viernes, 3 de octubre de 2008

Lujuria

Ariadna es una niña preciosa. Tal vez la más guapa de su clase y de todo el colegio. De eso no cabe la menor duda. Todos los niños han tenido fantasías nocturnas con ella y su forma de ser la hace más atractiva aun, si eso es posible. La forma de ser totalmente desinhibida y su permanente sonrisa la ha convertido en popular, cosa que ya sólo con el cuerpo habría conseguido. El desarrollo precoz que tuvo con ocho años y la gran opulencia de sus senos hace que resulte inevitable el darse cuenta que con nueve años ya es una mujer.

La forma de vestir tampoco ha contribuido a su anonimato. Pese a que en el colegio el uniforme es una prenda obligatoria la forma de ponerla y el tamaño de la misma suele variar de unos alumnos a otros. Los niños acostumbran a ir de una forma lo más desarreglada posible. Camisa por fuera, cazadoras poco discretas, pese a ser todas azules, peinados extravagantes, pendientes, pulseras y demás abalorios que les hacen ser perfectamente distinguibles los unos de los otros dependiendo del entorno por el que se muevan. Pero con las niñas es distinto. Casi todas parecen vestir el mismo uniforme que tenían en preescolar, dejando ver la majestuosidad de sus piernas, y las camisas se elevan lo suficiente para dejar vislumbrar sus ombligos. Ninguna se maquilla totalmente pero las barras de labios discretas, la línea de los ojos, un poco de colorete o un peinado espectacular las hace convertirse en algo más que niñas. Ellas lo sabían y ellos también.

Y de todas las nereidas la que más destacaba era Ariadna. En ningún momento ocultaba lo que la madre naturaleza había modelado tan delicadamente sobre su cuerpo. Muchos profesores habían sentido lo mismo que esos niños pero siempre se habían contenido o contentado con meros roces imperceptibles. Era la flor de un jardín yermo. No había nada que no destacase en ella. Su pelo negro y ondulado, sus ojos verdes, sus labios carnosos, su sonrisa eternamente feliz, su cuello que finalizaba justo donde las miradas se perdían, la gracia de sus manos, sus piernas perfectas... todas las cosas que una mujer podría imaginar para perfeccionar su cuerpo se habían reunido en ella. Nadaba en un mar de deseo y envidia y salía triunfante cada día.

Tal vez fue su perfección la que le causó los problemas. Los adultos saben como controlar sus instintos, sobre todo cuando están siendo supervisados para que nada malo suceda, pero el problema siempre surge con los niños. Todavía no son más que un volcán de hormonas dispuesto a explotar en cualquier rincón. Cartuchos de dinamita que hay que tratar con sumo cuidado para que no exploten. Pero pese a todos los intentos porque las cosas no sucedan siempre sale algo mal.

No se puede saber con exactitud de quién había partido la idea original porque una vez en marcha todos eran partícipes de la misma. Todos fueron los autores y todos los culpables. Desde que Ariadna había empezado a estar tonteando con niños parecía haber madurado más aun y la fruta que ella era se había hecho un manjar deseado. Después de la clase de gimnasia ella solía ser la última en salir del vestuario, necesitaba tiempo para salir impecable del mismo y ese detalle lo aprovecharon varios de sus compañeros.

Cuando los profesores la encontraron estaba tendida en el suelo inconsciente y desnuda. No fue más de una hora pero en ese tiempo fue golpeada y violada reiteradamente por más de diez niños. Cuando acabaron con ella siguieron golpeándola hasta que su cabeza no pudo aguantar más. Tal vez temían lo que ella pudiera decir de ellos. Tal vez fue ese último golpe el que hizo que su tiempo se detuviera para siempre, tal vez fue su mente que no quiso seguir creciendo. Ariadna sigue siendo una mujer hermosa pero su mente mantendrá para siempre esos nueve años en los que su vida y su inocencia murieron.

1 comentario:

eclipse de luna dijo...

Sabes hay veces que leyendo tus historias me hacen estremecer el que pueda ser tanto realismo en la sociedad en que vivimos..duro relato.
Un besito y una estrella.
Mar