domingo, 7 de diciembre de 2008

Una historia de mi tierra: 3ª parte

Desde pequeño que he oído hablar de la Santa Compaña y de la forma de defenderse de ella si te aparece. Cualquier persona de mi edad sabría como hacer el círculo de protección para que te dejasen en paz y no hacer caso a nada de lo que oyeses esa noche, la forma de arrodillarse, rezar el rosario y el signo de la fija... Parece que Javier supo hacerlo pero María se encontró portando la cruz y guiando a las almas hacia una nueva víctima. Tampoco la gente cree en milagros y se empeña en buscar explicación a todo.

Al cabo de una semana en el pueblo hubo dos sucesos que, como la balanza de la justicia, guardaban a su vez la alegría y el dolor. La desaparición de Javier fue achacada a múltiples excusas. Según unos se había ido a la ciudad para olvidar a María, según otros la desesperación lo había hecho suicidarse, pero todos los rumores fueron acallados cuando de la capital nos llegaron noticias de que María se había recuperado milagrosamente, aunque que no recordaba nada de lo sucedido hasta entonces. Una sombra de dolor cruzó en ese momento mi pecho. Yo sabía que es lo que había pasado y que es lo que había obrado el milagro. Javier, hundido por no haber sabido defender a María, hizo lo que cualquier amante por su querida. Aquella misma tarde que yo escuché su confesión él se marchó hacia el mismo lugar por donde había pasado la Santa Compaña con el fin de convocarla o de encontrarse con ella. Al parecer tuvo la desgracia de hacerlo e intercambió el puesto de María por él. Con el fin de que nadie lo encontrase suplicó para que no sólo su alma viajase con ellos en su peregrinar maldito, sino que su cuerpo también fuera. Y las almas accedieron.

Por suerte María no recordaba nada de lo que había sucedido. Su cabeza pareció borrar todos los hechos hasta el punto de no recordar siquiera que se iba a casar. Su mente pareció descender a los umbrales de su infancia transformándola en una niña en el cuerpo de una mujer. Al cabo de un año de volver al pueblo el párroco me pidió que le ayudase para que ella empezase a hacer mi trabajo así yo tendría una ayudante y ella no estaría sola. Me transforme en su maestro y su protector.

Hoy en día, cuando la gente la ve se toca la sien con el dedo índice y a mí me entran ganas de gritarles, pero me limito a acercarme a ella en silencio para echarle una mano en sus tareas. También la crueldad de la gente hizo borrar de la memoria al desdichado Javier, silenciado en un mar de mentiras creadas a su alrededor. Hoy María vive tranquila sin sus recuerdos pero de vez en cuando, al acompañarla a su casa, me hace dar un rodeo para pasar por un claro que hay en el bosque y la veo mirar a la lontananza. Una vez la vi llorar al ver unas luces más allá del horizonte y yo lloré con ella.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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