miércoles, 31 de diciembre de 2008

Lagrimas IV

Aquella fue la primera de las muchas veces que estuvimos juntos. Todos mis sueños se estaban haciendo realidad. Aun me estremezco al recordar ese primer día. La primera vez que nuestros cuerpos se vieron, se desearon y se unieron. A partir de ese momento nuestros mundos parecieron explotar para crear un nuevo universo en el que los dos éramos el eje. Cada vez que me alejaba de él, aunque fuera para ir al trabajo, notaba como el corazón protestaba y a él le pasaba lo mismo. Constantemente estábamos mandándonos mensajes contándonos lo que nos haríamos cuando nos viésemos. No podíamos estar alejados.

Ese tiempo con él fue un regalo que disfruté plenamente. No quería que nada cambiase. Deseaba que cada segundo que estábamos juntos fuera eterno o que el mundo desapareciera en ese instante para que nada pudiera alterar mis sentimientos por él. Pero los sueños siempre acaban desapareciendo dando paso a la realidad, tal vez por eso los sueños sólo pueden existir en el rincón que crea nuestra mente.

Desde hacía unos días que las cosas no seguían un cauce normal. Su actitud frente a mí había cambiado. No es que fuera en algo obvio, eran pequeños detalles. La frecuencia de sus llamadas había descendido vertiginosamente y los roces casuales empezaron a ser eso, casuales. Hasta en la cama parecía menos animado. No es que no fuera bien, iba muy bien pero era algo en sus ojos que me hizo sospechar que la bola de nieve había empezado a girar. Intenté hablar en un par de ocasiones pero infructuosamente. No sabía que hacer para que esto no acabara pero parecía que el fin de la relación como la conocía era inevitable.

Esta mañana sucedió algo que de no ser por mis sospechas no tendría importancia. Se marchó de casa sin besarme y de una forma apurada, y en toda la mañana no fui capaz de ponerme en contacto con él. Un simple mensaje en el móvil me informaba que iríamos a comer fuera y nada más. Mi corazón se iba encogiendo según se acercaba la hora. No estaba dispuesta a que todo desapareciera sin más, sin luchar por él y por mí.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Cariño

Le quiero. Es el amor de mi vida. Cada día me repito estas palabras como un mantra.

Sobre la cama aun siento el olor de su cuerpo. Mantengo los ojos cerrados y aspiro embriagándome de él. Disfruto de estos minutos de silencio y tranquilidad. Poco a poco me levanto y me dirijo hacia el baño. Dejo caer el camisón en el suelo y me introduzco en la ducha.

Abro el grifo y ese primer chorro fría me dice que estoy viva. El agua se va calentando lentamente y mi cuerpo lo agradece. Al cabo de 10 minutos ya estoy totalmente limpia pero sigo en la ducha 15 minutos más mientras recuerdo sus ojos. Le quiero y no me imagino mi vida sin él.

Cierro el grifo y dejo que el agua resbale por mi piel. El agua resbala por mi cara, por mis ojos... Agarro la toalla y antes de secarme la acerco a mi cara y la huelo mientras me seco despacio, explorándome. Una vez acabo recojo el camisón sucio del suelo y marcho desnuda a la habitación con la toalla envuelta en mi cabeza.

Me visto pensando en él, en qué le gustará más. Quiero que cuando llegue esté todo perfecto. Saco las sábanas de la cama y las llevo también a lavar. Antes de salir de la habitación me agacho a recoger un trozo de tela roto del suelo y camino hacia la cocina.

Veo la taza que usó para desayunar en la mesa de la cocina junto con la mermelada y las rebanadas de pan. Nunca se acuerda de guardar las cosas pero él es así, tiene muchas preocupaciones en la cabeza. Abro el saco de la basura y tiro lo que en su momento fue una prenda de ropa, dejo en la lavadora las sábanas, el camisón y la toalla y tras poner un programa largo aprieto el botón y suspiro. Le quiero más que a mi vida.

Tras tomar un pequeño desayuno me dispongo a limpiar la casa y recoger las cosas que están tiradas. Todos los días se rompe algo, eso es inevitable. Sólo es dinero, me digo cuando recojo los restos de una figura de porcelana. Él tampoco sabía que esa figura había sido un regalo de mi abuela ni que era importante para mí. Él siempre está muy ocupado para pensar en esas cosas.

Al cabo de unas horas la casa vuelve a estar limpia y todo en su sitio. Hoy no voy a bajar a hacer la compra, la gente siempre se mete en lo que no le importa y hace preguntas. Vuelvo a la cocina y tras mirar lo que hay en la nevera empiezo a hacer la comida.

Un gazpacho fresquito siempre le encantó y de segundo le haré una paella, tengo algo de marisco y sé que le gustará comerlo. Hoy me dirá que todo está rico pero quiero que así sea. Le quiero con todas mis fuerzas.

Cuando se acerca la hora de que llegue empiezo a estar inquieta. Reviso todo para que no haya ningún error. La mesa está puesta, el gazpacho enfriando, la paella en su punto... voy por la casa asegurándome que no haya nada fuera de lugar mientras me froto las manos. Él es un perfeccionista y por eso le quiero.

Por fin escucho como la llave se introduce en la cerradura y mi corazón se agita. Voy a recibirle y me miro en el espejo. Su sonrisa es perfecta y me mira con señal de aprobación. Parece que he acertado esta vez. Con suavidad me da un beso en la boca y pese al dolor se lo devuelvo. Me encanta como besa y también lo quiero por eso.

Mientras va al baño a asearse saco el gazpacho y lo sirvo. Me aseguro de que el arroz está aun en su punto, perfecto. Escucho los ruidos que hace y cuando lo siento andar hacia el comedor voy hacia allí con el primer plato. Él ya se ha sentado y me mira como le traigo la comida. Esa mirada siempre me puso nerviosa y me hace estremecer.

Tras servirle me siento. Él está encantado con ese primer plato y observo como lo prueba. Un suspiro de placer sale de su boca y yo empiezo a comer también. Me mira mientras intento sorber pero acabo usando la cuchara para que no se extrañe de nada. Bien, me encuentro bien. Yo también te quiero.

Tras recoger las tazas voy a la cocina a por el segundo plato. La paella huele de maravilla y está en su punto. La sirvo lentamente para que la presentación sea perfecta. Va a estar muy feliz. Cuando llego al comedor él ya se ha bebido un par de vasos de vino, odia esperar a que le sirvan.

Sus ojos vuelven a iluminarse cuando ve la paella. Siempre ha sido su plato preferido. Entonces empieza a mirar alrededor buscando algo mientras yo me vuelvo a sentar. ¡El pan!, ¡me olvidé del pan! Me levanto intentando disculparme mientras le digo que hay pan de molde, pero a él no le gusta ese pan. Me ofrezco a ir a buscar el pan abajo pero ya no lo quiere.

Coge el plato y lo arroja al suelo mientras yo lloro pidiéndole disculpas. No me quiere oír llorar y se levanta. Yo intento volver a la cocina pero sus manos se cierran en mis cabellos. Siento como mi cuerpo deja de responderme mientras me lanza contra el suelo. Un suelo que tantas veces he limpiado de sangre. Las primeras patadas vuelven a romperme las costillas mientras me repite que no me puedo olvidar del pan. Yo le quiero hablar, pedirle perdón, decirle que nunca más lo volveré a hacer y que lo quiero más que a mi vida.

Su pie se levanta sobre mi cabeza y escucho como una nuez se rompe a mi alrededor. Luego el silencio. Le veo moverse mientras sigue gritando. Al cabo de unos minutos se calma y vuelve a mi lado. Yo quisiera levantarme y decirle que gracias a él yo conocí la felicidad. Pero ya no podré. Mi amor me ha matado por no querer ver que nunca me amó.

Por desgracia un nuevo fin.

martes, 23 de diciembre de 2008

Lágrimas III

Pese a pertenecer ambos a mundos diferentes y situaciones diferentes teníamos algo en común: los dos adorábamos el cine. Hoy en día las cosas no son tan sencillas como antes. La gente se retrae mucho más a la hora de entablar conversaciones con gente desconocida. Soy una persona muy fisonomista y cuando una acostumbra a ir sola a los sitios te da tiempo de fijarte en la gente. Con el aumento de las salas de cine la gente ya no hace largas colas para pedir entradas pero pese a todo siempre hay tiempo de analizar a las personas. Las parejas de enamorados que lanzan caricias furtivas creyendo que nadie las ve; niños que han decidido que la mejor forma de pasar un cumpleaños es yendo al cine para el martirio de los padres; jóvenes que discuten sobre cual película van a ver; y lobos solitarios que como yo intentamos ocultarnos en la penumbra para olvidarnos de nuestra vida. Uno de esos lobos era él.

Ya lo había visto en varias ocasiones. Su aspecto descuidado pero impecable y la mirada lánguida habían creado en mi un deseo por conocerlo, y había empezado a formar parte de mis sueños más íntimos. Algún día intenté forzar la situación por conocer su voz y acabé transformando el ir al cine en una forma de peregrinación para verlo. Los dos íbamos siempre a la última sesión del sábado y solía esperar a ver que película cogía para acompañarlo. Después de tantos años acudiendo al cine me había grajeado la amistad de las chicas de la taquilla y me solían dar una butaca cercana a él.

Tantas coincidencias acabaron haciendo que él también se fijara en mí. Un día se me acercó y antes de que supiera lo que estaba haciendo estábamos los dos juntos tomando una copa y comentando nuestras vidas después de la sesión. Su voz era tan sensual como había imaginado y me tenía que forzar para apartar la mirada de su boca. Acabamos concertando citas para ir juntos a ver las películas y después de varias semanas conociéndonos me invitó a ver algo en su casa. Y acudí.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Lágrimas II

Tenía previsto que el día siguiera la rutina habitual de todos los días. Nada de imprevistos que pudieran retrasarme o sorprenderme, pero es evidente que las cosas nunca salen como queremos. La mañana había sido como todas: casa – trabajo, trabajo – casa. En el trabajo tampoco sucedió nada diferente a los demás días. Las caras de siempre, las llamadas telefónicas habituales y la montaña papeles que se empeñaba en ir creciendo lentamente. Y, como todas las mañanas, antes de salir me llamó para decirme que hoy tampoco podría venir a comer. Me gustan esos pequeños detalles dentro de una relación. Él nunca puede venir a comer. Mejor dicho, no le compensa cruzar la ciudad para comer a duras penas y luego llegar tarde a trabajar, aunque alguna que otra vez ha venido simplemente para darme un beso y volverse a ir sin haber probado más alimento que mis labios. Es un hombre encantador.

Nos conocimos hace unos años. Yo salía de una relación in tempestuosa y él de un matrimonio abocado al fracaso desde el principio. En mi caso la culpa había sido mía. No se puede iniciar una relación basándose en la pena. Mi antigua pareja era el típico hombre “sin”: Sin valor, sin aspiraciones, sin objetivos, sin detalles, sin personalidad, sin cariño, sin pasión, sin amor... y un sinfín de pequeñas cosas. Puede que fuera por eso por lo que había salido con él, por lástima. Desde el primer día sabía que todo iba a acabar mal pero me mentí. Estuvimos cinco años. Cinco años de celos, discusiones y malos modos. En todo ese tiempo pocos momentos buenos hubo y eso me acabó destrozando. Lo más triste es que pese a eso nunca tuve la necesidad de llorar. Tal vez porque siempre supe como íbamos a acabar. Una vez nos separamos empezaron sus llamadas y lamentaciones continuas. Tal vez lo penoso de su actitud fue lo que me hizo ser más dura y acabé rompiendo todos los vínculos que podían quedarnos. Durante unos meses evité el salir por la noche para no tener que verlo y finalmente pareció darse cuenta de mi actitud y cesó con su acoso.

En su caso su matrimonio fue distinto. Eran la pareja perfecta. Los dos habían sido dos jóvenes triunfadores y luchadores que habían conseguido todo por sus propios medios. Ambos tenían buenos trabajos y disponían de suficiente tiempo libre para dedicarlo a los amigos o a sus aficiones, y los dos eran guapos y atractivos. Bien podrían haber sido la portada de cualquier revista. Su vida estaba perfectamente programada. No compraron la casa hasta tener empleos fijos. No se fueron a vivir juntos hasta tener perfectamente amueblada la casa. Y no se casaron hasta que se dieron cuenta que era el siguiente paso que les quedaba por dar. Y esa programación fue la que los hundió. Ya estaban introducidos en una rutina laboral y personal de la que no podían salir. Esa presión social fue la que les hizo dar ese paso porque era lo correcto pero ya no había ni amor ni cariño. Eran los barcos que habían navegado a la par mucho tiempo pero ya hacía años que habían tomado destinos opuestos. No se querían ni se amaban sólo mantenían la ilusión a los ojos ajenos. La vida personal era tan fría como sus camas. Y al cabo de 5 años tomaron la decisión de disolver el matrimonio como quién disuelve una sociedad. Todo estaba perfectamente estipulado y los abogados trabajaron como perfectos neurocirujanos en el reparto de los bienes. No hubo un ápice de sentimientos en ningún momento de esas vidas. Y ambos siguieron haciendo lo que mejor sabían hacer: trabajar.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Llueve

Esta mañana el cielo se haya totalmente cubierto por las nubes. El aire, impregnado por el olor a ozono, avisa de la tormenta. Los primeros relámpagos rompen la tenue oscuridad del día como preámbulo a la lluvia. Hoy es uno de esos días tristes para los demás.

Salgo a pasear. Me encantan estos días para observar a la ciudad ralentizarse. La gente desaparece de las calles, salvo algún que otro apurado viandante buscando refugio. El tráfico de vehículos va en aumento mientras disminuye a un ritmo mayor el número de peatones. Aparecen como hongos en otoño los primeros paraguas. Las gotas marcan al caer un ritmo de repiqueteo en las aceras.

Me dirijo al parque. En el sólo quedan las jóvenes parejas a los que las inclemencias del tiempo no apagan su llama. Elijo un banco un poco apartado aunque sería igual, están todos libres. A mí alrededor se puede apreciar los restos de un bullicio de gente que se hallaba en este mismo lugar unos instantes antes de la tormenta.

Otro relámpago cruza el cielo de la ciudad. La tormenta se hace cada vez más intensa. Justo encima de mí la copa de un árbol me protege del ímpetu de la lluvia. A lo lejos, bajo la cortina de agua, observo una silueta avanzar lentamente, sin prisa. Según se va acercando a mi posición la distingo perfectamente, es una mujer. Se haya completamente mojada pero parece disfrutar con ello. Me sonríe con complicidad, somos dos locos en medio de una tormenta.

Se acerca al banco en el que me hallo y se sienta a mi lado. Los dos en silencio observamos como los árboles van cobrando vida a nuestro alrededor.

Un nuevo relámpago restalla muy cerca. Escucho un pequeño gemido de sorpresa. Se acerca a mí. Su cabeza se apoya con suavidad sobre mi hombro al tiempo que entorna levemente sus ojos. Un aire dulzón que emana su pelo embriaga mis sentidos. Nos miramos. Nuestras cabezas se van acercando hasta rozar nuestras mejillas en una caricia sensual. Nos estremecemos. Sus manos se deslizan por mi espalda mientras el abrazo nos funde el uno al otro.

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Un trueno se oye a lo lejos al tiempo que las gotas se van haciendo cada vez más esporádicas. La tormenta ha pasado. Nuestros labios se juntan en un adiós con la última gota de lluvia.

Con suerte mañana lloverá.

Otra historia de mi tierra

Hay muchos sitios encantados y llenos de misterios. Muchos de ellos no dejan de ser más que leyendas que la gente de lugar acrecienta con el fin de conseguir visitantes o gente dispuesta a un rato de conversación. En cada pueblo hay un lugar de esos, un rincón donde la magia aparece. Hay lugares que guardan en su interior la lujuria y el desenfreno en camas de piedra que hacen que quién se acueste se quede embarazada. Esta es una leyenda y como tal puede que alguna vez fuera real o simplemente lo haya sido en la mente del narrador.

En un lugar donde la tierra se acaba hay un monte. En lo alto de este monte unas piedras sagradas. Un lugar perfecto para contemplar una vista maravillosa del mar. No hace mucho tiempo este rincón se hallaba escondido entre columnas arbóreas. Era un lugar perfecto para parejas que querían un poco de intimidad y un lugar donde poder dar rienda a su imaginación.

La persona que pasease por las cercanías, en los momentos en los que el Sol busca refugio más allá del horizonte, podría escuchar entre los trinos de los pájaros las voces de la felicidad y de la alegría. Todas las mañanas en el lugar de la cama de piedra se podían observar los restos de esas algarabías. Era uno de esos rincones guardados a voces por la gente que quería tener su momento mágico.

El conjunto megalítico reunía todos los requisitos para una velada. Resguardada de la brisa una pequeña cueva, creada en la oquedad de las piedras, con los restos añejos de múltiples hogueras. A la salida de la misma la cama de piedra. Una cama en la que se puede ver la forma de una silueta humana. Un lugar donde multitud de cuerpos han querido probar la calidez de la misma.

Una noche en la que el firmamento estaba mostrándonos su majestuosidad y su brillo, una pareja inició la subida entre arrumacos hacia el mágico lugar con el fin de consagrar su unión en tan idílico paraje. Habían dispuesto que esa fuera una noche especial. La noche en la que su amor quedara grabado. Todo estaba de su parte y la noche era la perfecta. Ese día el Sol había demostrado su generosidad y la magia de la noche de San Juan se comprometía a hacer el resto.

Con el fin de que el calor de sus cuerpos no se viera mermado habían encendido una pequeña fogata. Las sombras de sus cuerpos parecían danzar con el brillo de las ascuas. Los besos dieron paso a las caricias y el calor dio lugar a la desnudez. Sus cuerpos se acoplaron sobre la piedra y el calor de ambos se unió al de la noche. Durante unos instantes el mundo se detuvo para ellos. Sus ojos reflejaron su amor y el deseo de que eso durara eternamente.

Por la mañana, las primeras personas que se acercaron al lugar, se encontraron las prendas de ambos en el suelo y los rescoldos de las cenizas aun calientes. Nadie supo nada más de ellos y sus familias lloraron amargamente. Hubo quién dijo que habían huido pero ¿quién se iría dejando toda la ropa? Otros hablaron de suicidio pero nunca se encontraron restos. A los pocos meses el fuego arrasó el monte dejando al descubierto las piedras. Algunos jóvenes amantes que yacieron con posterioridad en el lugar afirmaron que en el manto de la noche y con el cielo en su plenitud escucharon el susurro de unas palabras de amor dichas para la eternidad.

martes, 16 de diciembre de 2008

Un principio, varios finales: 3º

Sus uñas acarician mi piel y siento como se hunden mientras ella gime de placer. Abro los ojos para ver como se estremece, como se contrae con cada espasmo. Cada sonido que emite hace que mi cuerpo se estremezca y alcance el clímax cuando ella lleva un rato disfrutándolo. La atraigo hacia mí con cada empuje y todo se detiene.

Nuestras respiraciones empiezan a recuperar poco a poco su ritmo normal mientras nuestras bocas se buscan hambrientas. Nuestros cuerpos resbalan bañados en sudor mientras nos abrazamos, mientras nos deseamos. Las arremetidas de antes dan paso a suaves caricias, a susurros, a besos de complacencia. La observo extenuada y preciosa. Sus ojos se posan sobre los míos y un escalofrío me recorre al notar amor en ellos.

Yo sólo quería sexo.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Un principio, varios finales: 2º

Sus uñas acarician mi piel y siento como se hunden. Poco a poco me arranca la piel dejándome desnuda. Lo mejor de mí aparece ante sus ojos llenos de deseo. Su boca se llena de saliva y se relame deseándome. Mis hermanas me miran desconsoladas pero alguna tenía que ser la primera.

Con sus dedos me rompe y sólo puedo humedecerle con mi esencia. Abre la boca y parte de mí se introduce en su interior. Aterrada lo escucho como me exprime y me traga. Ojalá tuviera yo boca para poder gritarle. Unas pequeñas lágrimas resbalan entre sus dedos mientras me despido de la familia aunque sé que en unos días ninguna seguirá viviendo. Todas desapareceremos entre sus dientes.

Es triste nacer siendo una mandarina.

Un principio, varios finales: 1º

Sus uñas acarician mi piel y siento como se hunden. Grito de dolor al notar como mi piel se desgarra. Todas mis terminaciones nerviosas protestan cuando vuelve a golpear con furia la piel que estaba pegada a la espalda arrancándola. Quisiera poderme mover y gritarle pero mi cabeza permanece hundida en la tierra y mis brazos inertes.

Un trozo de mi muslo se desprende con un chasquido y escucho el gruñido de placer que emite cuando lo mastica. Otro empieza a sacudir mi brazo que empieza a ceder a sus tirones. Mi hombro poco aguantará. Por dentro lloro, por dentro grito, por dentro suplico porque todo acabe. Nunca imaginé que mi final fuera a ser este, devorado por unos tigres. En el fondo quiero reírme porque antes de caer y romperme el cuello lo último que leí fue el cartel de prohibido dar de comer a los animales.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Dos vidas perfectas

Otra vez suena el despertador. Cada semana la misma historia. Tengo que hablar muy seriamente con la gente del trabajo, uno se cansa de que esté fuera semana sí semana no. Sé que desde que encontró esto no nos ha vuelta a faltar de nada y aun encima gracias a ello nuestra relación ha mejorado muchísimo. Antes la situación en casa era insoportable, tantas discusiones, tantas tiranteces, tantos gritos. Hasta los niños han notado el cambio de una forma positiva. Tal vez ahora tengan menos a su padre en casa pero tienen un padre. Antes tenían a un monstruo horrible. Sí, hemos ganado mucho.

Hasta nuestra vida sexual ha notado esa mejoría. La rutina y el aburrimiento hacían que hasta me diera asco el que me tocase. Ahora deseo que acabe pronto la semana para que él vuelva y me posea una y otra vez. Parece que hemos vuelto a la adolescencia. Me vuelve a besar como me besaba antes y me hace estremecer con cada caricia furtiva. Buscamos cada instante a solas para tocarnos y los escarceos en cualquier sitio me apetecen. El otro día no le dejé escapar del ascensor sin que me penetrase, apenas lo hizo y me sentí marchar a ese lugar que sólo conoce la gente que vivió plenamente un éxtasis igual.

Como cada lunes él me llamará para que desayunemos juntos mientras espero en la cama aun caliente e impregnada de su olor y de sus fluidos. Luego irá a darle un beso a nuestros dos hijos y volverá a besarme con pasión nuevamente. Luego cogerá su equipaje y volveré a contar los minutos que faltan hasta que vuelva a verle. ¡Le quiero tanto!

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Por fin escucho ese sonido que hace que mi corazón se acelere. La forma de abrir la puerta es inconfundible. Me imagino a él asomando esa sonrisa que me hizo enloquecer hace unos años. Como cada vez que vuelve cierra la puerta y deja la maleta. Pese a saber que le he escuchado él intenta no hacer ruido, es como un niño pequeño. Lo noto tras de mí y me abraza por la espalda buscando con sus labios mi cuello. Casi se me caen los platos que estaba fregando. Mis piernas flaquean y lo desean dentro de ellas. Aun hoy no me explico la suerte que he tenido encontrando a un hombre tan maravilloso y que me quiere tanto como yo a él. Me giro para corresponderle con otro beso. Mi boca lo deseaba desde el mismo momento que lo vi. A duras penas la ropa aguantó en nuestro cuerpo los envites de nuestras manos buscando la calidez. Y como si no hubiera pasado ni un solo instante desde la última vez volvimos a yacer en la cama toda la noche.

Otra semana más de luna de miel, otra semana más a su lado. Esta semana tenemos bastante trabajo y esas horas que estamos juntos las tenemos que aprovechar al máximo. Para no perder tiempo yo ya he ido buscando todos los catálogos de las cosas que me gustan para que él me dé su opinión. La habitación del niño ya está lista y pintada y sólo nos queda comprar los muebles y la cuna. Cuando le dije a mi madre que iba a tener un hijo ella casi se muere del susto, yo, que era de esas que nunca tendrían hijos. Claro que de aquella yo no le había conocido a él.

Aun me acuerdo de la primera vez que observé esa sonrisa tan maravillosa que me hizo sentir el centro del universo. Las palabras que me dijo a continuación ya no tenían sentido, estaba enamorada y sabía que mi vida no tendría ningún sentido fuera de su lado. A los pocos meses estábamos casados y el bebé tampoco se hizo esperar demasiado, en dos meses cumpliremos nuestro tercer aniversario y si las cuentas van bien por esas fechas nacerá nuestro hijo. Todo nos sale como en un cuento de hadas, sólo tengo una pega, su trabajo. No debieran de permitir esos trabajos en los que los maridos abandonan su hogar más de unas horas. Odio los lunes con todas mis fuerzas, aunque no todos, sólo los de las semanas impares. Deseo que nunca lleguen porque sé que él se irá. Cada vez que sucede me digo que es por su trabajo y que todo irá bien, que no son más que siete días y que cada día él me llamará dos veces, las que le permiten en la empresa. Y como cada lunes que eso sucede estoy feliz pero cuando él se vaya lloraré por no tenerlo a mi lado. ¡Le quiero tanto!

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..... Y mientras él, y como cada semana, continuará con su mundo de mentiras mientras piensa en lo afortunado que es teniendo a dos mujeres que lo adoran.

martes, 9 de diciembre de 2008

Mi lugar

La superficie vuelve a ondular. Ahora son cada vez más espaciadas y ya no suspira. Al caer otra se da cuenta de las maravillosas ondas que crean sobre el agua sus lágrimas. Siempre consideró que el mejor lugar para poder desahogarse era un buen baño. Nunca permitía que sus sentimientos aflorasen en público y tampoco le gustaba llorar en el dormitorio. No está bien llevar las penas a la cama, siempre te levantarías entristecida por haber dormido sobre la pena. Su lugar es la bañera.

Lo descubrió hace años, después de que sus padres la hubieran reprendido por haber estado con un chico. Ella no había hecho nada malo, sólo había cometido el error de comentárselo a su padre. No llegó a pegarle pero las palabras que le dijo fueron peores que cualquier tortazo. Antes de la discusión ya había preparado una bañera muy caliente para relajarse después de las emociones de ese día y cuando se metió en el agua caliente todo el rencor y el resentimiento que tenía dentro empezó a manar. Se sentó con medio cuerpo sumergido y apoyándose las manos sobre la cara y dejó que todo fluyera. La sensación del vapor sobre la cara y del calor en el cuerpo le hizo perder la conciencia de cuanto tiempo llevaba llorando, pero cuando acabó el agua empezaba a estar tibia. Volvió a abrir el grifo del agua caliente y se sumergió completamente. El ruido del agua llenando la bañera zumbaba en sus oídos. Los sonidos se amplificaron bajo el agua mientras aguantaba la respiración. Por un momento pensó en quedarse ahí pero se dio cuenta que ya no estaba triste. Esa fue también su primera vez.

Desde aquel día volvió a haber muchos más. Había encontrado su refugio y su descarga para los sentimientos. Aunque hacía ya años que no lo había vuelto a usar de esa forma. No había tenido motivos y nada le había hecho sentirse de esa forma y con tantas ganas de llorar, hasta hoy.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Una historia de mi tierra: 3ª parte

Desde pequeño que he oído hablar de la Santa Compaña y de la forma de defenderse de ella si te aparece. Cualquier persona de mi edad sabría como hacer el círculo de protección para que te dejasen en paz y no hacer caso a nada de lo que oyeses esa noche, la forma de arrodillarse, rezar el rosario y el signo de la fija... Parece que Javier supo hacerlo pero María se encontró portando la cruz y guiando a las almas hacia una nueva víctima. Tampoco la gente cree en milagros y se empeña en buscar explicación a todo.

Al cabo de una semana en el pueblo hubo dos sucesos que, como la balanza de la justicia, guardaban a su vez la alegría y el dolor. La desaparición de Javier fue achacada a múltiples excusas. Según unos se había ido a la ciudad para olvidar a María, según otros la desesperación lo había hecho suicidarse, pero todos los rumores fueron acallados cuando de la capital nos llegaron noticias de que María se había recuperado milagrosamente, aunque que no recordaba nada de lo sucedido hasta entonces. Una sombra de dolor cruzó en ese momento mi pecho. Yo sabía que es lo que había pasado y que es lo que había obrado el milagro. Javier, hundido por no haber sabido defender a María, hizo lo que cualquier amante por su querida. Aquella misma tarde que yo escuché su confesión él se marchó hacia el mismo lugar por donde había pasado la Santa Compaña con el fin de convocarla o de encontrarse con ella. Al parecer tuvo la desgracia de hacerlo e intercambió el puesto de María por él. Con el fin de que nadie lo encontrase suplicó para que no sólo su alma viajase con ellos en su peregrinar maldito, sino que su cuerpo también fuera. Y las almas accedieron.

Por suerte María no recordaba nada de lo que había sucedido. Su cabeza pareció borrar todos los hechos hasta el punto de no recordar siquiera que se iba a casar. Su mente pareció descender a los umbrales de su infancia transformándola en una niña en el cuerpo de una mujer. Al cabo de un año de volver al pueblo el párroco me pidió que le ayudase para que ella empezase a hacer mi trabajo así yo tendría una ayudante y ella no estaría sola. Me transforme en su maestro y su protector.

Hoy en día, cuando la gente la ve se toca la sien con el dedo índice y a mí me entran ganas de gritarles, pero me limito a acercarme a ella en silencio para echarle una mano en sus tareas. También la crueldad de la gente hizo borrar de la memoria al desdichado Javier, silenciado en un mar de mentiras creadas a su alrededor. Hoy María vive tranquila sin sus recuerdos pero de vez en cuando, al acompañarla a su casa, me hace dar un rodeo para pasar por un claro que hay en el bosque y la veo mirar a la lontananza. Una vez la vi llorar al ver unas luces más allá del horizonte y yo lloré con ella.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Una historia de mi tierra: 2ª parte

Les faltaba menos de dos meses para casarse cuando todo sucedió. Una noche escuchamos los gritos de Javier y salimos casi todos a la plaza. Tenía el cuerpo de María inerte entre sus brazos. Al principio creímos que estaba muerta pero luego comprobamos que aun respiraba. Javier no paraba de repetir que ellos se la habían llevado. ¿Qué quién se la llevó? Bueno, para eso hay que llegar al final. Esa noche no conseguimos arrancar de él más que esas palabras. Cuando el médico salió de casa de María nos comentó que era algo que nunca había visto. Físicamente estaba perfecta pero tendrían que llevársela a la capital para hacerle pruebas.

Las dos familias estaban destrozadas y los demás sólo podíamos suponer conjeturas. Ya sabes que el los pueblos las verdades no van muy lejos pero las mentiras recorren todas las distancias. Hubo quién dijo que él la había pegado porque descubrió que ella le engañaba, otros dijeron que fueron las drogas o que si ella abortó y se quedó así. Paparruchas, nadie que los hubiese conocido podría afirmar esas sandeces. Otros dijeron que le habían echado el mal de ojo, no es que no crea en él pero, ¿quién sería capaz de hacerle daño a esos chicos? Creo que la única persona que llegó a enterarse de algo fue el párroco. El párroco y yo.

Por entonces yo trabajaba en la iglesia. No es que hiciera gran cosa pero tampoco me faltaba el trabajo. Entre arreglar las jardineras, limpiar el suelo y los altares, acondicionar la sacristía y ayudar en el cementerio el trabajo no faltaba. Normalmente yo aprovechaba los descansos entre misas o cuando la iglesia estaba con menos gente para limpiar por dentro. En todos los años que trabajé allí nunca me enteré de nada de lo que la gente le comentaba al párroco en el confesionario, yo no era de esas personas deseosas por saber los pecados de los demás, bastante tenía con mis propios problemas. Más cuando escuché la voz de Javier gritando en el confesionario me acerqué y espié por primera y última vez.

Normalmente la gente cuando se confiesa susurra las palabras como si temiese que el mundo se enterara de sus penurias y maldades. Javier, en cambio, estaba hablando como si se encontrase al aire libre deseando soltar la carga que lleva dentro de él. Javier estaba culpándose del estado de María y lloraba por no haber hecho nada para evitar el dolor que ella estaba sufriendo. Las palabras del párroco no llegaba a escucharlas pero no era necesario. Javier empezó a llorar y golpeándose en el pecho aseguraba que él podía haber hecho algo más pero que su miedo se lo había impedido. No quería que María siguiera sufriendo y que él era la única persona capaz de acabar con su pena. Él había visto todo pero fue su cobardía la que le hizo refugiarse y no luchar por ella. Decía que les había visto llegar igual que ella y se refugió dejándola a su merced. Ella no tuvo elección y tuvo que acompañarlos pero justo antes de marchar le dijo que le quería y que la recordase siempre. Luego no volvió a mirar atrás y él se quedó con su cuerpo inerte entre sus brazos. Escucho entonces como el llanto de Javier sale del fondo de su alma y grita unas palabras que aun guardo en mi interior: “¡Ella está con la Santa Compaña y la dejé marchar!”.

Acto seguido Javier salió de la iglesia corriendo y no lo volvimos a ver más. Yo estaba deseoso de preguntarle al párroco por esa confesión pero eso sería como el reconocer mi pecado. Hoy en día los jóvenes no creéis en nada pero todas las leyendas guardan en su interior la verdad. Precisamente el poder de ellas reside en que hoy nadie cree en ellas.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Una historia de mi tierra: 1ª parte

Esta es la típica historia que nunca crees porque siempre es mejor no creer. Hace mucho tiempo, cuando aun era joven. Las desapariciones de jóvenes en busca de mejor fortuna eran muy habituales en el pueblo. Un día se iba uno a la capital, otra semana se marchaba otro. Un goteo de sangre, de nuestra sangre, que iba matando poco a poco a todos los que quedábamos. Algunas veces eran idas anunciadas otras surgía de improviso. Siempre se conocía a alguien que estaba trabajando en un lugar mejor y, que si uno quería mejorar o buscar un futuro, era la única elección.

Esa búsqueda de mejor fortuna fue lo que acabó destruyendo los pueblos. Los jóvenes se marchaban y los viejos se limitaban a ver pasar los días antes de morir de tristeza o de soledad. Raras veces sucedía que alguno volvía y por ser algo tan excepcional siempre le echábamos la culpa a la falta de ambición o al fracaso laboral. Nosotros mismos fomentábamos esa desertización. A decir verdad, creo que en toda mi vida sólo volvieron al pueblo poco más de una docena de muchachos. Unos auténticos inútiles que no servían ni para aguantar el ganado, decían los lugareños. Ellos y María.

Todavía la puedes ver si te apuras. Está en la iglesia barriendo y arreglando las flores. Es una mujer encantadora y muy atenta en las cosas que conciernen a los santos. Tampoco creo que sirva para nada más. Fue una suerte que el párroco le ayudara, sobre todo después de lo que sucedió.

No creas que ella fue siempre así. Hace años era una de las mejores mozas de toda la parroquia. Todos los chicos queríamos estar con ella, en todos los sentidos, pero ella siempre se hizo respetar. Tenía un novio formal, el hijo del abogado. Era un muchacho muy despierto e inteligente. Nunca le importaba ayudar o mancharse las manos. Todo el mundo lo adoraba y lo envidiaba, no sólo por el hecho de estar saliendo con María, sino porque parecía que todas las virtudes humanas se habían juntado en él. Físicamente era un portento. No recuerdo que su equipo de fútbol hubiese perdido un partido con él en el campo. Y no ya por su valía, era también por su forma de contagiar la euforia y la alegría a todos. Todos nos acordamos de un partido en el que iban perdiendo por cinco goles y a falta de un cuarto de hora todos escuchábamos su voz en el campo diciendo que aún se podía ganar el partido y casi lo conseguimos, empatamos a cinco y lo festejamos como si hubiésemos ganado la copa del mundo. Javier era excepcional. Eran la pareja perfecta.

¿Conoces esa frase de que la felicidad nunca es completa? Pues créetela, es verdad.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Amiga

Estaba sentada a mi lado con los ojos llenos de lágrimas que se resistían a salir. No sabía como seguir ni sí merecía la pena pero buscaba en mí una señal de aprobación, un consejo. Le abrazo suavemente mientras la atraigo hacia mi cuerpo y ella se acurruca como si de una niña pequeña se tratase. Acaricio dulcemente su pelo impregnándome de su olor mientras observo como el ser más maravilloso se haya entre mis brazos. Siempre la he querido.

La primera vez que la vi se hallaba tan perdida como yo entre una multitud. Nuestras miradas se cruzaron y en ese momento supimos que habíamos conectado. A partir de ese momento la línea de nuestras vidas fueron paralelas, y ese fue el problema. Un amor extraño crecía entre nosotros. No podíamos vivir separados pero sin embargo lo estábamos. Nos queríamos, nos conocíamos perfectamente, sabíamos lo que nos gustaba y lo que nos hacía falta, nos deseábamos con una pasión oculta,.... pero..... había algo en todo este tiempo que siempre nos había detenido y nos ataba: no queríamos perder lo que teníamos, la amistad.

En todos estos años nunca nos habíamos planteado nada. Las ocasiones que habíamos tenido eran múltiples, excursiones juntos, viajes, noches en vela. Pero siempre había prevalecido la amistad. Hasta nuestras parejas lo sabían y lo habían aceptado. Pero eso había sido cuando todo funcionaba.

Hace un tiempo que a ella las cosas no le van todo lo bien que quisiera en su relación. Por decirlo de una manera suave, su matrimonio era un desastre. Yo sabía lo de las noches en vela. Yo sabía lo de sus lágrimas cuando él no le hacía caso. Yo sabía que hacía mucho que ella no sentía nada. Yo sabía que su amor por su marido hacía tiempo que había desaparecido. Y yo sabía que la culpa no había sido de ella, pero esto no se lo podía decir. Ella necesitaba de mí lo que yo había necesitado de ella cuando yo había tenido “mis” problemas. Ella me había ayudado a superar esos momentos donde piensas que nada merece la pena y que tal vez los problemas desaparecerían sin mí. Ella me ayudó a creer en mí. Ella me ayudó a darme cuenta que mi mujer no se merecía lo que le estaba haciendo con mi indeferencia. Ella nos volvió a unir y eso no puedo hacerlo yo con ella. Todo sería mejor si no supiese que su marido ya no la quiere y que mantiene otra relación. Todo sería mejor si cuando yo me enteré de todo se lo hubiera dicho, pero entonces fui un cobarde y ahora sólo puedo escucharle, quererle e intentar ayudarle, pero la quiero. Odio la amistad pues ella me impide amar a quien más quiero, mi único consuelo es su felicidad.

Ella escucha mis palabras con atención. Ella comprende que su vida, tal y como la conoce, ya no puede seguir. Se da cuenta que lo más importante en este mundo tiene que ser ella y que por ella tiene que luchar. El brillo vuelve a sus ojos cuando se levanta. Me entiende y sabe que tengo razón. Me abraza y sin darse cuenta de lo que está haciendo me besa. Mi cuerpo se estremece. No sé que hacer y le beso. Durante unos segundos el universo no existe y luego una luz cruza nuestros cuerpos. Nos separamos lentamente y me susurra, “gracias”. Ella es mi amiga pero hoy hay algo que se ha perdido en esa amistad. Esa noche sé que lloraré.

martes, 2 de diciembre de 2008

Sola

Una puerta sigue entornada en mi interior, esperando. La vida no ha sido justa conmigo. Es irónico que, pese a todas esas trabas, yo nunca he perdido la esperanza de que tarde o temprano aparecería la persona indicada capaz de ver lo que hay al otro lado de esa puerta.

No es que mi actitud fuera defensiva o que tratase con acritud a la gente que intentaba acercarse a mí. No, no es eso. Lo que pasa es que con los años vas pidiendo algo más a la vida que una cama caliente con unas caricias acertadas. El tiempo nos vuelve exigentes y eso hace que el camino a la puerta se vuelva más pronunciado y peligroso. Muchos intentaron llegar a ella pero todos se quedaron en meros acercamientos.

La gente me cree insensible pero el problema es que nadie se ha molestado en conocerme. Se sorprenderían si me viesen conmover con una simple rosa o un mero gesto desinteresado, aunque ese es otro problema. A los hombres sólo les mueve el interés por algo: por su interés. Mi cuerpo desea derretirse como mantequilla al Sol, pero no hay nadie dispuesto a sacrificarse por llegar hasta la meta.

¿Compromiso? Yo no quiero un compromiso tal y como la gente lo entiende. Yo sólo quiero un orfebre de los sentimientos porque estoy harta de que la joya que guardo en mi interior siga guardada. Yo sólo quiero a alguien para vivir.