Del restaurante me habían llegado referencias por compañeros de trabajo. Era un restaurante oriental que no llevaba abierto más de un año. Mi primera sorpresa fue al entrar. Era un lugar muy acogedor con música ambiental y un perfume a curry en el aire que embriagaba. No había muchas mesas y la mayoría estaban ocupadas. Entonces me di cuenta... si no sabía quién era él ¿cómo reconocerlo? Primero me fije en los comensales buscando una cara conocida en vano. Luego busqué a gente que estuviese sola o expectante y la lista se redujo a 3 mesas: un caballero de unos 60 años en muy mal estado y con una tos bastante desagradable que no intentaba disimular, un chico de unos 25 años que devoraba ansioso panecillos y otro que no distinguía por estar sentado de espaladas a mi pero que aparentaba unos 40 años. Justo cuando me decido a indagar más se me acerca la camarera y me dice que le acompañe que me están esperando. Afortunadamente parecía que nos dirigíamos hacia el caballero de espaldas pero cuando me disponía a ocupar mi lugar veo que mi guía sigue avanzando.
- “Sígame, es por aquí, en la otra ala. Los zapatos puede dejarlos en esos cajetines”
¿La otra ala? Eso era como entrar en un cuento de las mil y una noches. Las mesas de la entrada daban paso a pequeñas mesas que no levantaban más de dos palmos y que se hallaban iluminadas por las velas de unos hermosos candelabros; en lugar de las sillas unos grandes cojines hacían de asiento y respaldo; el sonido de la música de la entrada parecía amortiguado por el murmullo del agua de una cascada.
- “Por aquí” - dijo separando unas grandes gasas que caían desde el techo separaban los reservados. Y entonces lo vi.
Se hallaba recostado de medio lado y nada más escucharnos se levantó. Era evidente que yo no lo reconocía así que lo primero que hice fue un análisis visual de la situación. Era alto y de complexión normal, por suerte para mi parecía que no era ningún fanático de la actividad física y el deporte como mi ex; el pelo trigueño y algo despeinado, como si el peine se hubiese peleado con él y hubiera ganado la batalla; la tez cetrina hacía que resaltase más aun la sonrisa infantil de su rostro al verme, pero lo que más me llamó la atención había sucedido justo antes de que se hubiese levantado, estaba jugando con sus pies. Todos estos pequeños detalles hacían de él un niño grande.
Al darme un beso en la mejilla como saludo noté el aroma de la colonia que llevaba, un olor muy agradable y fresco que junto con la suavidad de sus labios me hizo estremecer. Me invitó a sentarme enfrente a él. Nada más recostarme sobre los cojines la abertura del vestido dejó mis piernas al descubierto y nuestros ojos se cruzaron, desde luego él tenía buen gusto para la ropa. Al preguntarle cómo me conocía se limitó a decir que ya había elegido la comida y que las preguntas ya las respondería más tarde, que mientras me limitase a disfrutar de la velada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario