jueves, 18 de diciembre de 2008

Llueve

Esta mañana el cielo se haya totalmente cubierto por las nubes. El aire, impregnado por el olor a ozono, avisa de la tormenta. Los primeros relámpagos rompen la tenue oscuridad del día como preámbulo a la lluvia. Hoy es uno de esos días tristes para los demás.

Salgo a pasear. Me encantan estos días para observar a la ciudad ralentizarse. La gente desaparece de las calles, salvo algún que otro apurado viandante buscando refugio. El tráfico de vehículos va en aumento mientras disminuye a un ritmo mayor el número de peatones. Aparecen como hongos en otoño los primeros paraguas. Las gotas marcan al caer un ritmo de repiqueteo en las aceras.

Me dirijo al parque. En el sólo quedan las jóvenes parejas a los que las inclemencias del tiempo no apagan su llama. Elijo un banco un poco apartado aunque sería igual, están todos libres. A mí alrededor se puede apreciar los restos de un bullicio de gente que se hallaba en este mismo lugar unos instantes antes de la tormenta.

Otro relámpago cruza el cielo de la ciudad. La tormenta se hace cada vez más intensa. Justo encima de mí la copa de un árbol me protege del ímpetu de la lluvia. A lo lejos, bajo la cortina de agua, observo una silueta avanzar lentamente, sin prisa. Según se va acercando a mi posición la distingo perfectamente, es una mujer. Se haya completamente mojada pero parece disfrutar con ello. Me sonríe con complicidad, somos dos locos en medio de una tormenta.

Se acerca al banco en el que me hallo y se sienta a mi lado. Los dos en silencio observamos como los árboles van cobrando vida a nuestro alrededor.

Un nuevo relámpago restalla muy cerca. Escucho un pequeño gemido de sorpresa. Se acerca a mí. Su cabeza se apoya con suavidad sobre mi hombro al tiempo que entorna levemente sus ojos. Un aire dulzón que emana su pelo embriaga mis sentidos. Nos miramos. Nuestras cabezas se van acercando hasta rozar nuestras mejillas en una caricia sensual. Nos estremecemos. Sus manos se deslizan por mi espalda mientras el abrazo nos funde el uno al otro.

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Un trueno se oye a lo lejos al tiempo que las gotas se van haciendo cada vez más esporádicas. La tormenta ha pasado. Nuestros labios se juntan en un adiós con la última gota de lluvia.

Con suerte mañana lloverá.

4 comentarios:

eclipse de luna dijo...

Que bonita historia..nunca me gustaron las tormentas pero esta es preciosa...
Un besito y una estrella.
Mar

Perséfone dijo...

Si ya dicen que la lluvia trae buena suerte...

Preciosa historia.

Un abrazo.

L@ S@l@m@ndr@ de Jaime Janer dijo...

Ya casi no recuerdo los chaparrones de agua que inundaban las macetas de mi terraza, la loza húmeda del patio, cómo añoro el rumor de la lluvia rompiendo en el cristal de mi ventanuco, aquel olor a ozono de tierra mojada en mi pequeño bosque abúlido de álamos negros.

L@ S@l@m@ndr@ de Jaime Janer dijo...

Efectivamente abúlido no existe en nuestro D.R.A.E., si existe abúlico. Josep Pla la emplea "abúlido" en su "Cuaderno Gris" y me gustó, gracias por tu apreciación.