viernes, 5 de diciembre de 2008

Una historia de mi tierra: 1ª parte

Esta es la típica historia que nunca crees porque siempre es mejor no creer. Hace mucho tiempo, cuando aun era joven. Las desapariciones de jóvenes en busca de mejor fortuna eran muy habituales en el pueblo. Un día se iba uno a la capital, otra semana se marchaba otro. Un goteo de sangre, de nuestra sangre, que iba matando poco a poco a todos los que quedábamos. Algunas veces eran idas anunciadas otras surgía de improviso. Siempre se conocía a alguien que estaba trabajando en un lugar mejor y, que si uno quería mejorar o buscar un futuro, era la única elección.

Esa búsqueda de mejor fortuna fue lo que acabó destruyendo los pueblos. Los jóvenes se marchaban y los viejos se limitaban a ver pasar los días antes de morir de tristeza o de soledad. Raras veces sucedía que alguno volvía y por ser algo tan excepcional siempre le echábamos la culpa a la falta de ambición o al fracaso laboral. Nosotros mismos fomentábamos esa desertización. A decir verdad, creo que en toda mi vida sólo volvieron al pueblo poco más de una docena de muchachos. Unos auténticos inútiles que no servían ni para aguantar el ganado, decían los lugareños. Ellos y María.

Todavía la puedes ver si te apuras. Está en la iglesia barriendo y arreglando las flores. Es una mujer encantadora y muy atenta en las cosas que conciernen a los santos. Tampoco creo que sirva para nada más. Fue una suerte que el párroco le ayudara, sobre todo después de lo que sucedió.

No creas que ella fue siempre así. Hace años era una de las mejores mozas de toda la parroquia. Todos los chicos queríamos estar con ella, en todos los sentidos, pero ella siempre se hizo respetar. Tenía un novio formal, el hijo del abogado. Era un muchacho muy despierto e inteligente. Nunca le importaba ayudar o mancharse las manos. Todo el mundo lo adoraba y lo envidiaba, no sólo por el hecho de estar saliendo con María, sino porque parecía que todas las virtudes humanas se habían juntado en él. Físicamente era un portento. No recuerdo que su equipo de fútbol hubiese perdido un partido con él en el campo. Y no ya por su valía, era también por su forma de contagiar la euforia y la alegría a todos. Todos nos acordamos de un partido en el que iban perdiendo por cinco goles y a falta de un cuarto de hora todos escuchábamos su voz en el campo diciendo que aún se podía ganar el partido y casi lo conseguimos, empatamos a cinco y lo festejamos como si hubiésemos ganado la copa del mundo. Javier era excepcional. Eran la pareja perfecta.

¿Conoces esa frase de que la felicidad nunca es completa? Pues créetela, es verdad.

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