Es una mujer preciosa. El tenerla sentada a mi lado hace que me pueda fijar más en los pequeños detalles. Su perfil es maravilloso. Lleva un rato hablando pero soy incapaz de concentrarme en sus palabras, sólo me fijo en sus labios carnosos. Cada vez que abre la boca me dan ganas de acercarme a ella y besarla. Sigo bajando la mirada intentando que no se de cuenta de lo que hago. Sus pechos han alcanzado una madurez plena y rebosan por encima del escote de una forma lujuriosa. Y la falda a duras penas tapa la ropa interior.
La deseo con una fuerza irrefrenable. Deseo poseerla. Sentir la ternura de sus piernas en torno a mi cuerpo. El olor de su sexo. Sentir sus gemidos. Cada vez que me mira intento hacerla partícipe de mis pensamientos pero no consigo articular palabra. Me tiene completamente hipnotizado.
Parece que la conversación que tenía llega a su fin y cuando se dispone a salir del coche la agarro suavemente por el brazo. La atraigo hacia mí y la beso. Ella se sorprende e intenta apartarse pero es incapaz de resistirse a mis brazos. En cuanto sentí su lengua tocando la mía empezó a sobrarme la ropa. Mi mano empezó a recorrer sus curvas deleitándome con el ritmo de su respiración. Parte de ella lo estaba deseando pese a saber que lo que estábamos haciendo no estaba bien.
Al apartarle las piernas para notarla ella se resistió e intentó apartarse pero ya estábamos en un punto sin retorno. Yo no podía dejarla sin más. Mi deseo no me lo permitía. Desde la primera vez que la vi casi sin ropa la deseé. Intenté que nadie más pudiera disfrutar de lo que yo quería. No me resultó difícil que el novio que tenía la dejara pero cuando me enteré que él quería volver y contarle todo no me dejó más opción. Me gustó verle gritar justo antes de caer. Yo había hecho todo por ella. Por estar con ella. Y no podía dejar que me despreciase ni que se fuera, y menos ahora que había probado su sabor.
Me amenazó con decírselo a María y eso fue la gota que colmó el vaso. Se quedó paralizada cuando le di el primer tortazo. Intentó rebelarse pero sólo fue capaz de llorar. Me bebía cada lágrima que caía por sus mejillas mientras con mis manos la exploraba más profundamente. Quiso resistirse pero no fue capaz. ¡Cuántas veces había soñado con este momento! En cuanto entré en ella mi cuerpo se escalofrió, me pedía que la dejase ir, me suplicaba, lloraba… pero no lo consentí. Hice lo mismo que con María, tomé control de la situación.
Intentó gritar y me vi obligado a hacer que se callase, no podía consentir que nadie nos interrumpiera. Durante todo el tiempo que duró mi orgasmo mis manos permanecieron apretando su garganta. No supe lo que había pasado hasta al cabo de un rato, pero ya me daba igual. Eva había sido mía. Ahora me quedaba preparar todo para que nadie supiera lo que había pasado.
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3 comentarios:
Madre mía, que puto enfermo. Consigues erizarme el vello cada vez que te leo :S
Sigo atenta la historia.
Un abrazo.
Vaya, cómo ha cambiado la historia...
Me dejaste sin respiracion..
Un besito y una estrella.
Mar
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