lunes, 27 de octubre de 2008

Ángeles

Creo en los ángeles porque los he visto. Sí, se reirán de mí, pero es cierto. La gente se cree que esas cosas no son más que fábulas para niños pequeños, y puede que tengan razón. Es como los cuentos de caperucita, las cabritillas, Rizos de Oro o un sinfín de historias para no dormir. Gracias a ellos sabemos que la soledad es el primero de los miedos y luego va la oscuridad y más tarde la confianza. El poder de los cuentos y las leyendas está en que nadie cree que sean ciertas. Eso era lo que me pasaba a mí. Otro punto a tener en cuenta es que siempre idealizamos las cosas. Por ejemplo, las sirenas, esos seres bellos y hermosos dispuestos a salvarnos la vida. Por lo menos es lo que queremos creer, nadie adoraría las sirenas si las representásemos como los monstruos carnívoros y sádicos que son. Unos seres que se alimentan de nuestra sangre cual vampiros y que nos atraen con su canto como el flautista de Hammelin. No, nadie quiere creer en eso.

Algo parecido me pasó con los ángeles. Unos seres de luz que nos guían y aconsejan para protegernos. Unos bellos seres eternos que están en el paraíso y que nos acompañan a él. Incluso para no caer en el error de confundirnos inventamos a los demonios, esos ángeles caídos que nos llevan al mal y a la condenación. Los roles estaban claros: los ángeles, el bien y la luz; los demonios, el mal y la oscuridad. Dos fuerzas que habitan entre nosotros en equilibrio.

Antes también creía en eso, y antes estaba enamorado. Fue duro perder al mismo tiempo la inocencia y el amor. Se llamaba Eva, fue mi primera y última mujer. Nuestra vida era parecida a un paraíso. Nos adorábamos y todo era perfecto. Un trabajo en el que nos valoraban, una hija en camino y amor, mucho amor. No nos imaginábamos la vida sin estar juntos. Y cuando todo era perfecto sucedió.

Ella se había puesto de parto. Todo el embarazo había sido "de libro", como decían los médicos. Entre las contracciones y los primeros espasmos de parto apenas habían transcurrido 40 minutos. Ya lo habíamos hablado con la matrona y yo iba a estar delante cuando naciera nuestra hija. En ningún momento paramos de decirnos cuanto nos queríamos. Y una vez en el paritorio en cuando vi a los ángeles, eran dos. Ellos se sorprendieron porque no se esperaban que nadie los pudiera ver. Observé una luz extraña al lado de la matrona y cuando pregunté que era es cuando se me mostraron. Sabía que nadie más podía verlos. Estaban envueltos en una maravillosa luz y el cabello cubría sus rostros. Uno tenía unas alas blancas como si de un majestuoso Pegaso se tratase. El otro, en cambio, las tenía plegadas en torno a su cuerpo como una capa de color marrón, me recordaba a las gárgolas de la serie Gargoyles. Al fijarme en las manos me sorprendí porque en vez de dedos tenían una especie de garras que no paraban de moverse. El ángel oscuro me miró y en su rostro sólo pude ver unos ojos poderosos que me penetraron el alma. Escuché en mi mente un grito que casi me hace caer. Un grito que me decía que me marchase. En ese momento Eva apretó con fuerza mi mano, estaba empezando el alumbramiento. Todo sucedió en segundos. El ángel de la luz atravesó a la matrona sin que esta se diese cuenta de su presencia y con sus garras desgarró el cuerpo que se asomaba de dentro de mi mujer. Por unos instantes pude ver como una pequeña alma se revolvía entre sus garras y luego desaparecía dentro de la monstruosa boca que había abierto ese ser. Intenté detenerlo pero entonces es cuando el ángel negro se abalanzó hacia mí y me penetró. Todo el mundo desapareció y en mi cabeza empezaron a aparecer un montón de imágenes que me hicieron comprender.

Sí, eran seres eternos del bien y del mal, pero se alimentaban de nuestras almas para poder existir. Estaban siempre ahí y siempre en equilibrio. Eran ellos, los ángeles negros los que se encargaban de que el hambre de los ángeles de la luz no se desbordase. Me hizo ver que si ellos no existieran nuestra vida nunca llegaría a seguir porque a los ángeles les encantan las almas puras. Entonces escuché un grito. Eva sabía que algo acababa de suceder, que su hija había muerto delante de ella, que le habían arrebatado la vida. Mi ángel me soltó y pude ver como extendía sus alas membranosas. Poso su boca sobre Eva y empezó a aspirar.

El cuerpo de Eva empezó a marchitarse. Para los médicos yo no era más que un loco que daba manotazos al aire mientras mi esposa y mi hija morían delante de mí. Cuando acabó de alimentarse me miró y me dijo una cosa que cambió mi vida. Me dijo que la única forma de que pudieran morir era que alguien matara a su alimento justo cuando ellos comían. Cuando me lo dijo no supe realmente el porqué lo hacía pero creo que después de tantas muertes a mis espaldas lo comprendo. Ellos están condenados a la eternidad y eso les aterra. Aun no he encontrado a los ángeles de mi mujer y mi hija pero vivo con la esperanza de hacerlo algún día porque cuando a las pocas semanas de su muerte yo cometí el primer asesinato me convertí en lo que perseguía. El alma de ese ángel entró en mí transformándome en un ser semejante a ellos. Un ser de la oscuridad y de la luz. Un vampiro de almas eternas, un ángel inmortal.

5 comentarios:

eclipse de luna dijo...

Aun asi sigo creyendo en mi angel guardian, aunque ahora despues de leer esto ire con los ojos bien abiertos, o quizas me pase al lado de las hadas...quien sabe.
Como siempre genial tu historia.
Un besito y una estrella.
Mar

Yedra dijo...

Me ha impresionado a hitoria, da miedo de verdad.
Un beso enorme, si me lo permites volveré
Yedra

Perséfone dijo...

No me gustan esos ángeles que describes, amigo. Creo que prefiero seguir negando su existencia...

Qué horror de situación.

Un abrazo.

Pedro dijo...

Muy buena idea, y muy original. Aunque los elementos por separado ya los había leido en otras historias (asesinos por un bien mayor, muerte traumática de familiares, seres mitologicos que no son lo que parece...) todo junto es distinto. Además la explicación sobre esos ángeles me ha parecido deliciaosamente perversa.

Un saludo,

Pedro.

Zinquirilla dijo...

Me ha gustado como en breves líneas se densa una carga dramática capaz de sobrecoger.

Un saludo.