martes, 6 de enero de 2009

Atardecer

El Sol se cierne sobre el horizonte haciendo que los colores cambien hacia el naranja. Como cada tarde Alba se aproxima al acantilado para disfrutar de los últimos rayos de luz. Se sienta y sumida en sus pensamientos mira sin ver. La luz naranja hace que su silueta se funda con el paisaje como si ella perteneciera a él, como si siempre hubiera estado ahí. Es un momento perfecto para cualquier observador y eso había sido y soy yo.

Me encanta pasear por el monte y por los acantilados para observar y escuchar el rumor de las olas mientras hago fotos. Un día la vi llegar. Sus pasos lentos la acercaron al mirador. Yo me quedé mirándola, deleitándome con el contorno de su silueta mientras ella se quitaba la cazadora y la dejaba sobre el suelo. El Sol acababa de acariciar el horizonte y empezaba a hundirse en la lontananza. Cogí mi cámara y la enfoqué. Sin darme cuenta me encontré fotografiándola intentando no perder un ápice de su belleza, quería inmortalizar ese momento como si nunca más fuera a suceder. Entonces observé como su rostro refulgía de una manera especial.

Intenté aproximarme de manera que ella no me viera. Cambié a un objetivo mayor y enfoque su cara ahora anaranjada por la luz. Lágrimas recorrían su rostro, lágrimas que no encontraban consuelo. Ella se arrodilló y tapó su cara con las manos y gritó. Gritó con toda la fuerza que sus pulmones le permitieron. Gritó como sólo un corazón roto sabe hacerlo. Durante todo ese tiempo yo nada más pude seguir mirándola a través del objetivo de mi cámara sin saber que hacer. Yo la veía a mi lado mientras ella estaba allí, sola.

Entonces empezó a quitarse la ropa. Sorprendido empecé a disparar. Su cuerpo se mostró a la naturaleza y yo estaba allí como testigo de ello. Ella se pone en pié y alza su mirada al cielo mientras empieza a andar. Sabía lo que pretendía hacer. Lo que su mente envuelta en un halo de locura le conducía y actué. No sabía quién era pero me dio igual, no podía dejar que siguiera avanzando. Grité para que se detuviera, para que no siguiera avanzando. Me levanté de mi parapeto y volví a gritarle.

Ella se giró y debió de sorprenderse de ver a un hombre que le gritaba alzando una mano mientras en la otra mantenía una cámara de fotos porque se agachó a coger algo de ropa con que taparse. Al verle reaccionar empecé a bajar hacia donde ella estaba mientras le decía que no lo hiciera, que me esperase,… cualquier cosa con tal de poder estar a su lado y evitarlo.

Cuando estaba a penas unos paso de ella corroboré que su belleza era aun mayor de lo que había visto. El Sol a sus espaldas hacía que su perfección fuera suprema. Le supliqué que no siguiese mientras me presenté. Ella se derrumbó ante mí. Su alma se mostró y cuando acabó de hablar las estrellas nos acogían.

Lo que le había sucedido ya no importa, ahora estaba yo. Cada día volvíamos al lugar donde ella renació y donde su locura desapareció mientras el mar traía el suave sonido de las olas en cada atardecer.

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