miércoles, 3 de diciembre de 2008

Amiga

Estaba sentada a mi lado con los ojos llenos de lágrimas que se resistían a salir. No sabía como seguir ni sí merecía la pena pero buscaba en mí una señal de aprobación, un consejo. Le abrazo suavemente mientras la atraigo hacia mi cuerpo y ella se acurruca como si de una niña pequeña se tratase. Acaricio dulcemente su pelo impregnándome de su olor mientras observo como el ser más maravilloso se haya entre mis brazos. Siempre la he querido.

La primera vez que la vi se hallaba tan perdida como yo entre una multitud. Nuestras miradas se cruzaron y en ese momento supimos que habíamos conectado. A partir de ese momento la línea de nuestras vidas fueron paralelas, y ese fue el problema. Un amor extraño crecía entre nosotros. No podíamos vivir separados pero sin embargo lo estábamos. Nos queríamos, nos conocíamos perfectamente, sabíamos lo que nos gustaba y lo que nos hacía falta, nos deseábamos con una pasión oculta,.... pero..... había algo en todo este tiempo que siempre nos había detenido y nos ataba: no queríamos perder lo que teníamos, la amistad.

En todos estos años nunca nos habíamos planteado nada. Las ocasiones que habíamos tenido eran múltiples, excursiones juntos, viajes, noches en vela. Pero siempre había prevalecido la amistad. Hasta nuestras parejas lo sabían y lo habían aceptado. Pero eso había sido cuando todo funcionaba.

Hace un tiempo que a ella las cosas no le van todo lo bien que quisiera en su relación. Por decirlo de una manera suave, su matrimonio era un desastre. Yo sabía lo de las noches en vela. Yo sabía lo de sus lágrimas cuando él no le hacía caso. Yo sabía que hacía mucho que ella no sentía nada. Yo sabía que su amor por su marido hacía tiempo que había desaparecido. Y yo sabía que la culpa no había sido de ella, pero esto no se lo podía decir. Ella necesitaba de mí lo que yo había necesitado de ella cuando yo había tenido “mis” problemas. Ella me había ayudado a superar esos momentos donde piensas que nada merece la pena y que tal vez los problemas desaparecerían sin mí. Ella me ayudó a creer en mí. Ella me ayudó a darme cuenta que mi mujer no se merecía lo que le estaba haciendo con mi indeferencia. Ella nos volvió a unir y eso no puedo hacerlo yo con ella. Todo sería mejor si no supiese que su marido ya no la quiere y que mantiene otra relación. Todo sería mejor si cuando yo me enteré de todo se lo hubiera dicho, pero entonces fui un cobarde y ahora sólo puedo escucharle, quererle e intentar ayudarle, pero la quiero. Odio la amistad pues ella me impide amar a quien más quiero, mi único consuelo es su felicidad.

Ella escucha mis palabras con atención. Ella comprende que su vida, tal y como la conoce, ya no puede seguir. Se da cuenta que lo más importante en este mundo tiene que ser ella y que por ella tiene que luchar. El brillo vuelve a sus ojos cuando se levanta. Me entiende y sabe que tengo razón. Me abraza y sin darse cuenta de lo que está haciendo me besa. Mi cuerpo se estremece. No sé que hacer y le beso. Durante unos segundos el universo no existe y luego una luz cruza nuestros cuerpos. Nos separamos lentamente y me susurra, “gracias”. Ella es mi amiga pero hoy hay algo que se ha perdido en esa amistad. Esa noche sé que lloraré.

1 comentario:

Perséfone dijo...

Hay mucha gente quue se encuentra en esa misma situación. Personalmente jamás entenderé por qué ese miedo tan típico a perder la amistad.

Se supone que cuando esta es auténtica prevalece sobre todas las cosas, pase lo que pase.

Siempre pensé que lo que se pierde en el caso de no querer arrisgar es mucho mayor que cuando si se hizó.

Y para muestra este delicioso botón.

Como decía aquel, para mí es mucho mejor arrepentirse de aquello que se hizo que vivir con la eterna incertidumbre de "¿Qué hubiera pasado sí yo...?"