sábado, 13 de septiembre de 2008

Ciega.

Le quiero. Tal vez esa es la frase que más veces me habré repetido desde que lo conozcí. Nunca me pude imaginar que una persona pudiera estar tan locamente enamorada de alguien, hasta el punto de volverse ciega. Sí, ciega. Y lo peor es que hasta este momento no lo había comprendido.

Siempre ha sido un hombre que se preocupaba por mí. Que me quería, a su manera, pero me quería. Y no digo que ahora no me quiera, no. Sé que él me adora y que tampoco sería capaz de vivir sin mí. Somos como dos mitades de una naranja, me dice constantemente. Dos mitades de una naranja.

Nunca me ha gustado esa comparación, pues eso indica que la naranja ya está cortada, rota. Que ya empieza a estropearse. Tal vez por eso él la emplee, no sé. Tampoco me aventuré a darle mi opinión sobre eso. Le parece mal que le corrijan. Miento. Le parece al que le corrija yo. Tal vez no sea la persona más inteligente del mundo, pero me fastidia que no me deje debatirle las cosas que se a ciencia cierta que son así.

Pero bueno, esa es una de sus pequeñas manías, y ya estoy acostumbrada a ella. Que quiere tener razón, pues me callo y evito problemas. "Tienes razón", "es verdad", "lo siento", son frases que han pasado a formar parte de mi vocabulario diario con él.

Tal vez si no le quisiera tanto no hubiera aguantado todo. Las "otras manias" que tiene. Sé que el trabajo le estresa y que necesita desahogarse con sus compañeros, pero que vayan a casas de alterne siempre me pareció mal. Él siempre me dice que nunca hace nada, pero sólo he estado con un hombre en mi vida y sólo él pudo contagiarme la gonorrea. La culpa fue mía por intentar exculparlo diciendo que tal vez fue en un aseo público, pero mentí. Mentí por él y por el que dirán.

Muchas lágrimas empaparon mi almohada por ese motivo. Sus gritos diciendo que era una sucia por haberle contagiado a él, mientras yo intentaba que los niños no se enterasen de nada. Por suerte esa fue una etapa dura que ya pasó. Sigo sabiendo de sus escarceos, pero él, ahora, ya toma precauciones, y sé que me quiere o de lo contrario no volvería con nosotros cada día.

Él es un padre ejemplar y un marido atento. Cada día me deja el dinero para la compra. No es que yo no pueda sacarlo del banco, pero es que a él le gusta sentirse poderoso e importante, y ese pequeño gesto de sacar la cartera y dejarme el dinero en la mesa le hace feliz.

Mis amigas me dicen que él me maltrata pero ellas no saben que no es así. Es cierto que de vez en cuando me ha dado un tortazo, pero eso fue por mi culpa. En el fondo me lo merecía. Aun recuerdo la primera vez que me pegó. Fue en el viaje de novios.

Estábamos de luna de miel por España. Yo hubiera querido ir a el caribe, a Roma, a cualquier sitio fuera de aquí, pero no teníamos tanto dinero. Marchamos a Tenerife. Al segundo día, a la noche, estábamos en una discoteca. Después de todo el día de excursión yo estaba cansada y me quería ir a la habitación del hotel. Le dije que si nos podíamos ir y él me miró y tras darme un beso me dijo que me marchase que ya iría ahora. Yo quería dormir así que me fui creyendo que él vendría tras de mí. Una vez en el hotel preparé todo para darle una sorpresa. Me puse un camisón de esos transparentes, perfumé la habitación y esperé. Al cabo de dos horas empecé a impacientarme. Entonces no había móviles y llamé a recepción por si ya había llegado y aun no había subido. Tras disculparse y decirme que aun no había llegado al hotel me vestí y volví a la discoteca. Sé que no tendría que haber ido. Pero una recién casada quiere estar con su marido.

Una vez allí le ví. Estaba con una mujer. Restregándose con ella mientras ella le tenía la mano... ya no quise mirar. Tras gritar su nombre me marché corriendo al hotel dispuesta a volver a casa. Él me alcanzó antes de llegar y me increpó por haber vuelto. Yo sólo quería llorar y le dije que... le dije muchas cosas, cosas que sólo un amor engañado puede decir y sucedió.

Cuando su mano impacto en mi cara me quedé muda. Mis lágrimas desaparecieron. Fue como si hubieran dado a un interruptor de la luz y me hubiera quedado a oscuras. Y me habló. Tengo aun sus palabras grabadas a fuego en mi corazón. Me dijo que fuera la última vez que le hacía quedar mal delante de sus amigos y que la culpa era mia por haberme ido. Yo pensaba que él tenía razón. Le quería y no quería perderle. Era como un padre reprendiendo a un niño pequeño tras haber abierto la puerta de la habitación. Sumisa acaté sus palabras y fuimos a la habitación. Una vez allí me desvestí dispuesta a dormir y él me poseyó. Su ímpetu fue increíble. Me hizo el amor con una violencia y un deseo que nunca antes me había demostrado. Él me quería y le perdoné.

Eso fue antes, cuando estaba ciega. Bueno, es una ironía. Justo ahora que no puedo ver es cuando realmente veo lo que antes no quería ver. Tal vez si esa primera vez no le hubiera perdonado y me hubiera marchado ahora no estaría así. Tal vez si no hubiera consentido todos estos años no me habría tenido que enfrentar a él la semana pasada. No hubiera tenido que defender a mi hijo pequeño de sus golpes de borracho. No me habría pegado con fuerza, ni me hubiera tirado al suelo, no habría perdido el conocimiento. Mi hijo pequeño me dijo que él siguió dándome patadas en la cabeza, en la cara. Por suerte no sentí como mis ojos reventaron ni tuve que ver como mi hijo mayor mataba a su padre.

Sé que fue lo mejor, pero yo le quería.

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