miércoles, 13 de mayo de 2009

El médico: 1º parte

Todo es oscuro. Los pasos acallados por la cantidad de mugre que se hacina en las aceras hacen que la única zona más o menos limpia sea la carretera. Tampoco es que el pasear por ella sea peligroso, por lo menos para mí. Pese a eso la mayoría de los carruajes se niegan a pasar por Whitechapel tan pronto como se cierra el cielo. Aun así me encanta esta zona.

Las caras anónimas me miran buscando las pocas libras que pueda llevar encima. Multitud de meretrices acabadas me reclaman ofreciéndome sus servicios. Es en la única parte de la ciudad donde pueden campar a sus anchas sin miedo a que los gendarmes les digan nada. No, a estas horas de la noche.

Es irónico que haya tanta promiscuidad justo alrededor de St. Mary Matfelon, una de las capillas más hermosas de todo Londres. También es cierto que toda esta fauna nocturna suele tener una gran devoción religiosa llegando al extremo que bandas rivales comparten asientos a la luz del día. Pero no siempre fue así.

A raíz de la exposición universal del 1862 fue cuando llegó el sumun de la decadencia. Multitud de trabajadores llegados de todas partes se quedaron en paro. La reina Victoria I estaba contenta del resultado obtenido y de la properidad que demostraron al exterior, pero eso no fue más que un caldo de cultivo perfecto para lo que sucedió a posteriori.

Algunos trabajadores volvieron a sus granjas, fueron los que tuvieron suerte. Los que se negaron a abandonar la ciudad acabaron en la Blackwall. Hombres alcoholizados por su incompetencia sólo encontraron una forma de conseguir alguna moneda: protituyeron a sus mujeres.

Irlandesas, judías, galesas y alguna que otra inglesa compartieron sus miserias entre lágrimas y palizas. Los años fueron avanzando despacio en Whitechapel y los burdeles y las pensiones proliferaron como setas en otoño. En 1887 no podías dar un paso al atardecer sin ser acosado por multitud de manos ansiosas.

La justicia intentó hacer un recuento de las meterices que ejercían sólo salió a la luz la punta del iceberg. La policía contabilizó 72 burdeles y 188 profesionales, pero todos sabemos que eso es mentira. En cada casa, en cada rincón siempre aparecía una mujer dispuesta a conseguir el pan para su familia.

Este es mi barrio y en el centro de este negro corazón yo resido, en Dorset, donde ejerzo una de las profesiones más respetadas por toda esta masa humana: soy su médico. Aunque yo me defino más como un "cierra y calla".

2 comentarios:

JoseQ dijo...

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