Sus uñas acarician mi piel y siento como se hunden. Poco a poco me arranca la piel dejándome desnuda. Lo mejor de mí aparece ante sus ojos llenos de deseo. Su boca se llena de saliva y se relame deseándome. Mis hermanas me miran desconsoladas pero alguna tenía que ser la primera.
Con sus dedos me rompe y sólo puedo humedecerle con mi esencia. Abre la boca y parte de mí se introduce en su interior. Aterrada lo escucho como me exprime y me traga. Ojalá tuviera yo boca para poder gritarle. Unas pequeñas lágrimas resbalan entre sus dedos mientras me despido de la familia aunque sé que en unos días ninguna seguirá viviendo. Todas desapareceremos entre sus dientes.
Es triste nacer siendo una mandarina.
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