sábado, 6 de diciembre de 2008

Una historia de mi tierra: 2ª parte

Les faltaba menos de dos meses para casarse cuando todo sucedió. Una noche escuchamos los gritos de Javier y salimos casi todos a la plaza. Tenía el cuerpo de María inerte entre sus brazos. Al principio creímos que estaba muerta pero luego comprobamos que aun respiraba. Javier no paraba de repetir que ellos se la habían llevado. ¿Qué quién se la llevó? Bueno, para eso hay que llegar al final. Esa noche no conseguimos arrancar de él más que esas palabras. Cuando el médico salió de casa de María nos comentó que era algo que nunca había visto. Físicamente estaba perfecta pero tendrían que llevársela a la capital para hacerle pruebas.

Las dos familias estaban destrozadas y los demás sólo podíamos suponer conjeturas. Ya sabes que el los pueblos las verdades no van muy lejos pero las mentiras recorren todas las distancias. Hubo quién dijo que él la había pegado porque descubrió que ella le engañaba, otros dijeron que fueron las drogas o que si ella abortó y se quedó así. Paparruchas, nadie que los hubiese conocido podría afirmar esas sandeces. Otros dijeron que le habían echado el mal de ojo, no es que no crea en él pero, ¿quién sería capaz de hacerle daño a esos chicos? Creo que la única persona que llegó a enterarse de algo fue el párroco. El párroco y yo.

Por entonces yo trabajaba en la iglesia. No es que hiciera gran cosa pero tampoco me faltaba el trabajo. Entre arreglar las jardineras, limpiar el suelo y los altares, acondicionar la sacristía y ayudar en el cementerio el trabajo no faltaba. Normalmente yo aprovechaba los descansos entre misas o cuando la iglesia estaba con menos gente para limpiar por dentro. En todos los años que trabajé allí nunca me enteré de nada de lo que la gente le comentaba al párroco en el confesionario, yo no era de esas personas deseosas por saber los pecados de los demás, bastante tenía con mis propios problemas. Más cuando escuché la voz de Javier gritando en el confesionario me acerqué y espié por primera y última vez.

Normalmente la gente cuando se confiesa susurra las palabras como si temiese que el mundo se enterara de sus penurias y maldades. Javier, en cambio, estaba hablando como si se encontrase al aire libre deseando soltar la carga que lleva dentro de él. Javier estaba culpándose del estado de María y lloraba por no haber hecho nada para evitar el dolor que ella estaba sufriendo. Las palabras del párroco no llegaba a escucharlas pero no era necesario. Javier empezó a llorar y golpeándose en el pecho aseguraba que él podía haber hecho algo más pero que su miedo se lo había impedido. No quería que María siguiera sufriendo y que él era la única persona capaz de acabar con su pena. Él había visto todo pero fue su cobardía la que le hizo refugiarse y no luchar por ella. Decía que les había visto llegar igual que ella y se refugió dejándola a su merced. Ella no tuvo elección y tuvo que acompañarlos pero justo antes de marchar le dijo que le quería y que la recordase siempre. Luego no volvió a mirar atrás y él se quedó con su cuerpo inerte entre sus brazos. Escucho entonces como el llanto de Javier sale del fondo de su alma y grita unas palabras que aun guardo en mi interior: “¡Ella está con la Santa Compaña y la dejé marchar!”.

Acto seguido Javier salió de la iglesia corriendo y no lo volvimos a ver más. Yo estaba deseoso de preguntarle al párroco por esa confesión pero eso sería como el reconocer mi pecado. Hoy en día los jóvenes no creéis en nada pero todas las leyendas guardan en su interior la verdad. Precisamente el poder de ellas reside en que hoy nadie cree en ellas.

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