miércoles, 27 de mayo de 2009

El médico: 2ª parte

El haber elegido mi profesión es algo que en 1879 tendría que haberme reportado una economía holgada y fama, sobretodo teniendo en cuenta que la profesión médica estaba muy bien considerada. Independientemente de la cantidad de muertes que se producían por nuestros actos. Muchos de estos errores se le achacaban a que la persona se moría de "un mal" o la típica frase de "hice lo que pude y queda en manos de Dios". Los grandes avances en la medicina y los descubrimientos de los antibióticos vendrían a posteriori.

Mucha gente que nos consideraba "matasanos" tampoco estaba muy equivocada. Una sala de cirugía era más parecida a un pasillo de los horrores que a algo que busca la curación. Mucha gente moría tras los postoperatorios motivado por la falta de higiene que existía. Yo era de los escrupulosos con mi limpieza pero entonces no era lo habitual. Tal vez por eso acabé teniendo mi propia clínica, lo que no tiene un motivo fácil de entender es el porqué en Whitechapel.

Algunos creían que me escondía de algún acto ilegal cometido y que huía de la justicia, otros que había sido engañado por mi esposa quien se había fugado con un Lord y los más aventureros decían que el colegio médico me había expulsado del hospital por mala praxis… realmente los el por qué llegué aquí ahora no tiene razón de ser. Lo importante es que soy el único salvavidas de toda esta escoria que se reúne en este barrio marginal.
Para ellos soy su partera, su médico de cabecera, su boticario y su cirujano.

Han pasado ya cinco años desde que llegué a borough Tower Hamlets. Ese primer día me limité a pasear observando a la gente y sus miserias, los niños jugando entre excrementos y ratas y la enfermedad. Era increíble como alguien podía sobrevivir en este caldo de cultivo. Pasaron horas de observación y asombro cuando llegué al barrio de Whitechapel en donde todo lo visto con anterioridad llegaba a límites inhumanos.

Ante mis ojos se cometían todos los hechos punibles y delictivos que un ser humano podía cometer. Tráfico de mujeres, de niños, de órganos. Robos de todo tipo y en una de sus múltiples cantinas varios hombres mantenían una sangrienta pelea a navajazos ante el fervor de los viandantes que se deleitaban con cada corte.

También había gente que quería sobrevivir. Antiguas curtidurías, pequeños orfebres, algún matadero y una fábrica de cerveza mantenían un constante ir y venir de carretas que aumentaban el hedor del barrio haciendo que se fijase en la piel de uno.

Y siendo más una posible víctima o un usuario desesperado de la multitud de servicios de baja calaña me vine vivir o mejor dicho: a trabajar.

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