miércoles, 22 de octubre de 2008

Amarillo


Lentamente me asomo al exterior. Todo está tranquilo aun así tardo varios minutos en decidirme a cruzar la calle. Nuevamente vuelvo asegurarme de que no hay nadie, lleno mis pulmones y empiezo a correr hacia la otra acera.



Vivo en un pueblo. Es el mejor lugar para poder disfrutar de la vida. Todo parece que sucede más lento pero que la intensidad es mayor. Cada pequeño suceso que rompe la rutina diaria se transforma en una noticia que en pocos instantes todos conocen. Hubo una vez que la mujer del alcalde, yendo distraída, como siempre, tropezó con el niño de Inma y cuando los gritos de esa histérica mujer se callaron todo el mundo sabía que la “alcaldesilla” había perdido los papeles.

La intimidad cobra otro matiz en un pueblo. No puedes estornudar en tu casa sin que el vecino te desee salud, solía decir mi padre. Las jornadas se inician antes de que el gallo cante. La gente sale contenta a trabajar en el campo. Las mujeres se quedan arreglando la casa y empezando a preparar los desayunos para unos infantes que aun descansan. Poco a poco las caras alegres de los escolares empiezan a sonar por las calles. Golpes a botes que se transforman en balones imaginarios, carreras, puertas que suenan clamando por sus compañeros de pupitre.

Pese a estar en el siglo XIX, la gente aun prefiere ir andando a los sitios. Es como si la tecnología sólo se hubiera hecho lugar en las viviendas. Casi todos tienen ordenadores gracias al alcalde, que es lo opuesto a su mujer. Con el fin de favorecer la conectividad acabó implantando red inalámbrica en todo el pueblo. Eso hizo que la gente entrase en la tecnología por la puerta grande. Tal vez si no fuera por él nadie hablaría a la “alcaldilla”.

Éramos un pueblo perfecto.

Luego llegó esa ola de independentismo que nadie entendía y que nos golpeó directamente en el corazón. Nuestro pueblo, pese a ser un lugar poco visitado, se hallaba a los pies de una supuesta frontera que nadie sabía que existía. Ya habíamos escuchado la noticia de la independencia pero a nosotros nos daba igual hasta que una mañana, a la hora en que los hombres salían al campo, una explosión nos levantó a todos. El ayuntamiento había desaparecido y con él la vivienda del alcalde. Aun bien no nos habíamos repuesto cuando nuevas explosiones sonaron desde la montaña, nos estaban bombardeando.

Los siguientes días fue un ir y venir constante de ambulancias, soldados, helicópteros… y bombas. Al cabo de una semana sólo quedaríamos vivos la mitad del pueblo. Los llantos y los gritos ya no había forma de acallarlos. Los pocos que habían intentado ir a la ciudad y escapar de la guerra habían sido abatidos como perros rabiosos. Nadie lo quería creer pero de todos los que salieron sólo un niño de 8 años volvió con su cuerpo impregnado con la sangre de sus padres. Pero eso fue el principio.

La guerra acabó al cabo de un mes y llegaron los francotiradores. Al principio algún soldado rezagado fue el blanco de sus mortíferas armas. Los intentos por acabar con ellos fueron inútiles, la guerra dejó multitud de ruinas y lugares donde cualquiera se podría esconder. Cuando se marcharon los soldados empezaron con nosotros.

Apenas quedaremos un centenar de personas en el pueblo que intentamos sobrevivir cada día con las pocas reservas alimenticias que nos quedan. El maíz ya se tendría que haber cosechado y los animales andan sueltos por el pueblo. Hoy me toca a mí conseguir comida.

A lo lejos veo una gallina picoteando frente a un esplendoroso maizal amarillo. Estoy escondido en las ruinas de una casa. Ya he cruzado varias calles y mi corazón está a punto de reventar de la tensión. Pienso en todos los que me esperan, los niños. Miro la comida que nos puede hacer aguantar un día más y empiezo a correr.

Un golpe en el pecho hace que me detenga completamente mientras me desplomo de rodillas. La gallina huye entre el amarillo que se abre ante mis ojos. El olor del campo me inunda y recuerdo. Recuerdo cuando el que se escondía entre el amarillo del maíz era yo.

1 comentario:

eclipse de luna dijo...

Que decir ante estas historias..genial como siempre, tus finales cada vez me cautivan mas.
Un besito y una estrella.
Mar