miércoles, 28 de enero de 2009

El aniversario

Los días se acortan cada vez más, es como si las horas minutos y los minutos fuesen segundos. Las semanas son imperceptibles y una estación empieza casi sin haber acabado la otra. El tiempo se ha aliado en contra mía y no puedo hacer nada para evitar ese inexorable avanzar.

Esto me recuerda a la infancia cuando el tiempo no era más que un suspiro y el verano era la época más corta del año, o eso creíamos. La felicidad es lo que hace con el tiempo, lo acorta. Con los años descubres que una forma de hacer que el tiempo se alargue es con el sufrimiento. Todavía me acuerdo de mi primera ciática. Las horas se me hacían interminables y el hecho de dar un simple paso, eterno. Pero me gustaría poder sentir otra vez esa sensación de eternidad y no esta lucha denodada contra el reloj.

Cuando alguien me decía que el problema del insomnio era el reloj yo me reía de él, pero eso era antes. Ahora soy capaz de imaginarme a esa persona insomne intentando que el tiempo avance más deprisa y al que cada segundo se le transforma en un suplicio por no poder dormir. Mas lo mío es exactamente al contrario. Quisiera sentir esa sensación y que el tiempo se detuviese, pero no como lo detienen los enamorados. Ellos paran el transcurrir del tiempo con unos segundos de pasión. El tiempo no transcurre mientras están juntos y cuando se dan cuenta las horas han pasado pero no les importa porque su existencia en esa fracción fue inmensa; vivieron unas vidas plenas en pocas horas y sus almas nacieron, vivieron y una vez muertas volvieron a renacer. Quisiera poder sentir esa sensación aunque sólo fuera una vez en la vida pero no va a poder ser, ya no.

Hace un año pensaba que 365 días eran mucho tiempo y ahora sé que eso no es más que una mísera fracción que se agota sin darse cuenta. Un día me puse a calcular cuanto sería eso en fracciones de tiempo menores 8.760 horas o 525.600 minutos o 31.536.000 segundos una barbaridad de tiempo que se escapa y que no permiten cambiar una vida si uno se empeña en no cambiarla. Quise escapar pero por mucho que lo intentara siempre acababa en el mismo sitio y muy dolorido. Un día intenté suicidarme pero justo cuando uno se empeña en morir los hados se empeñan en que eso no suceda. Más tarde intenté razonar y afrontar la situación pero según iban muriendo me daba cuenta que no podía hacer otra cosa más que esperar el desenlace final.

Por mucho que intenté dar marcha atrás no podía. Una y otra vez me imaginé en el coche y que justo cuando ella aparecía yo la esquivaba magistralmente; otras veces me vi frenando y deteniéndome a escasos centímetros de su cuerpo mientras ella me lanzaba una mirada indiferente; hasta me imaginé haciendo el camino andando para poder contemplar el paisaje mejor. Pero nada de eso sucedió. Alguna noche me desperté empapado en sudor recordando el crujir de sus huesos contra mi coche, y viéndola aterrizar por el espejo retrovisor mientras me escapaba. Recuerdo su cara destrozada y su cuerpo en una postura antinatural en el informativo del mediodía. Aun conservo la foto que apareció al día siguiente con toda la familia de la niña alrededor del cadáver. El día que mi vida pasó a ser una carrera contra el tiempo. Como toda la gente que huye pensaba que nadie me podría haber reconocido y casi tuve suerte.

Esa noche antes de abrir la puerta de casa la volví a ver. Las llaves y la cartera que llevaba en las manos se me cayeron cuando al sentir una mano sobre mi hombro me giré y vi su cara. “Todos moriréis” fueron sus palabras antes de desaparecer. A principio pensé que había sido una mala jugada de mi imaginación pero al cabo de una semana estaba enterrando a mi hijo pequeño, muerto al haberse caído por las escaleras. No le di ninguna importancia ni siquiera lo relacioné con mi “accidente” pero al mes siguiente volvía estar enterrando a la hija que me quedaba muerta al ser arrollada por un camión cuando iba en moto. La culpa había sido de ella pero el dolor que yo sentí al recibir esta segunda puñalada en el corazón me hizo recordar que posiblemente yo la había matado también a ella. Mi mujer se suicidó esa misma semana dejándome como única pieza de lo que antes era una familia feliz. En los siguientes meses perdí en otro accidente de coche a mi hermano y su familia. Mis padres murieron de infarto y pasé a ser hijo único y huérfano en poco más de tres meses. Hasta los peces que tenía en casa se murieron por un fallo eléctrico. Estaba tan desesperado que cuando me tiré por la ventana para que todo acabara ella se me volvió a aparecer y me dijo que “todavía no” y me desperté en el hospital con una pierna rota y una acusación de homicidio involuntario. Había matado a una persona al caer y yo seguía vivo.

Ahora sólo rezo para que todo acabe pronto. Estoy en mi habitación en un piso 8º y apenas quedan unos segundos para que todo suceda. Ya escucho el coche en la otra habitación acelerando y acercándose a mí. Sé que es imposible de que eso pueda suceder pero ahora yo ya creo en todo. Ella abre la puerta y se ríe. Voy a morir atropellado por mi coche en mi propia habitación, pero lo deseo.

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