sabían quienes eran. – Alzó los ojos y suspiró. – Le tuvimos que pedir disculpas y darle explicaciones del porqué de la patrulla. Luego nos pidió perdón por haberlos magullado.
- Pero, ¿quién era?
- Claramente no lo dijo, pero creo que se trataba de un pugilista que estaba de paso por la ciudad y que le habían hablado muy bien del local de la señorita Diamons.
- Lo que menos esperaba era demostrar sus dotes en el cuadrilátero.- Le dije con una gran carcajada.
- Bueno, al menos todo acabó bien. Si no es molestia les dije que luego se pasaran por acá para ver si les podías cerrar unos pequeños cortes en las cejas.
- No es problema, George. – le dije dándole la receta de su mujer.
- Bueno. Un placer como siempre Dr. Johnson.

Cuando se marchó yo suspiré, las visitas de Lusk me agotaban. Hacía dos semanas de la muerte de Clarice y la gente quería sangre. Lo malo es que cuando se buscan culpables sin razón siempre aparece un chivo expiatorio.

viernes, 17 de julio de 2009

El médico: 9ª parte

El olor de la habitación era sofocante, entre el hedor a restos de fluidos y el de las heces acumuladas en una esquina que, seguramente por vagancia, Clarice se olvidaba de vaciar. Pese a ellos se distinguía perfectamente el olor dulzón de la sangre. Con miedo a alterar el escenario entré en la habitación para proseguir con mi análisis mental. Despacio, procurando no pisar las huellas ni la sangre, bordeé el colchón otrora blanco, y me enfrenté a ella. Agarrando con cuidado la punta de la sábana destapé con cuidado el cuerpo de Clarice. En ese momento escuché como el Sr. Lusk no aguantaba más y, antes de que yo le viese en una situación comprometida, me dijo que bajaba a esperar a los gendarmes. Mientras yo agradecí la soledad que me brindaba.

Tomé un bloc de notas que tenía en la chaqueta y empecé a pormenorizar todo como si de un forense me tratase. Clarice estaba tumbada boca arriba con la mirada vidriosa, la nariz estaba anormalmente desplazada y uno de los ojos hinchado, lo que me hacía suponer que se defendió como buenamente pudo, seguramente fueron esos golpes lo que la tumbaron y que una vez en el suelo el asesino se ensañó con ella. Su cuerpo apenas estaba tapado con un camisón y se apreciaban no menos de 20 puñaladas por todo el torso. Las vísceras no habían llegado a brotar pese a un corte de unas 9 pulgadas en su abdomen. El cuello había sido abierto literalmente y en una de sus manos faltaban 3 dedos.

Mirando alrededor pude observar que estaban apenas a 4 pasos de donde cayó. Tal como estaban las cosas movidas todo había sucedido de este lado de la habitación.

- ¿Dr. Johnson? – me inquirió una voz desconocida.
- Sí. – le respondí mientras me levantaba con cuidado. - ¿Quién me llama?
- Soy el comisario Grieve de Scotland Yard, me hallaba en la comisaría de Whitechapel cuando me informaron de este suceso y acompañé a los hombres hasta acá. El presidente del comité de vigilancia me informó que estaba usted acá haciendo la valoración previa.
- Sí. – reconocí mientras notaba como un calor invadía mi cuerpo. – Estaba realizando un análisis previo del cadáver y del lugar de los hechos.
- Siempre pensé que alguien con conocimientos médicos era necesario en el cuerpo. Menos leyes y más cultura, usted ya me entiende. – Comentó mientras se dirigía hacia mí por la misma ruta que empleé yo con anterioridad. – Veamos, deme su opinión sobre lo que acaba de ver.

Le realicé un relato lo más pormenorizado posible al mismo tiempo que le comentaba mis impresiones sobre el asesino. El hecho de que la habitación sólo estuviera revuelta en parte, lo de la cara y que le faltasen tres dedos de una mano, hacían suponer que el asesino era alguien conocido para Clarice, y que ella se sorprendió con el ataque, lo que hizo que intentase defenderse. Seguramente el agresor debía de tener muestras de violencia en la cara o en el cuerpo debido a que ella era una mujer fuerte.

- Mis felicitaciones, doctor, ojalá mis subalternos tuvieran ese ojo clínico. Pero creo que se le escapan un par de detalles. En esta habitación había dos personas.
- ¿Dos personas? – pregunté mientras buscaba algo que se me hubiera pasado por alto.
- Sí. Una, la que cometió el asesinato, y otra, que observó todo desde aquella silla. - Dijo señalando una silla que estaba a la izquierda de la puerta y que apuntaba en dirección a nosotros.
- Pero, ¿por qué afirma eso?
- Fíjese en la marca de las patas en el suelo. Gracias a la poca higiene domestica de esta mujer podemos observar las marcas de la silla en el suelo y como se dibuja un pequeño camino de polvo hacia atrás, como cuando alguien se levanta sin evitar que arrastre.
- Es verdad. – Afirmé tras comprobar como efectivamente había esas marcas en el suelo. – Me parece que su nivel de observación es muy superior al mío.
- No crea, sólo está un poco más entrenado. Bueno, procedamos a buscar al culpable.
- Pero… ¿ya saben quién fue?
- Tenemos un posible candidato, pero esa información no puedo compartirla, me comprenderá.
- Por supuesto.
- Bueno, si me acompaña hasta abajo podemos seguir debatiendo mientras mando que suba alguien a limpiar esto y que lleven a esta mujer a un lugar donde pueda descansar en paz.

Una vez en la calle Annie se acercó a mí preguntando sobre qué había pasado. Intentando que el comisario no se diese cuenta le dije que en cuanto volviera le explicaría con más detalle. Ella asintió y llamando a sus chicas procedieron a ir abandonando poco a poco el lugar tras hablar con unos agentes y deslizar algo en uno de los bolsillos, se aseguró de que el cuerpo de Clarice fuera tratada como una dama se merece.

Al cabo de una hora yo también me marché a mi domicilio para asearme y cambiarme la ropa mientras ponía en orden mis ideas y rezaba por que lo de hoy fuera sólo un caso aislado.

sábado, 11 de julio de 2009

El médico: 8ª parte

Pasos. Gritos. Carreras por la calle. En un principio creía que seguía dormido pero a mi pesar no fue así. Con fuerza empezaron a golpear la puerta de la habitación y desperezándome me puse una bata encima del pijama y me encaminé dispuesto a atender una urgencia. Yo era lo más parecido a un servicio de urgencias para los vecinos de Whitechapel.

- Endora… han matado a Endora. – Fue todo lo que pudo articular Lynda antes de salir corriendo escaleras abajo.
- Pero, ¿qué puedo hacer yo? – pregunté en voz alta.

Sin saber que hacer me vestí rápidamente y me dispuse a ir al encuentro de todas. Todas las chicas estaban llorando cuando llegué al recibidor. Pese a ser una mujer especial, Clarice se había grajeado el respeto de casi todas con sus muestras de afecto y apoyo. Este era un duro golpe. Luego me enteré que Clarice también había influido en Annie lo suficiente como para que fuera una más.

Tras cerrar el local nos dirigimos hacía la casa donde solía trabajar Endora. En la calle se había congregado una gran multitud ávida de noticias. En cuanto vi al Sr. Lusk le dije que intentase que todos se apartasen.

- ¿Qué ha pasado George? – Le pregunté esperando que él me dijese que no estaba tan mal.
- ¡Ah, Dr. Johnson! Es usted. Puede pasar pero no creo que pueda hacer nada por ella, la han matado.

El George Lusk, o Sr. Lusk como prefería ser conocido había sido nombrado recientemente presidente del comité de vigilancia y estaba inaugurando el cargo de la peor manera posible. Con ayuda de una docena de hombres intentaban mantener la zona lo suficientemente libre para cuando llegasen las fuerzas del orden. En tal situación el verme a mí pareció avivar su decisión de mantener la zona lo más despejada posible.

- ¡Qué no pase nadie mientras subimos el doctor y yo! – dijo a uno de sus subalternos. – Venga por acá, está en su habitación.

Yo sólo pude limitarme a mirar como Annie quedaba atrás protestando mientras era arrastrado a la escena del crimen. Mientras subíamos las escaleras me refirió una multitud de conjeturas sobre el culpable del asesinato, como si yo pudiera hacer algo al respecto. Yo sólo me limitaba a recordar la cara de esa mujer mientras me preparaba a lo que iba a descubrir.

- ¡Aquí es! – me dijo abriendo la puerta y dándome paso hacia el horror.

En cuanto se apartó pude ver una escena dantesca. Toda la habitación estaba salpicada de sangre y en una esquina una gran mancha bañaba el cuerpo tapado con una sábana de Clarice. Sin llegar a entrar me limité a observar la escena para quedarme con el mayor número de detalles en mi retina.

La habitación había sido revuelta, pero ningún cajón se hallaba volcado lo que indicaba que se había defendido. La cantidad de gotas sanguinolentas que había por las paredes me decían que el agresor le había apuñalado varias veces y que había seccionado alguna arteria, de ahí la altura que había alcanzado la sangre. La zona de la entrada apenas se había ensuciado, salvo por unas huellas que tenían distintos trayectos. Dos pares distintos provenían del cadáver, seguramente unas serían de nuestro amigo el Sr Lusk, las otras podrían ser del asesino. Inteligente, muy inteligente, antes de bajar las escaleras se limpió concienzudamente los pies en el felpudo.

jueves, 2 de julio de 2009

El médico: 7ª parte

Realmente no sabía que era lo que me había atraído hacia allí. Inconscientemente creía que ese era el único sitio donde merecía pasar esa noche. Llamé a la puerta esperando que no hubiera nadie.

- Hola doctor. – Era una de las chicas de Annie, una preciosa joven de tez blanquecina y melena pelirroja y, por el acento, parecía que venía del sur de Gales.
- Hola… ¿señorita?
- McGlondy, aunque puede llamarme Lynda. La señora Diamons dijo que sólo le dejásemos pasar a usted. – Me dice con una dulce sonrisa.

Diamons el nombre con que la gente conocía tanto a Annie como a sus chicas. A decir verdad, hacían honor a ese apelativo. Todas eran de una belleza deslumbrante y ninguna pasaba de los 25 años. En sus cuerpos no se veía la crueldad de su profesión y todas sabían escribir y leer correctamente. Esa era la obra de Annie.

Annie las recogía de las garras más crueles llegando a pagar en más de una ocasión por la libertad de sus chicas. Aun así, ella era una empresaria, y como tal cuidaba a sus niñas de una manera exquisita. Las vestía con las mejores galas y muchas veces se la podía ver pasear por la corte con alguna de sus protegidas. También intentaba que todas ellas abandonasen este oficio de la mejor manera posible. En multitud de ocasiones había conseguido matrimonios de conveniencia en los que Annie se hacía cargo de la dote de sus chicas.

Todos estos gestos, en teoría desinteresados, habían transformado a Miss Diamons en una mujer de gran influencia en todos los status sociales. Nunca se producían hechos delictivos en los alrededores de su negocio y sus clientes parecían contar con un salvoconducto invisible en Whitechapel.

- ¿Me esperaban? – Le pregunto extrañado de esa última afirmación.
- Sí, la señora Diamons dijo que usted vendría a pasar la nochebuena con nosotras. Si hace el favor de pasar.

Annie no dejaba de sorprenderme. Tras cruzar el umbral Lynda recoge mi sombrero y mi abrigo y hace tocar una campanilla. Al momento una nueva chica perfectamente engalanada hace acto de presencia.

- Steffany, acompañe al doctor al comedor.
- Gracias Lynda. – Le digo besando su mano. Azorada desaparece con mis prendas dejándome solo con la nueva chica.
- Por favor, sígame doctor.

La meretriz de dirigió hacia un espacioso comedor iluminado por una multitud de candelabros de plata y con una inmensa araña central. Presidía la habitación una mesa en forma de “C” ricamente vestida y con una vajilla y una cristalería que haría palidecer a la de la casa real. Cruzamos el comedor hacia una sala adyacente y en ella estaban todas las chicas de Annie, su hermano y ella tomando un pequeño tentempié.

- Ya creíamos que no daba llegado. – Me dijo Annie viniendo a recibirme.
- ¿Pero cómo sabía...?
- Ya nos conocemos demasiado, doctor. Ahora si me permite, vayamos a cenar. – Y diciendo esto me agarró del brazo llevándome hacia el comedor.

Fue una cena increíble. Annie nos había preparado una cena opípara al gusto de los paladares más exigentes. La compañía era también excelente, los modos y las maneras de las chicas Diamons era exquisita. Nadie que las viera podría adivinar cual era su dedicación habitual. Hasta el hermano de Annie parecía más un marqués que el pobre desgraciado que atendiera hace tiempo ya.

Las horas transcurrían rápidas entre el caldo con el que regábamos las viandas y la conversación. Luego vinieron los cánticos navideños. Pese a todo, las chicas seguían siendo las jóvenes que habían abandonado sus cómodos hogares por una promesa de mejor vida. Cuando la velada llegaba a su fin yo sabía que mi sitio ya no era ese.

- Bueno, Annie. Me tengo que ir a casa ya. Ha sido una cena magnífica y una anfitriona maravillosa. – Le digo haciéndole una reverencia digna de cualquier reina.
- Albert, por favor. – Me dice Annie ruborizándose. – Creo que es mejor que no vayas a tu casa en ese estado. Si quieres hay sitio de sobra en mi casa para que puedas dormir tranquilo. Incluso…
- No, Annie, ya sabes que yo nunca haría nada. – Le dije interrumpiéndole.
- No me refería a eso Albert. Me ofende que pensaras eso de mí.
- Perdón, Annie. El alcohol no me hace pensar con propiedad. – Me disculpé.
- Te quería decir que mañana, al ser navidad, tendré las puertas de mi “negocio” cerradas, y podrás dormir hasta la hora que quieras. Y… mañana podrías compartir con nosotras el almuerzo. – Me dice tragando saliva y mordisqueándose el labio inferior al pronunciar esas últimas palabras.
- Me parece bien. – El razonamiento que me daba era de lo más oportuno. No creo que estuviera en condiciones de llegar a mi domicilio.

Nuevamente volvía a dormir bajo el techo de ella. Si no fuera por la multitud de perjuicios que yo tenía, le habría demostrado que lo que siento por ella es más que amistad. Soñaba cada día con su cuerpo pero me limitaba a observarla en la distancia. Hasta las veces que venía a mi consulta no podía más que escudarme en mi código deontológico. La deseaba y con esos pensamientos me quedé dormido.