jueves, 15 de enero de 2009

Calor

Hace calor. Tal vez demasiado como para pensar en nada o en concentrarse. Por mucho que lo intente los ojos se me cierran. No soy capaz de hacer nada, mi cuerpo quiere rendirse al fin. Poco a poco me recuesto sobre los brazos y me dejo ir.

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Nunca he pretendido ser quién no soy, tal vez por eso la verdad es algo que ha primado siempre para mí. Es evidente, que la verdad es algo peligroso pues casi nadie quiere decirla y menos aun oírla. Puede que ese sea uno de los motivos para que mi núcleo de amistades sea tan reducido. Si invitase a todos mis amigos a una cena cabríamos en una mesa normal de cualquier cafetería. Ellos me conocen y, con el tiempo, han acabado por permitirme mis excentricidades y mi forma de ser. Tal vez por eso lo necesito tanto, para recordarme que en el mundo aun hay gente a la que le importo.

Alguna gente me calificaría de egoísta por eso, pero me da igual. La gente no es necesaria. Entendámonos. Con la palabra “gente” me refiero a todas aquellas personas que no están dentro de mi entorno familiar o afectivo. Esas caras anónimas que vemos cada día, o, incluso, todas esas que vemos a diario por las escaleras, en los centros de estudio o en el trabajo. Esas personas sólo hacen que nuestro mundo sea más amplio pero no tienen el suficiente poder como para influir en nuestras vidas. Bueno, podemos llegar a pensar que los profesores, los jefes o los compañeros sí influyen, pero nos mentimos. Si mañana mismo desaparecieran no nos importaría tanto como si se nos muriera nuestra mascota. Por eso algunas cosas duelen tanto.

Yo nunca soporté el engaño y la mentira y creía que mis amistades nunca me iban a fallar. Que equivocado estaba. Primero fue ella. Poco a poco se fue distanciando. Está claro que yo no soy un experto en entender a las mujeres o me habría dado de cuenta de las señales. Parte de la culpa también era mía, por eso mismo no luché. La dejé irse sin más. Un día estaba feliz con ella y al día siguiente no me quedaba de ella más que un espacio en los armarios y los cajones y un montón de fotos que tiré sin mirar.

Necesitaba hablar y llamé a mis amigos. Miento, llamé a casa de mi amigo. Necesitaba decirle que todo se había desmoronado y que mi vida estaba vacía. Que yo la seguía queriendo y que necesitaba que me alentase para volver a conquistarla, pero no pudo ser. Ella me cogió el teléfono y colgué sin articular palabra. También lo había perdido a él.

Miré a mi alrededor buscando una solución, buscando cualquier cosa, pero estaba sólo. Mi vida había desaparecido, no había nada más. Con dolor por dentro me levanté y me dirigí a la cocina. El Sol entraba con fuerza por la ventana y había calentado el suelo lo suficiente como para notarlo pese a llevar zapatillas. Cerré la puerta y me descalcé. No sabía lo que estaba haciendo pero actuaba por inercia. Abrí las espitas del gas y me senté a esperar mientras pensaba que nadie lloraría por mí.

2 comentarios:

El inmenso mar de la melancolia dijo...

Es un buen anàlisis de ti mismo. estoy de acuerdo contigo. Lo indispensable es uno mismo, para sì, lo demàs es circustancial. Yo soy el mismo, es mi cara, mis actitudes frente a todos.

Gracias por tu visita.
Un abrazo de Bienvenida

Yedra dijo...

Un dia me gustaría leerte una GRAN alegria!!!
Un besote
Yedra