jueves, 18 de diciembre de 2008

Otra historia de mi tierra

Hay muchos sitios encantados y llenos de misterios. Muchos de ellos no dejan de ser más que leyendas que la gente de lugar acrecienta con el fin de conseguir visitantes o gente dispuesta a un rato de conversación. En cada pueblo hay un lugar de esos, un rincón donde la magia aparece. Hay lugares que guardan en su interior la lujuria y el desenfreno en camas de piedra que hacen que quién se acueste se quede embarazada. Esta es una leyenda y como tal puede que alguna vez fuera real o simplemente lo haya sido en la mente del narrador.

En un lugar donde la tierra se acaba hay un monte. En lo alto de este monte unas piedras sagradas. Un lugar perfecto para contemplar una vista maravillosa del mar. No hace mucho tiempo este rincón se hallaba escondido entre columnas arbóreas. Era un lugar perfecto para parejas que querían un poco de intimidad y un lugar donde poder dar rienda a su imaginación.

La persona que pasease por las cercanías, en los momentos en los que el Sol busca refugio más allá del horizonte, podría escuchar entre los trinos de los pájaros las voces de la felicidad y de la alegría. Todas las mañanas en el lugar de la cama de piedra se podían observar los restos de esas algarabías. Era uno de esos rincones guardados a voces por la gente que quería tener su momento mágico.

El conjunto megalítico reunía todos los requisitos para una velada. Resguardada de la brisa una pequeña cueva, creada en la oquedad de las piedras, con los restos añejos de múltiples hogueras. A la salida de la misma la cama de piedra. Una cama en la que se puede ver la forma de una silueta humana. Un lugar donde multitud de cuerpos han querido probar la calidez de la misma.

Una noche en la que el firmamento estaba mostrándonos su majestuosidad y su brillo, una pareja inició la subida entre arrumacos hacia el mágico lugar con el fin de consagrar su unión en tan idílico paraje. Habían dispuesto que esa fuera una noche especial. La noche en la que su amor quedara grabado. Todo estaba de su parte y la noche era la perfecta. Ese día el Sol había demostrado su generosidad y la magia de la noche de San Juan se comprometía a hacer el resto.

Con el fin de que el calor de sus cuerpos no se viera mermado habían encendido una pequeña fogata. Las sombras de sus cuerpos parecían danzar con el brillo de las ascuas. Los besos dieron paso a las caricias y el calor dio lugar a la desnudez. Sus cuerpos se acoplaron sobre la piedra y el calor de ambos se unió al de la noche. Durante unos instantes el mundo se detuvo para ellos. Sus ojos reflejaron su amor y el deseo de que eso durara eternamente.

Por la mañana, las primeras personas que se acercaron al lugar, se encontraron las prendas de ambos en el suelo y los rescoldos de las cenizas aun calientes. Nadie supo nada más de ellos y sus familias lloraron amargamente. Hubo quién dijo que habían huido pero ¿quién se iría dejando toda la ropa? Otros hablaron de suicidio pero nunca se encontraron restos. A los pocos meses el fuego arrasó el monte dejando al descubierto las piedras. Algunos jóvenes amantes que yacieron con posterioridad en el lugar afirmaron que en el manto de la noche y con el cielo en su plenitud escucharon el susurro de unas palabras de amor dichas para la eternidad.

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