domingo, 26 de octubre de 2008

Blanco

En el fondo no es importante lo que uno piensa o sabe. Esa es la primera premisa de una relación, mejor dicho, de una relación abocada al fracaso. Está claro que ese fue uno de los motivos por los que ahora estoy así. Al final nos cansamos de estar supeditándonos a otra persona. No es fácil estar todo el día acatando órdenes y dejando que nos impongan su voluntad sin tener en consideración la nuestra. Hasta en el trabajo esa situación sería insostenible, aunque hay gente dispuesta a vivir eternamente esclavizada, eternamente humillada.

Lo triste es que una no se da cuenta de la situación en la que está metida hasta que es algo totalmente inevitable. Lo que me hizo percatarme de lo que me pasaba fue el tiempo. Algo curioso es el tiempo. Nunca nos damos cuenta de lo que nos influye en nuestras vidas. Los días soleados estamos más alegres y nos gusta vestir de una forma más jovial. Los días propensos para la apatía son los días lluviosos. Creo que les llaman ciclos circadianos. Pues fue un día cuando me di cuenta que todos mis días eran grises.

Ni en verano me daba cuenta del Sol. Sentada en mi mesa todo era gris. Cuando salía de casa el cielo estaba en penumbra y cuando acababa la jornada estaba igual. Y los fines de semana estaba encerrada en cuatro paredes. Nunca salíamos ni hacíamos nada, sólo estábamos encerrados. Pasaba las horas arreglando una casa impoluta mientras él veía la televisión o bajaba a tomar algo con los amigos. Sentada en mi mesa vi que mi vida era gris. Mi ropa, mis días, mi matrimonio, mi trabajo... estaba muriendo ahogada en un mundo sin color y todo me resultaba indiferente.

Tuve que ir al baño a llorar porque en ese instante todo se me vino abajo. Añoraba a esa niña que estaba llena de esperanzas e ilusiones y me aborrecía a mi misma. Tenía que hacer algo para intentar recuperarme a mi misma. Me pedí la mañana libre alegando molestias, después de 13 años sin una sola baja nadie me puso pegas pero tuve que dar muchas explicaciones para que no me acompañasen al médico. Hasta se extrañaron de que no ordenase mi mesa antes de salir. Una vez en la calle me miré en un escaparate que teníamos en frente y tomé una decisión.

Ese mismo día fui a cortarme el pelo y entré en una boutique a comprarme ropa. Una ropa blanca llena de luz. También esa semana me separé de mi marido y solicité el ascenso que tanto me merecía y nunca me atrevía a pedir. Y cada vez que salgo por la puerta y me veo en ese escaparate situado en frente de mi trabajo sólo veo una luz blanca saliendo de mi interior.

4 comentarios:

eclipse de luna dijo...

Dime en que escaparate hay que mirar..yo quiero encontrar una luz blanca como esa..
Un besito y una estrella.
Mar

Mª Rosa Rodríguez Palomar dijo...

Me gusta cómo has reflejado algo que, en realidad, pasa mucho más a menudo de lo que creemos. La luz blanca está siempre ahí, solo que la tapan todos los conformismos con que nos rodeamos.

Siempre hay que dejar que salga fuera, porque si no, muere sin que nadie la vea.

Me ha encantado leerte de nuevo y esta vez comentarte.

Alicia Mora dijo...

Que buenos son los cambios...dan miedo, es cierto, pero a veces, son necesarios.
Por fin palabras bien escritas y bien colocadas en un blog...
Un abrazo desde Lápices.

Julio Torres dijo...

Reflexión moi boa. Ay esa cor branca.....

Como ben di Alicia, os cambios ás veces son necesarios. Pero sempre custan.

Un saúdo desde A Lareira Máxica e a seguir así de ben

Saúdos desde Sanxenxo
Carpe Diem