sábado, 4 de octubre de 2008

El oído

El silencio es algo a lo que me estoy acostumbrando. Hace unos meses me parecía imposible que todo el ruido que me rodeaba fuera a desaparecer: los gritos, los portazos, el volumen de la televisión o de la radio,... los ruidos de mi vida cotidiana y la de mucha otra gente. No se como he llegado hasta aquí. Es como si estuviese recordando una película antigua en la que la protagonista se da cuenta de lo mal que lo pasaba y que lo que necesitaba era un empujón que nunca llegaba. Adoro el silencio.

No me imaginaba el placer que suponía el despertarme sin ningún ruido a mi lado. Ningún gruñido. Nada de la música distorsionada de un horrible despertador. Nada de encender la televisión antes de preparar "su" desayuno. Nada de escucharlo refunfuñar por el agua, por la comida, por la ropa, ... por cualquier cosa. Nada de voces salidas de tono e insultos. Nada de asustarme cada vez que siento cerrar la puerta y oigo unos pasos. Nada de asustarme cada vez que escucho mi nombre o cada vez que oigo su voz. Nada de asustarme si oigo mi piel sonar bajo su mano y olvidar por fin los gemidos que no quiero que salgan al exterior. Nada de resoplidos ni bufidos sobre mí. Nada de nada, sólo silencio.

Creía que nunca me acostumbraría al silencio, ¡qué equivocada estaba! Y sólo me hizo falta que mi voz fuese escuchada por quién quería oír. Sólo me hizo falta valor para dejar de escuchar los sonidos del miedo y remplazarlos por un silencio que me embriaga cada vez que llego a casa. Sé que los ruidos no volverán porque ahora el que teme mi voz es él. Me encanta el silencio.

Espero poder escuchar algún día una música, unas palabras, unos susurros, que me lleguen al corazón pero mientras vivo feliz con mi silencio.

1 comentario:

eclipse de luna dijo...

Despues de la tempestad, siempre llega la calma..despues de miedos,y lamentos siempre quedara la hermorsura del silencio..
Un besito y una estrella.
Mar