Todos reclaman que la justicia sea rápida y justa. En un mundo ideal incluso la justicia sería algo innecesario, pero por desgracia Whitechapel es lo más alejado a un mundo ideal.
El asesinato conmocionó a todo el barrio y por todos lados se organizaron patrullas con el fin de obtener cualquier detalle. La policía no sabía que hacer ni en que dirección encaminar la investigación. Las meretrices estaban más recelosas de lo habitual y sólo aceptaban clientes desconocidos cuando el hambre era más fuerte que sus miedos. Y en medio de este triángulo estaba yo.
Tanto el señor Lusk como el comisario Grieve se habían hecho asiduos a mi consulta, por fortuna pocas veces habían coincidido juntos. Las visitas de George eran, en parte para mermar mi pequeña bodega y en parte para desahogarse. Todos le pedían más de lo que el pobre hombre podía dar.
- No sé como puedo controlarlos. – Me dice mientras juega con el vaso vacío. – Por ejemplo, esta noche persiguieron a un hombre…
- ¿Y lo atraparon? – Le pregunté mientras prescribía un tratamiento para las migrañas de su mujer.
- Sí que lo detuvieron, pero no me preguntes cómo. Lo peor no fue eso, ¡cómo se les ocurre preguntar el nombre y el domicilio a un ciudadano que acaba de salir de la Gold Conner! Cómo si no hubiera ya bastantes cotillas por el barrio.
- ¿Y se lo dijo? – mientras pensaba lo mal que le parecía a Annie estas patrullas inquisitorias.
- Más que decírselo dejó a 5 hombres tumbados en el suelo. Cuando llegamos estaban todos doloridos mientras él les gritaba que le fueran a preguntar a sus madres si sabían quienes eran. – Alzó los ojos y suspiró. – Le tuvimos que pedir disculpas y darle explicaciones del porqué de la patrulla. Luego nos pidió perdón por haberlos magullado.
- Pero, ¿quién era?
- Claramente no lo dijo, pero creo que se trataba de un pugilista que estaba de paso por la ciudad y que le habían hablado muy bien del local de la señorita Diamons.
- Lo que menos esperaba era demostrar sus dotes en el cuadrilátero.- Le dije con una gran carcajada.
- Bueno, al menos todo acabó bien. Si no es molestia les dije que luego se pasaran por acá para ver si les podías cerrar unos pequeños cortes en las cejas.
- No es problema, George. – le dije dándole la receta de su mujer.
- Bueno. Un placer como siempre Dr. Johnson.
Cuando se marchó yo suspiré, las visitas de Lusk me agotaban. Hacía dos semanas de la muerte de Clarice y la gente quería sangre. Lo malo es que cuando se buscan culpables sin razón siempre aparece un chivo expiatorio.
El asesinato conmocionó a todo el barrio y por todos lados se organizaron patrullas con el fin de obtener cualquier detalle. La policía no sabía que hacer ni en que dirección encaminar la investigación. Las meretrices estaban más recelosas de lo habitual y sólo aceptaban clientes desconocidos cuando el hambre era más fuerte que sus miedos. Y en medio de este triángulo estaba yo.
Tanto el señor Lusk como el comisario Grieve se habían hecho asiduos a mi consulta, por fortuna pocas veces habían coincidido juntos. Las visitas de George eran, en parte para mermar mi pequeña bodega y en parte para desahogarse. Todos le pedían más de lo que el pobre hombre podía dar.
- No sé como puedo controlarlos. – Me dice mientras juega con el vaso vacío. – Por ejemplo, esta noche persiguieron a un hombre…
- ¿Y lo atraparon? – Le pregunté mientras prescribía un tratamiento para las migrañas de su mujer.
- Sí que lo detuvieron, pero no me preguntes cómo. Lo peor no fue eso, ¡cómo se les ocurre preguntar el nombre y el domicilio a un ciudadano que acaba de salir de la Gold Conner! Cómo si no hubiera ya bastantes cotillas por el barrio.
- ¿Y se lo dijo? – mientras pensaba lo mal que le parecía a Annie estas patrullas inquisitorias.
- Más que decírselo dejó a 5 hombres tumbados en el suelo. Cuando llegamos estaban todos doloridos mientras él les gritaba que le fueran a preguntar a sus madres si sabían quienes eran. – Alzó los ojos y suspiró. – Le tuvimos que pedir disculpas y darle explicaciones del porqué de la patrulla. Luego nos pidió perdón por haberlos magullado.
- Pero, ¿quién era?
- Claramente no lo dijo, pero creo que se trataba de un pugilista que estaba de paso por la ciudad y que le habían hablado muy bien del local de la señorita Diamons.
- Lo que menos esperaba era demostrar sus dotes en el cuadrilátero.- Le dije con una gran carcajada.
- Bueno, al menos todo acabó bien. Si no es molestia les dije que luego se pasaran por acá para ver si les podías cerrar unos pequeños cortes en las cejas.
- No es problema, George. – le dije dándole la receta de su mujer.
- Bueno. Un placer como siempre Dr. Johnson.
Cuando se marchó yo suspiré, las visitas de Lusk me agotaban. Hacía dos semanas de la muerte de Clarice y la gente quería sangre. Lo malo es que cuando se buscan culpables sin razón siempre aparece un chivo expiatorio.