jueves, 2 de julio de 2009

El médico: 7ª parte

Realmente no sabía que era lo que me había atraído hacia allí. Inconscientemente creía que ese era el único sitio donde merecía pasar esa noche. Llamé a la puerta esperando que no hubiera nadie.

- Hola doctor. – Era una de las chicas de Annie, una preciosa joven de tez blanquecina y melena pelirroja y, por el acento, parecía que venía del sur de Gales.
- Hola… ¿señorita?
- McGlondy, aunque puede llamarme Lynda. La señora Diamons dijo que sólo le dejásemos pasar a usted. – Me dice con una dulce sonrisa.

Diamons el nombre con que la gente conocía tanto a Annie como a sus chicas. A decir verdad, hacían honor a ese apelativo. Todas eran de una belleza deslumbrante y ninguna pasaba de los 25 años. En sus cuerpos no se veía la crueldad de su profesión y todas sabían escribir y leer correctamente. Esa era la obra de Annie.

Annie las recogía de las garras más crueles llegando a pagar en más de una ocasión por la libertad de sus chicas. Aun así, ella era una empresaria, y como tal cuidaba a sus niñas de una manera exquisita. Las vestía con las mejores galas y muchas veces se la podía ver pasear por la corte con alguna de sus protegidas. También intentaba que todas ellas abandonasen este oficio de la mejor manera posible. En multitud de ocasiones había conseguido matrimonios de conveniencia en los que Annie se hacía cargo de la dote de sus chicas.

Todos estos gestos, en teoría desinteresados, habían transformado a Miss Diamons en una mujer de gran influencia en todos los status sociales. Nunca se producían hechos delictivos en los alrededores de su negocio y sus clientes parecían contar con un salvoconducto invisible en Whitechapel.

- ¿Me esperaban? – Le pregunto extrañado de esa última afirmación.
- Sí, la señora Diamons dijo que usted vendría a pasar la nochebuena con nosotras. Si hace el favor de pasar.

Annie no dejaba de sorprenderme. Tras cruzar el umbral Lynda recoge mi sombrero y mi abrigo y hace tocar una campanilla. Al momento una nueva chica perfectamente engalanada hace acto de presencia.

- Steffany, acompañe al doctor al comedor.
- Gracias Lynda. – Le digo besando su mano. Azorada desaparece con mis prendas dejándome solo con la nueva chica.
- Por favor, sígame doctor.

La meretriz de dirigió hacia un espacioso comedor iluminado por una multitud de candelabros de plata y con una inmensa araña central. Presidía la habitación una mesa en forma de “C” ricamente vestida y con una vajilla y una cristalería que haría palidecer a la de la casa real. Cruzamos el comedor hacia una sala adyacente y en ella estaban todas las chicas de Annie, su hermano y ella tomando un pequeño tentempié.

- Ya creíamos que no daba llegado. – Me dijo Annie viniendo a recibirme.
- ¿Pero cómo sabía...?
- Ya nos conocemos demasiado, doctor. Ahora si me permite, vayamos a cenar. – Y diciendo esto me agarró del brazo llevándome hacia el comedor.

Fue una cena increíble. Annie nos había preparado una cena opípara al gusto de los paladares más exigentes. La compañía era también excelente, los modos y las maneras de las chicas Diamons era exquisita. Nadie que las viera podría adivinar cual era su dedicación habitual. Hasta el hermano de Annie parecía más un marqués que el pobre desgraciado que atendiera hace tiempo ya.

Las horas transcurrían rápidas entre el caldo con el que regábamos las viandas y la conversación. Luego vinieron los cánticos navideños. Pese a todo, las chicas seguían siendo las jóvenes que habían abandonado sus cómodos hogares por una promesa de mejor vida. Cuando la velada llegaba a su fin yo sabía que mi sitio ya no era ese.

- Bueno, Annie. Me tengo que ir a casa ya. Ha sido una cena magnífica y una anfitriona maravillosa. – Le digo haciéndole una reverencia digna de cualquier reina.
- Albert, por favor. – Me dice Annie ruborizándose. – Creo que es mejor que no vayas a tu casa en ese estado. Si quieres hay sitio de sobra en mi casa para que puedas dormir tranquilo. Incluso…
- No, Annie, ya sabes que yo nunca haría nada. – Le dije interrumpiéndole.
- No me refería a eso Albert. Me ofende que pensaras eso de mí.
- Perdón, Annie. El alcohol no me hace pensar con propiedad. – Me disculpé.
- Te quería decir que mañana, al ser navidad, tendré las puertas de mi “negocio” cerradas, y podrás dormir hasta la hora que quieras. Y… mañana podrías compartir con nosotras el almuerzo. – Me dice tragando saliva y mordisqueándose el labio inferior al pronunciar esas últimas palabras.
- Me parece bien. – El razonamiento que me daba era de lo más oportuno. No creo que estuviera en condiciones de llegar a mi domicilio.

Nuevamente volvía a dormir bajo el techo de ella. Si no fuera por la multitud de perjuicios que yo tenía, le habría demostrado que lo que siento por ella es más que amistad. Soñaba cada día con su cuerpo pero me limitaba a observarla en la distancia. Hasta las veces que venía a mi consulta no podía más que escudarme en mi código deontológico. La deseaba y con esos pensamientos me quedé dormido.

No hay comentarios: