miércoles, 29 de julio de 2009

El médico: 10ª parte

Todos reclaman que la justicia sea rápida y justa. En un mundo ideal incluso la justicia sería algo innecesario, pero por desgracia Whitechapel es lo más alejado a un mundo ideal.

El asesinato conmocionó a todo el barrio y por todos lados se organizaron patrullas con el fin de obtener cualquier detalle. La policía no sabía que hacer ni en que dirección encaminar la investigación. Las meretrices estaban más recelosas de lo habitual y sólo aceptaban clientes desconocidos cuando el hambre era más fuerte que sus miedos. Y en medio de este triángulo estaba yo.

Tanto el señor Lusk como el comisario Grieve se habían hecho asiduos a mi consulta, por fortuna pocas veces habían coincidido juntos. Las visitas de George eran, en parte para mermar mi pequeña bodega y en parte para desahogarse. Todos le pedían más de lo que el pobre hombre podía dar.

- No sé como puedo controlarlos. – Me dice mientras juega con el vaso vacío. – Por ejemplo, esta noche persiguieron a un hombre…
- ¿Y lo atraparon? – Le pregunté mientras prescribía un tratamiento para las migrañas de su mujer.
- Sí que lo detuvieron, pero no me preguntes cómo. Lo peor no fue eso, ¡cómo se les ocurre preguntar el nombre y el domicilio a un ciudadano que acaba de salir de la Gold Conner! Cómo si no hubiera ya bastantes cotillas por el barrio.
- ¿Y se lo dijo? – mientras pensaba lo mal que le parecía a Annie estas patrullas inquisitorias.
- Más que decírselo dejó a 5 hombres tumbados en el suelo. Cuando llegamos estaban todos doloridos mientras él les gritaba que le fueran a preguntar a sus madres si sabían quienes eran. – Alzó los ojos y suspiró. – Le tuvimos que pedir disculpas y darle explicaciones del porqué de la patrulla. Luego nos pidió perdón por haberlos magullado.
- Pero, ¿quién era?
- Claramente no lo dijo, pero creo que se trataba de un pugilista que estaba de paso por la ciudad y que le habían hablado muy bien del local de la señorita Diamons.
- Lo que menos esperaba era demostrar sus dotes en el cuadrilátero.- Le dije con una gran carcajada.
- Bueno, al menos todo acabó bien. Si no es molestia les dije que luego se pasaran por acá para ver si les podías cerrar unos pequeños cortes en las cejas.
- No es problema, George. – le dije dándole la receta de su mujer.
- Bueno. Un placer como siempre Dr. Johnson.

Cuando se marchó yo suspiré, las visitas de Lusk me agotaban. Hacía dos semanas de la muerte de Clarice y la gente quería sangre. Lo malo es que cuando se buscan culpables sin razón siempre aparece un chivo expiatorio.

viernes, 17 de julio de 2009

El médico: 9ª parte

El olor de la habitación era sofocante, entre el hedor a restos de fluidos y el de las heces acumuladas en una esquina que, seguramente por vagancia, Clarice se olvidaba de vaciar. Pese a ellos se distinguía perfectamente el olor dulzón de la sangre. Con miedo a alterar el escenario entré en la habitación para proseguir con mi análisis mental. Despacio, procurando no pisar las huellas ni la sangre, bordeé el colchón otrora blanco, y me enfrenté a ella. Agarrando con cuidado la punta de la sábana destapé con cuidado el cuerpo de Clarice. En ese momento escuché como el Sr. Lusk no aguantaba más y, antes de que yo le viese en una situación comprometida, me dijo que bajaba a esperar a los gendarmes. Mientras yo agradecí la soledad que me brindaba.

Tomé un bloc de notas que tenía en la chaqueta y empecé a pormenorizar todo como si de un forense me tratase. Clarice estaba tumbada boca arriba con la mirada vidriosa, la nariz estaba anormalmente desplazada y uno de los ojos hinchado, lo que me hacía suponer que se defendió como buenamente pudo, seguramente fueron esos golpes lo que la tumbaron y que una vez en el suelo el asesino se ensañó con ella. Su cuerpo apenas estaba tapado con un camisón y se apreciaban no menos de 20 puñaladas por todo el torso. Las vísceras no habían llegado a brotar pese a un corte de unas 9 pulgadas en su abdomen. El cuello había sido abierto literalmente y en una de sus manos faltaban 3 dedos.

Mirando alrededor pude observar que estaban apenas a 4 pasos de donde cayó. Tal como estaban las cosas movidas todo había sucedido de este lado de la habitación.

- ¿Dr. Johnson? – me inquirió una voz desconocida.
- Sí. – le respondí mientras me levantaba con cuidado. - ¿Quién me llama?
- Soy el comisario Grieve de Scotland Yard, me hallaba en la comisaría de Whitechapel cuando me informaron de este suceso y acompañé a los hombres hasta acá. El presidente del comité de vigilancia me informó que estaba usted acá haciendo la valoración previa.
- Sí. – reconocí mientras notaba como un calor invadía mi cuerpo. – Estaba realizando un análisis previo del cadáver y del lugar de los hechos.
- Siempre pensé que alguien con conocimientos médicos era necesario en el cuerpo. Menos leyes y más cultura, usted ya me entiende. – Comentó mientras se dirigía hacia mí por la misma ruta que empleé yo con anterioridad. – Veamos, deme su opinión sobre lo que acaba de ver.

Le realicé un relato lo más pormenorizado posible al mismo tiempo que le comentaba mis impresiones sobre el asesino. El hecho de que la habitación sólo estuviera revuelta en parte, lo de la cara y que le faltasen tres dedos de una mano, hacían suponer que el asesino era alguien conocido para Clarice, y que ella se sorprendió con el ataque, lo que hizo que intentase defenderse. Seguramente el agresor debía de tener muestras de violencia en la cara o en el cuerpo debido a que ella era una mujer fuerte.

- Mis felicitaciones, doctor, ojalá mis subalternos tuvieran ese ojo clínico. Pero creo que se le escapan un par de detalles. En esta habitación había dos personas.
- ¿Dos personas? – pregunté mientras buscaba algo que se me hubiera pasado por alto.
- Sí. Una, la que cometió el asesinato, y otra, que observó todo desde aquella silla. - Dijo señalando una silla que estaba a la izquierda de la puerta y que apuntaba en dirección a nosotros.
- Pero, ¿por qué afirma eso?
- Fíjese en la marca de las patas en el suelo. Gracias a la poca higiene domestica de esta mujer podemos observar las marcas de la silla en el suelo y como se dibuja un pequeño camino de polvo hacia atrás, como cuando alguien se levanta sin evitar que arrastre.
- Es verdad. – Afirmé tras comprobar como efectivamente había esas marcas en el suelo. – Me parece que su nivel de observación es muy superior al mío.
- No crea, sólo está un poco más entrenado. Bueno, procedamos a buscar al culpable.
- Pero… ¿ya saben quién fue?
- Tenemos un posible candidato, pero esa información no puedo compartirla, me comprenderá.
- Por supuesto.
- Bueno, si me acompaña hasta abajo podemos seguir debatiendo mientras mando que suba alguien a limpiar esto y que lleven a esta mujer a un lugar donde pueda descansar en paz.

Una vez en la calle Annie se acercó a mí preguntando sobre qué había pasado. Intentando que el comisario no se diese cuenta le dije que en cuanto volviera le explicaría con más detalle. Ella asintió y llamando a sus chicas procedieron a ir abandonando poco a poco el lugar tras hablar con unos agentes y deslizar algo en uno de los bolsillos, se aseguró de que el cuerpo de Clarice fuera tratada como una dama se merece.

Al cabo de una hora yo también me marché a mi domicilio para asearme y cambiarme la ropa mientras ponía en orden mis ideas y rezaba por que lo de hoy fuera sólo un caso aislado.

sábado, 11 de julio de 2009

El médico: 8ª parte

Pasos. Gritos. Carreras por la calle. En un principio creía que seguía dormido pero a mi pesar no fue así. Con fuerza empezaron a golpear la puerta de la habitación y desperezándome me puse una bata encima del pijama y me encaminé dispuesto a atender una urgencia. Yo era lo más parecido a un servicio de urgencias para los vecinos de Whitechapel.

- Endora… han matado a Endora. – Fue todo lo que pudo articular Lynda antes de salir corriendo escaleras abajo.
- Pero, ¿qué puedo hacer yo? – pregunté en voz alta.

Sin saber que hacer me vestí rápidamente y me dispuse a ir al encuentro de todas. Todas las chicas estaban llorando cuando llegué al recibidor. Pese a ser una mujer especial, Clarice se había grajeado el respeto de casi todas con sus muestras de afecto y apoyo. Este era un duro golpe. Luego me enteré que Clarice también había influido en Annie lo suficiente como para que fuera una más.

Tras cerrar el local nos dirigimos hacía la casa donde solía trabajar Endora. En la calle se había congregado una gran multitud ávida de noticias. En cuanto vi al Sr. Lusk le dije que intentase que todos se apartasen.

- ¿Qué ha pasado George? – Le pregunté esperando que él me dijese que no estaba tan mal.
- ¡Ah, Dr. Johnson! Es usted. Puede pasar pero no creo que pueda hacer nada por ella, la han matado.

El George Lusk, o Sr. Lusk como prefería ser conocido había sido nombrado recientemente presidente del comité de vigilancia y estaba inaugurando el cargo de la peor manera posible. Con ayuda de una docena de hombres intentaban mantener la zona lo suficientemente libre para cuando llegasen las fuerzas del orden. En tal situación el verme a mí pareció avivar su decisión de mantener la zona lo más despejada posible.

- ¡Qué no pase nadie mientras subimos el doctor y yo! – dijo a uno de sus subalternos. – Venga por acá, está en su habitación.

Yo sólo pude limitarme a mirar como Annie quedaba atrás protestando mientras era arrastrado a la escena del crimen. Mientras subíamos las escaleras me refirió una multitud de conjeturas sobre el culpable del asesinato, como si yo pudiera hacer algo al respecto. Yo sólo me limitaba a recordar la cara de esa mujer mientras me preparaba a lo que iba a descubrir.

- ¡Aquí es! – me dijo abriendo la puerta y dándome paso hacia el horror.

En cuanto se apartó pude ver una escena dantesca. Toda la habitación estaba salpicada de sangre y en una esquina una gran mancha bañaba el cuerpo tapado con una sábana de Clarice. Sin llegar a entrar me limité a observar la escena para quedarme con el mayor número de detalles en mi retina.

La habitación había sido revuelta, pero ningún cajón se hallaba volcado lo que indicaba que se había defendido. La cantidad de gotas sanguinolentas que había por las paredes me decían que el agresor le había apuñalado varias veces y que había seccionado alguna arteria, de ahí la altura que había alcanzado la sangre. La zona de la entrada apenas se había ensuciado, salvo por unas huellas que tenían distintos trayectos. Dos pares distintos provenían del cadáver, seguramente unas serían de nuestro amigo el Sr Lusk, las otras podrían ser del asesino. Inteligente, muy inteligente, antes de bajar las escaleras se limpió concienzudamente los pies en el felpudo.

jueves, 2 de julio de 2009

El médico: 7ª parte

Realmente no sabía que era lo que me había atraído hacia allí. Inconscientemente creía que ese era el único sitio donde merecía pasar esa noche. Llamé a la puerta esperando que no hubiera nadie.

- Hola doctor. – Era una de las chicas de Annie, una preciosa joven de tez blanquecina y melena pelirroja y, por el acento, parecía que venía del sur de Gales.
- Hola… ¿señorita?
- McGlondy, aunque puede llamarme Lynda. La señora Diamons dijo que sólo le dejásemos pasar a usted. – Me dice con una dulce sonrisa.

Diamons el nombre con que la gente conocía tanto a Annie como a sus chicas. A decir verdad, hacían honor a ese apelativo. Todas eran de una belleza deslumbrante y ninguna pasaba de los 25 años. En sus cuerpos no se veía la crueldad de su profesión y todas sabían escribir y leer correctamente. Esa era la obra de Annie.

Annie las recogía de las garras más crueles llegando a pagar en más de una ocasión por la libertad de sus chicas. Aun así, ella era una empresaria, y como tal cuidaba a sus niñas de una manera exquisita. Las vestía con las mejores galas y muchas veces se la podía ver pasear por la corte con alguna de sus protegidas. También intentaba que todas ellas abandonasen este oficio de la mejor manera posible. En multitud de ocasiones había conseguido matrimonios de conveniencia en los que Annie se hacía cargo de la dote de sus chicas.

Todos estos gestos, en teoría desinteresados, habían transformado a Miss Diamons en una mujer de gran influencia en todos los status sociales. Nunca se producían hechos delictivos en los alrededores de su negocio y sus clientes parecían contar con un salvoconducto invisible en Whitechapel.

- ¿Me esperaban? – Le pregunto extrañado de esa última afirmación.
- Sí, la señora Diamons dijo que usted vendría a pasar la nochebuena con nosotras. Si hace el favor de pasar.

Annie no dejaba de sorprenderme. Tras cruzar el umbral Lynda recoge mi sombrero y mi abrigo y hace tocar una campanilla. Al momento una nueva chica perfectamente engalanada hace acto de presencia.

- Steffany, acompañe al doctor al comedor.
- Gracias Lynda. – Le digo besando su mano. Azorada desaparece con mis prendas dejándome solo con la nueva chica.
- Por favor, sígame doctor.

La meretriz de dirigió hacia un espacioso comedor iluminado por una multitud de candelabros de plata y con una inmensa araña central. Presidía la habitación una mesa en forma de “C” ricamente vestida y con una vajilla y una cristalería que haría palidecer a la de la casa real. Cruzamos el comedor hacia una sala adyacente y en ella estaban todas las chicas de Annie, su hermano y ella tomando un pequeño tentempié.

- Ya creíamos que no daba llegado. – Me dijo Annie viniendo a recibirme.
- ¿Pero cómo sabía...?
- Ya nos conocemos demasiado, doctor. Ahora si me permite, vayamos a cenar. – Y diciendo esto me agarró del brazo llevándome hacia el comedor.

Fue una cena increíble. Annie nos había preparado una cena opípara al gusto de los paladares más exigentes. La compañía era también excelente, los modos y las maneras de las chicas Diamons era exquisita. Nadie que las viera podría adivinar cual era su dedicación habitual. Hasta el hermano de Annie parecía más un marqués que el pobre desgraciado que atendiera hace tiempo ya.

Las horas transcurrían rápidas entre el caldo con el que regábamos las viandas y la conversación. Luego vinieron los cánticos navideños. Pese a todo, las chicas seguían siendo las jóvenes que habían abandonado sus cómodos hogares por una promesa de mejor vida. Cuando la velada llegaba a su fin yo sabía que mi sitio ya no era ese.

- Bueno, Annie. Me tengo que ir a casa ya. Ha sido una cena magnífica y una anfitriona maravillosa. – Le digo haciéndole una reverencia digna de cualquier reina.
- Albert, por favor. – Me dice Annie ruborizándose. – Creo que es mejor que no vayas a tu casa en ese estado. Si quieres hay sitio de sobra en mi casa para que puedas dormir tranquilo. Incluso…
- No, Annie, ya sabes que yo nunca haría nada. – Le dije interrumpiéndole.
- No me refería a eso Albert. Me ofende que pensaras eso de mí.
- Perdón, Annie. El alcohol no me hace pensar con propiedad. – Me disculpé.
- Te quería decir que mañana, al ser navidad, tendré las puertas de mi “negocio” cerradas, y podrás dormir hasta la hora que quieras. Y… mañana podrías compartir con nosotras el almuerzo. – Me dice tragando saliva y mordisqueándose el labio inferior al pronunciar esas últimas palabras.
- Me parece bien. – El razonamiento que me daba era de lo más oportuno. No creo que estuviera en condiciones de llegar a mi domicilio.

Nuevamente volvía a dormir bajo el techo de ella. Si no fuera por la multitud de perjuicios que yo tenía, le habría demostrado que lo que siento por ella es más que amistad. Soñaba cada día con su cuerpo pero me limitaba a observarla en la distancia. Hasta las veces que venía a mi consulta no podía más que escudarme en mi código deontológico. La deseaba y con esos pensamientos me quedé dormido.

domingo, 14 de junio de 2009

El médico: 6ª parte

Estaba siendo un final de 1887 de provecho en todos los sentidos. Parece que cuando llegan estas fechas la mayoría de los hombres casados aprovechan para desahogarse y para las mujeres que vivían de su cuerpo en Londres, esos maridos infieles eran un constante goteo de ingresos. La mayor parte tenían su público habitual y se negaban a atender a nueva clientela salvo que fueran con recomendación. Tal vez en eso mi colega el Dr. Rees Llewellyn y yo teníamos algo que ver.

Los dos amábamos Whitechapel y lo que conllevaba. Como ya había mencionado, las meretrices eran nuestras principales fuentes de ingreso y de noticias. Seguramente más mujeres se habían confesado a mí que al reverendo. Sabía las miserias de medio Londres, sus perversiones y anhelos, sus enfermedades y sus mentiras. Lo que no dejaba de sorprenderme era con la naturalidad con la que me hablaban de su “trabajo”. Sé que al Dr. Rees no le tenían en tan alta consideración, tal vez porque él también era un asiduo cliente y yo nunca había accedido a ningún requiebro ni oferta. No es que no me apeteciera yacer con alguna mujer, lo que pasaba es que yo tenía claro cuales eran mis objetivos y, por mi propio bien, mejor sería no mezclar el trabajo con el placer, si quería seguir trabajando.

Yo sabía quién engañaba a su mujer, quién tenía gusto por perversiones aberrantes y cosas peores. Tal vez por eso me gustaba pasear de noche, para no encontrarme cara a cara con esos individuos que aseguraban que estaban en el trabajo y… las que trabajaban eran ellas.

Por eso mismo nos habíamos propuesto que la salud de ellas fuera lo mejor posible. Cuando empecé a consultar casi todas desconocían las más simples costumbres higiénicas y su hedor era tal que tenía que atenderlas con un paño bañado en alcohol alcanforado. Con insistencia y un poco de buen tacto fui consiguiendo que empezaran con abluciones y friegas, incluso que se cambiaran de ropa con más frecuencia. Las únicas que eran distintas eran las chicas de Annie, pero ya hablaré de ellas.

Estábamos en navidades y el dinero entraba a espuertas, por suerte para Whitechapel.

Como casi todos los días cerré a las 8 de la noche tras una jornada agotadora. Estábamos en nochebuena y nadie me esperaba. Me puse en gabán, el sombrero cogí mi bastón y salí a disfrutar de la llovizna de Londres.

Salí de mi domicilio en Dorset me dirijo hacia los edificios de George Yard y de ahí hacia Truhapel Road. Lentamente avanzaba escuchando los sonidos provenientes de las casas iluminadas. Pese a ser un barrio marginal era evidente el espíritu navideño. Las risas surgían por doquier al igual que el olor a pavo relleno. Pasos apurados de gente que llegaba muy tarde a cenar tras una jornada agotadora en las fábricas o en los talleres. Y yo sólo aseando por la calle.

Ensimismado en mis pensamientos me encontré a una solícita, Clarice McDolling, o como prefería ser conocida, Endora. Era una mujer antiguamente rubia, muy corpulenta, de unos 45 años, con un pronunciado sobrepeso y un gusto exagerado por la cerveza tibia. Un par de veces tuve que tratarla por contusiones múltiples. Tenía un “conocido” sumamente violento, un judío polaco misógino adicto al sadismo, cuyos encuentros solían saldarse con múltiples magulladuras y arañazos.

- Feliz navidad, Dr. Johnson.
- Feliz navidad, Clarice. ¿Va todo bien?
- ¡Shhh! Endora, aquí soy Endora. – Me dice con un rubor en sus mejillas. – Esta noche ni un triste chelín pero todo perfecto, Dr. Esta temporada no he tenido ningún altercado, usted ya me entiende. ¿Quiere subir a tomar una copa para calentarse? – Dice con un bamboleo de sus poderosas caderas.
- Nunca dejas de insistir, Clar… Endora.
- ¡Ja!, ¡Ja!, ¡Ja!, y usted nunca deja de negarse doctor. Ya sabe que cuando quiera estaré esperándole. – Su risa bañada en dientes negros atemorizaría a cualquiera que la viese.
- ¡Ja!, ¡Ja!, ¡Ja! Voy a seguir paseando y deberías de tomarte algo caliente. – Le digo dándole un par de besos en las mejillas.
- Ya buscaba algo caliente, pero esta noche parece que la gente no quiere de esto. – Me dice apretujando sus opulentos senos entre sus manos. – Hoy los soldaditos quieren carne más fresca.
- Mejor será que hoy descanses, que mañana será otro día, Clarice – Le susurro mientras me voy.

Las tabernas estaban repletas de solitarios y solitarias que no encontraban mejor forma de pasar la navidad que ahogando sus penas en compañía. Entre saludos y felicitaciones navideñas de alguna meretriz que no tenía quién la esperase o quién la solicitase llegué al Gold Conner de Goulston Street, el local de Annie.

martes, 9 de junio de 2009

El médico: 5ª parte

Es evidente que no me marché. Al cabo de un mes ya estaba pasando consulta regularmente. Si en vez de estar en este barrio estuviera en el centro de la ciudad hubiera sido un hombre rico al cabo de un año, pero en Whitechapel no. Mis honorarios se limitaban muchas veces a unos pocos centavos y en pocas ocasiones veía alguna libra esterlina. La mayoría de las veces eran los obsequios que me traían lo que hacía que mi consulta prosperase.

El hermano de Annie me consiguió un equipo completo de cirugía de urgencia compuesto por bisturís, gasas, agujas quirúrgicas, escalpelos y demás material. El agresor de él, que luego me enteré que era un carpintero retirado por culpa de un accidente, me ayudó a adecentar la fachada y los escalones. Otros me conseguían material hospitalario… e hice caso a lo que me dijera en su día Annie, nunca pregunté por el origen de ese material así no comprometería a esa gente a que me mintiera.

Pero mis mejores clientes fueron la multitud de meretrices del barrio. Casi siempre eran lo mismo, enfermedades de piel, infecciones vaginales, pequeñas fisuras y algún que otro hematoma. Yo era la única persona que las veía como lo que realmente eran: personas.

Con el tiempo también fui adquiriendo material para un pequeño laboratorio farmacéutico. Libros especializados y mis conocimientos sobre la farmacopea y las drogas existentes en ese momento hicieron que mi fama fuera en aumento. Multitud de fórmulas magistrales creadas por mí consiguieron que muchos niños no muriesen por tos ferina o por inflamaciones bronquiales.

También para mi botica fui recibiendo un sinfín de elementos dignos de cualquier laboratorio. Multitud de hierbas conocidas y muchas desconocidas acabaron en mis manos. Cada vez que un barco arribaba me llegaban pequeñas cajitas o sobres que requerían análisis de varios días. Y venenos, muchos venenos. Algunos conocidos en Europa y muchos conocidos en otros países fueran o no colonias.

Podría matar a un hombre de mil maneras cada cual más cruenta y siempre sin dejar rastro. Pero yo seguía la máxima que decía que lo que cura, mata y lo que mata, cura. Poco a poco fue haciendo diluciones y disoluciones para curar dolencias estomacales o cicatrizar más rápido las heridas. Eso hizo que mi fama en Londres aumentase y empecé a recibir visitas más lucrativas. Todos los que entraron por la puerta salieron igual, con una negación por respuesta. No quería volver a la vida que tenía, ya era feliz.

Y llegaron las muertes.

jueves, 4 de junio de 2009

El médico: 4ª parte

Cuando me desperté me hallaba tumbado sobre una hermosa cama con doseles y sábanas de raso. No sabía cuando tiempo había transcurrido desde que me había quedado dormido ni como había llegado hasta allí. A los pies de la cama tenía un vestuario completo y por lo visto era de mi talla, y sobre la mesilla que estaba a mi lado todas mis pertenencias. Me levanté y tras vestirme salí al exterior de la habitación. Nuevamente me hallaba en el pasillo que ya había recorrido con anterioridad y me dirigí hacia la cocina. Al llegar allí estaba Annie junto a seis hermosas mujeres de apenas veinte años.

- Buenos días Sr. Johnson, me alegra ver que ha descansado. Servidle un poco de té.
- Muchas gracias, pero cómo he llegado…
- No se preocupe. No es la primera vez que acompañamos a alguien a una habitación. Aunque sí es la primera vez que nadie le acompaña.

Las chicas se rieron ante ese comentario mientras yo me encontraba incómodo ante esta situación.

- Su ropa estará lista hoy a la tarde, la mandé a lavar a un sitio de confianza. Si quiere puede esperar a que llegue o enviar a buscarla, entendería que optase por esta última opción.
- No sabría donde ir ahora mismo. No tengo alojamiento y tampoco…
- No tiene porque darme ninguna explicación. Soy una experta en no preguntar. Si no hago preguntas no recibiré mentiras por respuestas. Dejadnos solos, por favor.

Como en una danza las meretrices abandonaron la cocina y me quedé frente a ella. No podría calcular su edad con exactitud. Su cuerpo me indicaba que no tendría más de treinta años, sus ojos me decían que había visto y vivido más que mucha gente de su misma edad y su forma de hablar me indicaba una educación digna de la corte.

- Gracias por lo que hizo ayer. – me dijo agarrándome las manos.
- ¿Qué tal está ese hombre?
- Mucho mejor. Se queja un poco del dolor pero lo enfajé y le preparé unas infusiones para que mejore el ánimo. ¡Gracias!
- No tiene porqué dármelas, sólo hacía mi trabajo. Ya se lo dije ayer. Lo que hice por ese hombre lo hubiera hecho por cualquiera…
- Pero ese hombre es mi hermano.
- ¿Eh?

Sus ojos empezaron a brillar tras ese último comentario y yo no sabía que hacer ni que decir, deje que el silencio de sus labios creciera. Ahora entendía muchas cosas de las acontecidas. Tomé un sorbo de un delicioso té hindú y dejé que mis ojos se introdujeran en la profundidad de los suyos. Sólo el ruido proveniente del exterior interrumpía el sonido de nuestras respiraciones.

- Bueno, me tengo que ir… tengo que buscar un sitio, un alojamiento…
- Si necesita un alojamiento puedo darle uno. Me gustaría… nos gustaría poder contar con sus servicios. Nadie quiere atender a la gente de este barrio. No, no sería aquí. Tengo una vivienda cerca. Es una pequeña vivienda de sótano y dos plantas. Tiene dos entradas independientes y sería perfecto para una pequeña consulta.
- Yo…

Nuevamente no sabía que decir. Yo quería alejarme de mi profesión pero estaba claro que no podía. Salimos de la residencia y cruzamos la calle ante la mirada inquisitoria de los vecinos. Unos pocos se acercaron y me hablaron de sus pequeñas dolencias a lo que respondí con una simple sonrisa. Annie en cambio del informaba que en una semana podrían pasar por mi consulta. Al parecer su labor como negociante era mayor que la mía. Por fin llegamos a una pequeña casa con la fachada llena de desconchones y algunos cristales rotos. Parecía que llevaba abandonada varios años, aunque eso mismo se podría decir de todas las viviendas del barrio. Annie me puso en las manos un manojo de llaves.

- Entre y piense todo. Si necesita cualquier cosa estaré enfrente y si cuando vuelva a la tarde no está lo entenderé. - Y tras darme dos besos se marchó.

viernes, 29 de mayo de 2009

El médico: 3ª parte

Siendo totalmente sincero ese día yo buscaba un medio para poder acabar con mi vida y a poder ser de la manera más violenta. Me hubiera gustado que esas puñaladas hubieran sido en mi vientre y no en la de ese pobre borracho. Cuando lo observé tendido en el suelo, agarrándose el vientre e implorando auxilio no lo pude evitar.

Me abrí paso entre la muchedumbre gritando que era médico, pues sabía que de lo contrario su vida duraría menos que un centavo en el cepillo de una iglesia. Me agaché y le descubrí la camisa. El corte había sido limpio y pese a que sus vísceras estaban desparramadas entre sus manos apenas había sangre, eso era bueno. La gente dudaba entre apartarse o acercarse más mientras su agresor me miraba estupefacto. El fervor de la lucha había remitido en sus ojos.

- Acaba con su vida o ayúdame, pero haz algo. – le grité.
- ¿Qué… qué… qué puedo hacer? – me dijo dejando caer el pincho de sus manos.
- Ve dentro y consígueme agua caliente… a poder ser limpia… y el licor más fuerte que tenga, ¡rápido! – salió corriendo hacia el interior de la taberna – Tú y tú, conseguidme una sábana limpia, hilo y una aguja. Y vosotros cuatro, ayudadme a llevarlo al interior…
- ¡NO! ¡AQUÍ NO ENTRA! – me gritó un hombre corpulento de mejillas sonrosadas y con un mandilón que rezumaba alcohol por doquier. – Tendréis el agua caliente, pero ese no entrará aquí nunca más.

Miré a mí alrededor buscando ayuda. Podría coserle ahí mismo, pero sabía que sus probabilidades de sobrevivir aumentarían si lo atendiese en cualquier sitio exento de excrementos.

- James Matius, eres el ser más despreciable que existe. Para que te dejen sus libras valen pero para curarlos no, no vaya a ser que luego tengas que dar explicaciones de un cadáver más.
- Aquí no entrará. – Reiteró bajando la mirada e introduciéndose al interior.
- Traedlo conmigo, señor. No será el mejor sitio donde os gustaría entrar pero está limpio.

Entre la multitud de desechos humanos que nos rodeaban esa mujer resplandecía como una mariposa. La riqueza y ostentación de la vestimenta me indicaba su rango. Era una madame.

- Bueno amigo, mejor morir rodeado de bellezas que de desechos. Ayudadme a levantarlo.

Varios brazos se ofrecieron a levantarlo y seguimos a la madame hacia una pequeña casa situada enfrente de la taberna. Nada más entrar el olor a limpieza y perfume barato embriagó mis sentidos. Fue como si ese sitio estuviera al margen de Whitechapel y su inmundicia. Después de avisar a sus chicas para que se arreglasen y desapareciesen de la vista nos dirigió a una cocina y sobre la mesa depositamos al herido. Su razonamiento fue el más correcto, no era lógico que sus meretrices estuvieran distrayendo a la multitud de gente que nos acompañaba y el ponerlo en la mesa de la cocina me daba una superficie dura donde trabajar cómodamente y algunos instrumentos que poder usar.

Aun andaba cavilando en cómo podría hacer cuando apareció el culpable de todo con una tina de agua aun burbujeante y una botella en un bolsillo.

- Me cobró la botella. – nos explicaba desconsolado.
- No te preocupes – le dije – ya te abonaré su importe tan pronto acabe. Gracias.
- ¡Fuera todo el mundo! – gritó la mamade – Dejen trabajar al médico.
- Gracias, pero que se queden 3 personas, me van a hacer falta para agarrarlo. – comenté.

La madame me había traído ya, la aguja, el hilo y una sábana limpia que había procedido a romper en tiras. Con la llama de una vela calenté la aguja y sumergí las sábanas y el hilo en el agua. Ya expliqué que esas prácticas que pueden parecer normales entonces eran sumamente inhabituales. Luego procedí a lavarme las manos y comencé a trabajar.

Limpié la herida con el líquido de la botella, que previamente había probado. Un excelente destilado que hizo arder mi garganta al instante.

- ¡Arggghhh! – gritó de dolor.
- Tranquilo, intentaré que te duela lo menos posible. Bebe todo lo que puedas de esto y cuando acabe ponedle algo entre los dientes para que muerda. Y aguantadlo bien.

Tan pronto como dio cuenta de la botella, procedí a lavar el intestino que había aflorado con abundante agua e irlo introduciendo en la cavidad abdominal. Cuando todo estuvo en su interior enhebré la aguja y comencé a coserle las capas abdominales, que por fortuna no habían sido muy dañadas. Si todo salía bien y no moría en las próximas 72 horas podría lucir un precioso tajo en su barriga con el cual ganarse alguna copa en alguna taberna contando alguna historia inverosímil.

- Listo. Ya he hecho todo lo que podía por él. – dije cortando el hilo sobrante y buscando un sitio en donde poder lavarme las manos.
- Muchas gracias señor. – me dijo la madame. – Si me acompaña le diré donde asearse y algo de ropa limpia.
- No es necesario, ¿señora…?
- Annie, puede llamarme Annie. Si se queda un tiempo por acá ya descubrirá como me llama la gente de este barrio, pero mi verdadero nombre es Annie. – me dijo azorada.
- Gracias Annie.

La seguí a través de un pasillo vestido con una lujosa alfombra a una amplia habitación presidida por una bañera con el agua ya caliente. Al parecer habían estado calentando el agua en otro sitio o yo no me había dado cuenta si lo habían hecho en la cocina. Junto a la bañera una silla, con un albornoz y unas zapatillas que esperaban ser vestidos, y un tocador con los utensilios necesarios para un aseo, un espejo y una pequeña campanilla.

- Cuando se quite la ropa déjela en la puerta y me encargaré de que la limpien. Puede bañarse con tranquilidad. Si necesita cualquier cosa llámenos usando la campanilla y una chica vendrá a ayudarle… o lo que haga falta. – esto último me lo dio con un guiño pero lo único que yo quería en ese momento era meterme en la bañera y relajarme.
- Gracias. Es más de lo que podría esperar, Annie. Sólo hice mi trabajo.
- Otro en su misma situación no habría hecho nada… ¿Sr.?
- Disculpe, me llamo Johnson, Albert Johnson. – hubiera podido inventar cualquier nombre pero preferí darle el verdadero, tampoco creía que eso fuera a importar, dadas las circunstancias.
- Me reitero en lo dicho, muchas gracias Sr. Johnson. No se imagina lo agradecida que estoy por lo que ha hecho.

Y dándose la vuelta se marcho cerrando la perta con suavidad y dejándome a solas. Tras desnudarme me puse el albornoz, dejé mi ropa fuera y me metí en la bañera. El agua estaba caliente y un agradable olor a sales me invitaba a la relajación. En estas últimas horas mi forma de ver la vida había cambiado bruscamente. Desnudo en el agua me había olvidado de porqué estaba en ese barrio y respirando lentamente me quedé dormido.

miércoles, 27 de mayo de 2009

El médico: 2ª parte

El haber elegido mi profesión es algo que en 1879 tendría que haberme reportado una economía holgada y fama, sobretodo teniendo en cuenta que la profesión médica estaba muy bien considerada. Independientemente de la cantidad de muertes que se producían por nuestros actos. Muchos de estos errores se le achacaban a que la persona se moría de "un mal" o la típica frase de "hice lo que pude y queda en manos de Dios". Los grandes avances en la medicina y los descubrimientos de los antibióticos vendrían a posteriori.

Mucha gente que nos consideraba "matasanos" tampoco estaba muy equivocada. Una sala de cirugía era más parecida a un pasillo de los horrores que a algo que busca la curación. Mucha gente moría tras los postoperatorios motivado por la falta de higiene que existía. Yo era de los escrupulosos con mi limpieza pero entonces no era lo habitual. Tal vez por eso acabé teniendo mi propia clínica, lo que no tiene un motivo fácil de entender es el porqué en Whitechapel.

Algunos creían que me escondía de algún acto ilegal cometido y que huía de la justicia, otros que había sido engañado por mi esposa quien se había fugado con un Lord y los más aventureros decían que el colegio médico me había expulsado del hospital por mala praxis… realmente los el por qué llegué aquí ahora no tiene razón de ser. Lo importante es que soy el único salvavidas de toda esta escoria que se reúne en este barrio marginal.
Para ellos soy su partera, su médico de cabecera, su boticario y su cirujano.

Han pasado ya cinco años desde que llegué a borough Tower Hamlets. Ese primer día me limité a pasear observando a la gente y sus miserias, los niños jugando entre excrementos y ratas y la enfermedad. Era increíble como alguien podía sobrevivir en este caldo de cultivo. Pasaron horas de observación y asombro cuando llegué al barrio de Whitechapel en donde todo lo visto con anterioridad llegaba a límites inhumanos.

Ante mis ojos se cometían todos los hechos punibles y delictivos que un ser humano podía cometer. Tráfico de mujeres, de niños, de órganos. Robos de todo tipo y en una de sus múltiples cantinas varios hombres mantenían una sangrienta pelea a navajazos ante el fervor de los viandantes que se deleitaban con cada corte.

También había gente que quería sobrevivir. Antiguas curtidurías, pequeños orfebres, algún matadero y una fábrica de cerveza mantenían un constante ir y venir de carretas que aumentaban el hedor del barrio haciendo que se fijase en la piel de uno.

Y siendo más una posible víctima o un usuario desesperado de la multitud de servicios de baja calaña me vine vivir o mejor dicho: a trabajar.

miércoles, 13 de mayo de 2009

El médico: 1º parte

Todo es oscuro. Los pasos acallados por la cantidad de mugre que se hacina en las aceras hacen que la única zona más o menos limpia sea la carretera. Tampoco es que el pasear por ella sea peligroso, por lo menos para mí. Pese a eso la mayoría de los carruajes se niegan a pasar por Whitechapel tan pronto como se cierra el cielo. Aun así me encanta esta zona.

Las caras anónimas me miran buscando las pocas libras que pueda llevar encima. Multitud de meretrices acabadas me reclaman ofreciéndome sus servicios. Es en la única parte de la ciudad donde pueden campar a sus anchas sin miedo a que los gendarmes les digan nada. No, a estas horas de la noche.

Es irónico que haya tanta promiscuidad justo alrededor de St. Mary Matfelon, una de las capillas más hermosas de todo Londres. También es cierto que toda esta fauna nocturna suele tener una gran devoción religiosa llegando al extremo que bandas rivales comparten asientos a la luz del día. Pero no siempre fue así.

A raíz de la exposición universal del 1862 fue cuando llegó el sumun de la decadencia. Multitud de trabajadores llegados de todas partes se quedaron en paro. La reina Victoria I estaba contenta del resultado obtenido y de la properidad que demostraron al exterior, pero eso no fue más que un caldo de cultivo perfecto para lo que sucedió a posteriori.

Algunos trabajadores volvieron a sus granjas, fueron los que tuvieron suerte. Los que se negaron a abandonar la ciudad acabaron en la Blackwall. Hombres alcoholizados por su incompetencia sólo encontraron una forma de conseguir alguna moneda: protituyeron a sus mujeres.

Irlandesas, judías, galesas y alguna que otra inglesa compartieron sus miserias entre lágrimas y palizas. Los años fueron avanzando despacio en Whitechapel y los burdeles y las pensiones proliferaron como setas en otoño. En 1887 no podías dar un paso al atardecer sin ser acosado por multitud de manos ansiosas.

La justicia intentó hacer un recuento de las meterices que ejercían sólo salió a la luz la punta del iceberg. La policía contabilizó 72 burdeles y 188 profesionales, pero todos sabemos que eso es mentira. En cada casa, en cada rincón siempre aparecía una mujer dispuesta a conseguir el pan para su familia.

Este es mi barrio y en el centro de este negro corazón yo resido, en Dorset, donde ejerzo una de las profesiones más respetadas por toda esta masa humana: soy su médico. Aunque yo me defino más como un "cierra y calla".

martes, 12 de mayo de 2009

El jugador: Epílogo

Epílogo:
Al día siguiente todos los noticiarios y periódicos del país hablaban de la noticia:

En el día de ayer, I.A.N., un antiguo empleado de la empresa PCXogoS armado con un fusil realizó una matanza delante de la empresa para la que había estado trabajando. El número de muertos es de casi 200 personas entre hombres, mujeres y niños, los cuales masacró sin piedad. Al mismo tiempo se ha abierto una investigación paralela y están investigando si era el responsable de los asesinatos de su antigua pareja y de la novia actual de esta.

Nadie se explica el motivo de ese acto de locura sin sentido. Aunque algunos se apresuran a decir que la responsabilidad es de los creadores de juegos tan violentos, en los que la realidad no difiere de la ficción. Por otra parte, los actuales propietarios de PCXogoS, los cuales lamentan la perdida de muchos de sus empleados, han comentado que a finales de año saldrá a la venta el nuevo juego “El Francotirador”.

lunes, 27 de abril de 2009

El jugador: Día 3

Hoy estoy cansado. Quiero terminar la partida de una vez por todas. La única cosa que ansío es en llegar al final. La misión de hoy es la de acabar con una sección completa de espías y no hace falta que sea de una forma silenciosa. No me veo yendo a casa de cada uno para liquidarlo antes de llegar al trabajo, sería ridículo y las autoridades me descubriría enseguida, sobretodo ahora que las noticias de las dos muertes son públicas.

Para esta misión dispongo de un fabuloso SVD, cuatro cajas de 7N14 de 50 balas, cinco cargadores de 10 balas cada uno, una mira telescópica estándar PSO-1 4×24 que incluye una retícula operada por batería y un filtro infrarrojo pasivo y un silenciador y un trípode para un perfecto apoyo y absorción del retroceso, es decir, una auténtica joya del ejército ruso.

Al tener que exterminar a mucha gente necesito buscar con cuidado la posición desde la que tengo que realizar la misión. La distancia no es que sea muy importante, ya que con este rifle tendría un alcance de gran precisión con 600 m. pero hasta 1000 m. me podría permitir alejarme. La hora también es fácil de seleccionar, a la salida del café. Todos saldrán distraídos y haciendo mucho ruido con lo que podría disfrutar de unos minutos vitales.

Cojo la maleta que está debajo de la cama con el arma y me dirijo a un hostal situado frente a las oficinas, a unos 500 m. Reservo la habitación de la última planta después de haber preguntado si había alguien en esa planta. Un miércoles a las 11 el hotel está vacío. Subo lentamente y sigo deleitándome con cada detalle. En el botones que me acompaña se le notan hasta las cicatrices de un acné juvenil y las pequeñas manchas de desaliño. La moqueta de la habitación está descolorida y tiene pequeñas manchas de antiguos visitantes. Me gustaría hablar con los diseñadores gráficos para ver como obtuvieron tantos datos.

Una vez que el botones se marcha abro la maleta encima de una cama con una colcha pasada de moda y procedo a montar mi herramienta. Una vez dispuesta la sitúo a un metro de la ventana, una ventana que previamente he entreabierto lo suficiente como para poder apuntar y disparar sin que me vean. Atento a los detalles enciendo la televisión con el fin de poder acallar los ruidos que el arma pueda realizar.

Con calma procedo a rellenar los cargadores mientras espero a las 12 de la mañana.

Cuando faltan cinco minutos realizo una prueba. Apunto a una paloma situada sobre el alfeizar del edificio. El animal deambula de un lado a otro de la mirilla y es perfecto para observar si realmente tengo anonimato. Respiro profundamente y aprieto. Una multitud de plumas se esparcen al explotar el animal. Si alguien estuviera en mi misma habitación apenas percibiría un sordo disparo.

Una sonrisa se vislumbra en mi boca. Dirijo la mira hacia la ventana del director técnico. Cuando llega la hora de bajar al café él siempre se queda sólo realizando una llamada a su amante después de asegurarse que nadie le puede oír. Le veo descolgar el teléfono y antes de que sus dedos acaricien el teclado un torrente de sangre sale despedido de su pecho después de que la bala le atraviese. Veo como en la pared aparece un pequeño agujero.

Desciendo un par de pisos más y me muevo hacia la izquierda. Ahí está la joya de la empresa, un probador de los juegos asiáticos y especialista en hentais masturbándose delante de la pantalla de su ordenador. Es increíble el aumento de la mira, hasta podría describir con todo detalle lo que están haciendo las japonesitas que tanto le atraen. Levanta la vista al techo y disparo. Creo que cuando la bala le atraviesa el cráneo de lado a lado se estaba corriendo.

Ahora el tiempo apremia. La mayoría de los empleados están ya en la calle. Me fijo en un grupo que gira hacia el garaje, son 6 compañeros que dialogan animosamente mientras uno saca del bolsillo una pequeña bolsita blanca. Van hacia una zona apartada y lo esparcen poco a poco sobre el capó de un coche. Con cuidado preparan su dosis antiestrés. Respiro y espero a que el último alce la cabeza mientras repite el gesto de frotarse la nariz que hicieron sus compañeros previamente y disparo 6 tiros sucesivos. El primero se introduce por un ojo que nunca más volverá a ver, la segunda atraviesa la garganta del que se empieza a reír al ver caer a su compañero, la tercera abre un agujero en la frente de uno que acertó con la dirección del disparo, la cuarta destroza la columna de la chica que se agachó intentando esconderse y la última hace girar por los aires al que se marchaba corriendo.

Cambio con calma el cargador y busco. Al parecer dos han visto caer al último y se dirigen corriendo al garaje. El que va detrás es el primero en caer con los brazos extendidos como si quisiera volar. El segundo corredor, al escuchar el golpe de su compañero en el suelo se para, sabe que va a morir y me busca. Dejo que se gire y observo su cara de terror, veo como de sus ojos caen lágrimas, le veo taparse la cara y destrozo su corazón.

Nuevamente apunto a la entrada y me fijo en los que están animosamente hablando mientras queman sus pulmones. Odio el tabaco. Me preparo para 5 tiros rápidos. Una cabeza destrozada, un pulmón perforado y un corazón destruido hacen que los otros dos consigan huir aunque consigo alcanzar a uno en un pié. Sin oírle escucho sus gritos de miedo y veo como alza la mano pidiendo ayuda. Apunto hacia la oscuridad a la que mira y cuando observo una sombra disparo nuevamente. Sus manos cubren su cabeza cuando ve caer a quién le dejaba sus pitillos y me aseguro que nunca más vuelva a fumar esparciendo sus sesos y parte de su rostro por el suelo.

Se acabó la sorpresa, la calle es un hervidero de gente corriendo. Ya no elijo sólo dejo que la mira se mueva y tan pronto como veo un objetivo disparo. Mujeres, hombres caen indiscriminadamente tiñendo la calle de color. Miro hacia las ventanas y veo a los curiosos, esas personas que siempre aparecen y nunca hacen nada. Como patos en una feria empiezo a destrozar las cabezas que se asoman a cotillear en la desgracia ajena.

Cuando escucho un nuevo clic en falso procedo a recargar el arma instintivamente. Ahora los gritos se escuchan pese a la televisión. Al tirar la segunda caja vacía al suelo me duele el dedo de disparar, aun así vuelvo a mirar por mi ventana de muerte. Por fin la policía hace acto de presencia, menos mal, ya no quedaban más victimas a quién apuntar. El primero a duras penas puede salir del coche cuando se desploma herido mortalmente. Disparo, disparo, disparo…. me embriago con cada caída, gozo con cada vida destrozada. Ya no se trata de matar a los objetivos, todos son objetivos.

Ya han pasado dos horas, sólo me queda munición para 3 cargadores más y las fuerzas especiales han entrado en escena. Veo como pequeñas cabecitas se alzan sobre uno de los edificios y con calma me preparo y espero. Veo como su mira telescópica me busca justo antes de explotar atravesando su masa encefálica con mi bala, pero ha sido una mala idea. Escucho un disparo a mi alrededor, me han localizado.

Esto se ha transformado en una caza contrarreloj. Ansioso busco más objetivos y localizo uno en la zona donde abatí a mi primera víctima mirando hacia mi posición con su rifle. Nuestros disparos se cruzan en el aire pero es el mío en que alcanza su objetivo mortal. ¡Argh! Una bala alcanza mi brazo, ¡será cerdo! Me separo de la ventana cogiendo mi fusil y escucho pasos en el pasillo. Se detienen frente a la puerta. Tengo que sorprenderlos antes que ellos hagan nada. Me acerco a la puerta y disparo una ráfaga. Cuando la abro tres cuerpos yacen en el suelo. Suspiro mientras pienso en las pocas balas que me quedan y uso mi penúltimo cargador. Un cling me avisa del ascensor y me giro antes de que la puerta se abra. Una nueva ráfaga barre con los cinco soldados que iban a entrar. 10 balas nada más y no voy a poder escapar.

Me dirijo a las escaleras con el arma al hombro. Si estuviera más tranquilo me agacharía y tomaría prestado uno de los rifles de asalto que hay en el suelo, pero eso sería profanar la misión. ¡Uhm! Calor en mi pierna. A través de la ventana de las escaleras me han vuelto a alcanzar. Me aparto de las cristaleras y llego a la planta de abajo. No hay nadie, despacio me dirijo hacia la recepción cuando escucho abrirse una puerta. Disparo sin mirar y veo como el cuerpo de un muñeco sale despedido por los aires. ¡Noooo! Gritan tras de él y vuelvo a disparar. La mujer cae al lado de lo que creía un muñeco, su hija pequeña.

Me doy cuenta de lo que acabo de hacer. Como un interruptor mi mente se enciende. El juego ya no existe sólo el miedo a lo que acabo de hacer. Caigo de rodillas sobre el suelo mirando los ojos vidriosos de la niña. Quiero gritar y todas las caras de mis compañeros me aparecen, mi antigua pareja, su novia... los desconocidos que veía cada día. El estrés, mirando a mi fusil de colección apoyo el cañón bajo mi mandíbula. Otra vez escucho pasos por las escaleras y disparo.