Siendo totalmente sincero ese día yo buscaba un medio para poder acabar con mi vida y a poder ser de la manera más violenta. Me hubiera gustado que esas puñaladas hubieran sido en mi vientre y no en la de ese pobre borracho. Cuando lo observé tendido en el suelo, agarrándose el vientre e implorando auxilio no lo pude evitar.
Me abrí paso entre la muchedumbre gritando que era médico, pues sabía que de lo contrario su vida duraría menos que un centavo en el cepillo de una iglesia. Me agaché y le descubrí la camisa. El corte había sido limpio y pese a que sus vísceras estaban desparramadas entre sus manos apenas había sangre, eso era bueno. La gente dudaba entre apartarse o acercarse más mientras su agresor me miraba estupefacto. El fervor de la lucha había remitido en sus ojos.
- Acaba con su vida o ayúdame, pero haz algo. – le grité.
- ¿Qué… qué… qué puedo hacer? – me dijo dejando caer el pincho de sus manos.
- Ve dentro y consígueme agua caliente… a poder ser limpia… y el licor más fuerte que tenga, ¡rápido! – salió corriendo hacia el interior de la taberna – Tú y tú, conseguidme una sábana limpia, hilo y una aguja. Y vosotros cuatro, ayudadme a llevarlo al interior…
- ¡NO! ¡AQUÍ NO ENTRA! – me gritó un hombre corpulento de mejillas sonrosadas y con un mandilón que rezumaba alcohol por doquier. – Tendréis el agua caliente, pero ese no entrará aquí nunca más.
Miré a mí alrededor buscando ayuda. Podría coserle ahí mismo, pero sabía que sus probabilidades de sobrevivir aumentarían si lo atendiese en cualquier sitio exento de excrementos.
- James Matius, eres el ser más despreciable que existe. Para que te dejen sus libras valen pero para curarlos no, no vaya a ser que luego tengas que dar explicaciones de un cadáver más.
- Aquí no entrará. – Reiteró bajando la mirada e introduciéndose al interior.
- Traedlo conmigo, señor. No será el mejor sitio donde os gustaría entrar pero está limpio.
Entre la multitud de desechos humanos que nos rodeaban esa mujer resplandecía como una mariposa. La riqueza y ostentación de la vestimenta me indicaba su rango. Era una madame.
- Bueno amigo, mejor morir rodeado de bellezas que de desechos. Ayudadme a levantarlo.
Varios brazos se ofrecieron a levantarlo y seguimos a la madame hacia una pequeña casa situada enfrente de la taberna. Nada más entrar el olor a limpieza y perfume barato embriagó mis sentidos. Fue como si ese sitio estuviera al margen de Whitechapel y su inmundicia. Después de avisar a sus chicas para que se arreglasen y desapareciesen de la vista nos dirigió a una cocina y sobre la mesa depositamos al herido. Su razonamiento fue el más correcto, no era lógico que sus meretrices estuvieran distrayendo a la multitud de gente que nos acompañaba y el ponerlo en la mesa de la cocina me daba una superficie dura donde trabajar cómodamente y algunos instrumentos que poder usar.
Aun andaba cavilando en cómo podría hacer cuando apareció el culpable de todo con una tina de agua aun burbujeante y una botella en un bolsillo.
- Me cobró la botella. – nos explicaba desconsolado.
- No te preocupes – le dije – ya te abonaré su importe tan pronto acabe. Gracias.
- ¡Fuera todo el mundo! – gritó la mamade – Dejen trabajar al médico.
- Gracias, pero que se queden 3 personas, me van a hacer falta para agarrarlo. – comenté.
La madame me había traído ya, la aguja, el hilo y una sábana limpia que había procedido a romper en tiras. Con la llama de una vela calenté la aguja y sumergí las sábanas y el hilo en el agua. Ya expliqué que esas prácticas que pueden parecer normales entonces eran sumamente inhabituales. Luego procedí a lavarme las manos y comencé a trabajar.
Limpié la herida con el líquido de la botella, que previamente había probado. Un excelente destilado que hizo arder mi garganta al instante.
- ¡Arggghhh! – gritó de dolor.
- Tranquilo, intentaré que te duela lo menos posible. Bebe todo lo que puedas de esto y cuando acabe ponedle algo entre los dientes para que muerda. Y aguantadlo bien.
Tan pronto como dio cuenta de la botella, procedí a lavar el intestino que había aflorado con abundante agua e irlo introduciendo en la cavidad abdominal. Cuando todo estuvo en su interior enhebré la aguja y comencé a coserle las capas abdominales, que por fortuna no habían sido muy dañadas. Si todo salía bien y no moría en las próximas 72 horas podría lucir un precioso tajo en su barriga con el cual ganarse alguna copa en alguna taberna contando alguna historia inverosímil.
- Listo. Ya he hecho todo lo que podía por él. – dije cortando el hilo sobrante y buscando un sitio en donde poder lavarme las manos.
- Muchas gracias señor. – me dijo la madame. – Si me acompaña le diré donde asearse y algo de ropa limpia.
- No es necesario, ¿señora…?
- Annie, puede llamarme Annie. Si se queda un tiempo por acá ya descubrirá como me llama la gente de este barrio, pero mi verdadero nombre es Annie. – me dijo azorada.
- Gracias Annie.
La seguí a través de un pasillo vestido con una lujosa alfombra a una amplia habitación presidida por una bañera con el agua ya caliente. Al parecer habían estado calentando el agua en otro sitio o yo no me había dado cuenta si lo habían hecho en la cocina. Junto a la bañera una silla, con un albornoz y unas zapatillas que esperaban ser vestidos, y un tocador con los utensilios necesarios para un aseo, un espejo y una pequeña campanilla.
- Cuando se quite la ropa déjela en la puerta y me encargaré de que la limpien. Puede bañarse con tranquilidad. Si necesita cualquier cosa llámenos usando la campanilla y una chica vendrá a ayudarle… o lo que haga falta. – esto último me lo dio con un guiño pero lo único que yo quería en ese momento era meterme en la bañera y relajarme.
- Gracias. Es más de lo que podría esperar, Annie. Sólo hice mi trabajo.
- Otro en su misma situación no habría hecho nada… ¿Sr.?
- Disculpe, me llamo Johnson, Albert Johnson. – hubiera podido inventar cualquier nombre pero preferí darle el verdadero, tampoco creía que eso fuera a importar, dadas las circunstancias.
- Me reitero en lo dicho, muchas gracias Sr. Johnson. No se imagina lo agradecida que estoy por lo que ha hecho.
Y dándose la vuelta se marcho cerrando la perta con suavidad y dejándome a solas. Tras desnudarme me puse el albornoz, dejé mi ropa fuera y me metí en la bañera. El agua estaba caliente y un agradable olor a sales me invitaba a la relajación. En estas últimas horas mi forma de ver la vida había cambiado bruscamente. Desnudo en el agua me había olvidado de porqué estaba en ese barrio y respirando lentamente me quedé dormido.
Me abrí paso entre la muchedumbre gritando que era médico, pues sabía que de lo contrario su vida duraría menos que un centavo en el cepillo de una iglesia. Me agaché y le descubrí la camisa. El corte había sido limpio y pese a que sus vísceras estaban desparramadas entre sus manos apenas había sangre, eso era bueno. La gente dudaba entre apartarse o acercarse más mientras su agresor me miraba estupefacto. El fervor de la lucha había remitido en sus ojos.
- Acaba con su vida o ayúdame, pero haz algo. – le grité.
- ¿Qué… qué… qué puedo hacer? – me dijo dejando caer el pincho de sus manos.
- Ve dentro y consígueme agua caliente… a poder ser limpia… y el licor más fuerte que tenga, ¡rápido! – salió corriendo hacia el interior de la taberna – Tú y tú, conseguidme una sábana limpia, hilo y una aguja. Y vosotros cuatro, ayudadme a llevarlo al interior…
- ¡NO! ¡AQUÍ NO ENTRA! – me gritó un hombre corpulento de mejillas sonrosadas y con un mandilón que rezumaba alcohol por doquier. – Tendréis el agua caliente, pero ese no entrará aquí nunca más.
Miré a mí alrededor buscando ayuda. Podría coserle ahí mismo, pero sabía que sus probabilidades de sobrevivir aumentarían si lo atendiese en cualquier sitio exento de excrementos.
- James Matius, eres el ser más despreciable que existe. Para que te dejen sus libras valen pero para curarlos no, no vaya a ser que luego tengas que dar explicaciones de un cadáver más.
- Aquí no entrará. – Reiteró bajando la mirada e introduciéndose al interior.
- Traedlo conmigo, señor. No será el mejor sitio donde os gustaría entrar pero está limpio.
Entre la multitud de desechos humanos que nos rodeaban esa mujer resplandecía como una mariposa. La riqueza y ostentación de la vestimenta me indicaba su rango. Era una madame.
- Bueno amigo, mejor morir rodeado de bellezas que de desechos. Ayudadme a levantarlo.
Varios brazos se ofrecieron a levantarlo y seguimos a la madame hacia una pequeña casa situada enfrente de la taberna. Nada más entrar el olor a limpieza y perfume barato embriagó mis sentidos. Fue como si ese sitio estuviera al margen de Whitechapel y su inmundicia. Después de avisar a sus chicas para que se arreglasen y desapareciesen de la vista nos dirigió a una cocina y sobre la mesa depositamos al herido. Su razonamiento fue el más correcto, no era lógico que sus meretrices estuvieran distrayendo a la multitud de gente que nos acompañaba y el ponerlo en la mesa de la cocina me daba una superficie dura donde trabajar cómodamente y algunos instrumentos que poder usar.
Aun andaba cavilando en cómo podría hacer cuando apareció el culpable de todo con una tina de agua aun burbujeante y una botella en un bolsillo.
- Me cobró la botella. – nos explicaba desconsolado.
- No te preocupes – le dije – ya te abonaré su importe tan pronto acabe. Gracias.
- ¡Fuera todo el mundo! – gritó la mamade – Dejen trabajar al médico.
- Gracias, pero que se queden 3 personas, me van a hacer falta para agarrarlo. – comenté.
La madame me había traído ya, la aguja, el hilo y una sábana limpia que había procedido a romper en tiras. Con la llama de una vela calenté la aguja y sumergí las sábanas y el hilo en el agua. Ya expliqué que esas prácticas que pueden parecer normales entonces eran sumamente inhabituales. Luego procedí a lavarme las manos y comencé a trabajar.
Limpié la herida con el líquido de la botella, que previamente había probado. Un excelente destilado que hizo arder mi garganta al instante.
- ¡Arggghhh! – gritó de dolor.
- Tranquilo, intentaré que te duela lo menos posible. Bebe todo lo que puedas de esto y cuando acabe ponedle algo entre los dientes para que muerda. Y aguantadlo bien.
Tan pronto como dio cuenta de la botella, procedí a lavar el intestino que había aflorado con abundante agua e irlo introduciendo en la cavidad abdominal. Cuando todo estuvo en su interior enhebré la aguja y comencé a coserle las capas abdominales, que por fortuna no habían sido muy dañadas. Si todo salía bien y no moría en las próximas 72 horas podría lucir un precioso tajo en su barriga con el cual ganarse alguna copa en alguna taberna contando alguna historia inverosímil.
- Listo. Ya he hecho todo lo que podía por él. – dije cortando el hilo sobrante y buscando un sitio en donde poder lavarme las manos.
- Muchas gracias señor. – me dijo la madame. – Si me acompaña le diré donde asearse y algo de ropa limpia.
- No es necesario, ¿señora…?
- Annie, puede llamarme Annie. Si se queda un tiempo por acá ya descubrirá como me llama la gente de este barrio, pero mi verdadero nombre es Annie. – me dijo azorada.
- Gracias Annie.
La seguí a través de un pasillo vestido con una lujosa alfombra a una amplia habitación presidida por una bañera con el agua ya caliente. Al parecer habían estado calentando el agua en otro sitio o yo no me había dado cuenta si lo habían hecho en la cocina. Junto a la bañera una silla, con un albornoz y unas zapatillas que esperaban ser vestidos, y un tocador con los utensilios necesarios para un aseo, un espejo y una pequeña campanilla.
- Cuando se quite la ropa déjela en la puerta y me encargaré de que la limpien. Puede bañarse con tranquilidad. Si necesita cualquier cosa llámenos usando la campanilla y una chica vendrá a ayudarle… o lo que haga falta. – esto último me lo dio con un guiño pero lo único que yo quería en ese momento era meterme en la bañera y relajarme.
- Gracias. Es más de lo que podría esperar, Annie. Sólo hice mi trabajo.
- Otro en su misma situación no habría hecho nada… ¿Sr.?
- Disculpe, me llamo Johnson, Albert Johnson. – hubiera podido inventar cualquier nombre pero preferí darle el verdadero, tampoco creía que eso fuera a importar, dadas las circunstancias.
- Me reitero en lo dicho, muchas gracias Sr. Johnson. No se imagina lo agradecida que estoy por lo que ha hecho.
Y dándose la vuelta se marcho cerrando la perta con suavidad y dejándome a solas. Tras desnudarme me puse el albornoz, dejé mi ropa fuera y me metí en la bañera. El agua estaba caliente y un agradable olor a sales me invitaba a la relajación. En estas últimas horas mi forma de ver la vida había cambiado bruscamente. Desnudo en el agua me había olvidado de porqué estaba en ese barrio y respirando lentamente me quedé dormido.
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