No me dejó hablar más así que hice lo que me recomendó. Él ya había elegido la cena y después de haber leído la carta fue lo mejor, estaban todos los platos en un idioma que dificultaba el saber que podía comer. El primer plato fue una especie de bizcocho de verduras muy suave con un ligero sabor a curry que se deshacía en la boca. De segundo pidió unas berenjenas nuevamente rellenas de verduras y carne y recubiertas con una crema de queso. Pero lo mejor fue el postre, un exquisito pastel de chocolate, moka y mousse de chocolate bañado en licor y con una salsa un poco amarga que no pude identificar. ¡Buff! Y si no es poco durante la comida nos bebimos dos botellas de vino. He de reconocer que disfruté gratamente de la comida tanto que me encontraba embriagada y satisfecha, por lo menos el apetito.
Como había insistido en que estuviésemos los dos en silencio durante la velada, me limité a contemplar como comía y como me miraba. ¡Y como me miraba!, cada vez que mis piernas se movían la abertura del vestido se deslizaba hacía arriba sus ojos me recorrían cada centímetro, como queriendo empujar hasta el final, a sabiendas que no había nada. Entre el calor del vino y el mío propio no lo resistía y me notaba cada vez más impaciente, deseando que nos fuéramos de allí a cualquier parte, mientras él sólo sonreía.
Una vez que nos hubieron recogido las cosas de la mesa se acomodó entre los cojines y saboreó el último trago del licor que tenía. En ese momento su mirada cambió volviéndose más insinuante, o eso notaba. Entre los efluvios del alcohol y su mirada mi cuerpo empezó a arder por dentro. Notaba como me saboreaba al igual que había hecho antes con el licor. Lentamente, estudiándome. Entonces me percaté que el vestido y la posición me habían jugado una mala pasada y me encontraba con las piernas totalmente al descubierto. Lo único que me salvada de la completa desnudez era el juego de luces que unido al pliegue de la tela me tapaba lo justo para dar paso a la imaginación. Y esa sensación me gustaba.
Y fue entonces cuando me invitó a otro juego. El juego de la verdad. Las condiciones eran las siguientes: haríamos preguntas alternas primero yo y después él las cuales se podrían responder o no pero si se respondían siempre tenía que ser con la verdad y si no se respondían el juego y la velada se habrían acabado en ese momento. El límite a las mismas era nuestra imaginación. Y que si quería nunca más volveríamos a vernos. Mi curiosidad era más fuerte que el pequeño timbre de aviso que me sugería que me marchase y accedí sin saber lo que podría pasar.
1 comentario:
juegos? me encantan los juegos
saludos
Publicar un comentario